Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


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viernes, 12 de mayo de 2023

Perseguido por los dos bandos en la Guerra Civil: Manuel Santa Coloma Lafuente

 

Durante el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero fue promulgada la ley 52/2007, la llamada Ley de la Memoria Histórica, que salvaguardaba una única lectura histórica de la Segunda República y la Guerra Civil, en la que se convertían ambos períodos históricos, difícilmente separados, en una historia de buenos y malos, en la que los buenos, por supuesto, eran los defensores del gobierno establecido, y los malos eran aquellos que, supuestamente sin ningún motivo real, se habían rebelado contra los avances progresistas de éste. Parecía que, con esta ley, se sellaban definitivamente los errores de la Transición -errores, desde luego, desde el único punto de vista de la nueva izquierda española, más cercana al marxismo que a la socialdemocracia que había caracterizado a ésta durante los años de aquella Transición. Sin embargo, el nuevo gobierno de Pedro Sánchez ha querido dar una vuelta de tuerca más con la llamada Ley de la Memoria Democrática, en la que, incluso, y esto es algo que va contra el ejercicio de la más elemental democracia, se criminaliza a todos aquellos que puedan hablar o escribir algo que vaya en contra de la tesis oficialista. Sin embargo, los historiadores sabemos muy bien que, muy raramente, cualquier proceso histórico puede ser calificado de una historia de buenos y de malos, y la propia Guerra Civil tampoco lo fue. Como tampoco llegó nunca a ser la Segunda República ese “reino de jauja”, esa Utopía de Tomás Moro, que la ley, y los propios socialistas, nos quieren hacer creer.

De la misma manera, muchos de los combatientes de la Guerra Civil, en un bando y en otro, no lo hicieron por supuestas convicciones ideológicas, sino por pura necesidad; y, sobre todo, porque allí les había tocado luchar, y sobre este hecho ya he escrito alguna cosa en este mismo blog (ver “17 de julio de 1936: una historia familiar”, 17 de julio de 2016). Durante los tres años que duró el conflicto bélico, y algunos más que duraron los procesos represivos llevados a cabo por el bando ganador -también en el bando perdedor se habían llevado a cabo esos mismos procesos represivos, en algunos casos, incluso, con un carácter bastante más sangriento, por cierto-, muchos de esos militares fueron sometidos a una especie de “expedientes de limpieza” que en muchos casos significaron duros castigos físicos o profesionales, y en no pocos, incluso, hasta la muerte. Hubo, incluso, militares que, por un motivo u otro, llegaron a ser represaliados por los dos bandos en litigio, como es el caso del protagonista de esta entrada, Manuel Coloma Lafuente, quien descendía de una familia militar oriunda de Cuenca, aunque él había nacido en tierras aragonesas; sobre algunos de los miembros de esta familia, ya he escrito también en este mismo foto (ver “Eusebio Santa Coloma: un soldado conquense en Filipinas”; 26 de mayo de 2016; y “Vicente Santa Coloma, moderado y héroe de la Primera Guerra Carlista”, 19 de junio de 2016), consecuencia, ambos textos, de mi investigación sobre el general Federico Santa Coloma Olimpo, tío de nuestro actual protagonista. De esta última monografía, entresaco lo que en su momento ya publiqué sobre este oficial:

“Dedicado también a la carrera militar como muchos otros miembros de su familia, cuando estalló la Guerra Civil estaría destinado en Burgos como teniente de asalto. Fue detenido en la ciudad castellana el 19 de julio de 1936 por haberse opuesto a la sublevación, junto a otro grupo de militares, guardias civiles y compañeros del Cuerpo de Asalto ; se sabe que en mayo de 1937 todavía estaba ingresado en la cárcel. Por otra parte, un Manuel Santa Coloma Lafuente, natural de Zaragoza, de profesión militar, llegó a Argentina a bordo del transatlántico francés Bretagne. Finalmente, otro Manuel Santa Coloma Lafuente, si no es acaso el mismo, en 1955 seguía vinculado en el ejército, ahora como capitán de infantería, con destino en Barcelona.

¿Cómo se pueden conjugar estas noticias tan aparentemente contradictorias y crear con ellas una única biografía lógica? Lo cierto es que es un problema bastante complicado de resolver, a pesar de que conviene tener en cuenta que las dos ciudades citadas, Zaragoza y Barcelona, estuvieron bastante vinculadas a la peripecia profesional de Julián Santa Coloma. La esposa de éste, hay que recordarlo, había nacido en la provincia aragonesa, y en Zaragoza habían vivido ambos, antes de que él hubiera sido trasladado a Barcelona, ciudad en la que residieron ya hasta la muerte de ambos. El problema se complica aún más si tenemos en cuenta que existe entre los fondos del Archivo Histórico Nacional, copia de otro expediente incoado contra otro Manuel Santa Coloma Lafuente, teniente de asalto como el anterior. Este nuevo proceso fue abierto en el mes de diciembre de 1936, precisamente por el bando gubernamental, por los delitos de traición y asesinato.

Una vez terminada la guerra, el proceso se incorporó a la llamada Causa General. A pesar de que la terminología utilizada por los dos bandos podía llevar en algunos casos a cometer ciertos errores (para ambos, el ejército sedicioso y rebelde era el ejército enemigo), este nuevo proceso es bastante claro: el encargado de tramitarlo era el Juzgado Especial de la Rebelión y Sedición Militar, dependiente de la Secretaría General de los Tribunales y Jurados Populares, de Madrid. El proceso era bastante peliagudo, y no sólo por la supuesta muerte de un miliciano republicano en la calle Lista, la actual calle madrileña de Ortega y Gasset, a manos de Manuel Santa Coloma.

En primer lugar, como prueba de la acusación se presentaba un escrito firmado por varios soldados de infantería el 8 de julio, apenas diez días antes del levantamiento, y dirigida a Manuel Santa Coloma, que respondían de esta forma a una misiva anterior del propio Santa Coloma en la que supuestamente se quejaban de la situación en la que en ese momento se encontraba el país, y también el conjunto de los militares: “En nuestro poder su atenta 1º corrientes llenándonos de grata alegría sus recuerdos, no así algunas de sus manifestaciones, aunque nos hacemos cargo de sus sentimientos morales. Pero no desespere, día llegará que podrá V. tomar plena satisfacción de los sinsabores que ahora le ocasionan, y con qué ansia lo están esperando sus cuatro de infantería…”  Los autores del escrito informaban después que habían solicitado el traslado a Jerez de la Frontera (Cádiz), con el fin de abandonar la capital catalana, ciudad en la que por diversos motivos no se encontraban a gusto.

Por lo que se refiere a la segunda prueba de cargo, se trataba de un artículo que bajo el título de Un Diario, unos tenientes y dos traslados, había publicado en el mes de mayo el diario La Humanitat, un periódico de ámbito catalán que estaba dirigido en un primer momento por Lluis Companys, y que después se había convertido en el órgano oficial del partido Esquerra Republicana de Catalunya.

No eran las únicas pruebas presentadas contra Manuel Santa Coloma. También se presentaba un recorte de periódico en el que, con versos burlescos, se satirizaba a la República, y una carta escrita en alemán que había sido encontrada entre sus papeles. Aunque el sentido literal de la carta es en sí mismo bastante inocente, y además en nada se menciona en ella al propio Santa Coloma, los miembros del tribunal sin duda debieron pensar que el documento debía estar escrito en clave. Hay que entender lo que podía significar una carta escrita en este idioma, en un tiempo en el que los servicios secretos nazis y la Gestapo campaban a sus anchas por el territorio español, en ayuda al ejército de Franco. Por todo ello sería decretada inmediatamente la detención de Manuel Santa

Coloma, que en aquel momento se encontraba en paradero desconocido. Y así seguía el 21 de octubre, cuando el juez militar que había instruido la causa, José Fustegueras, le declaraba rebelde.

El expediente incoado contra él por las autoridades republicanas parece en realidad estar sustanciado más por unos hechos que se remontan como mínimo a unos meses antes de que se produjera el alzamiento. En efecto, los hechos relacionados con el periódico La Humanitat se habían producido en el mes de mayo, y por otra parte, nada sabemos en realidad de la acusación por un supuesto asesinato a un miliciano en una calle de Madrid, algo difícil de entender si tenemos en cuenta que en los meses previos a la guerra, el militar se encontraba a primera vista en Barcelona. Sin embargo, sí podría estar relacionado sin embargo con este asunto un suceso que había tenido lugar el año anterior, del que se hacía eco La Vanguardia, pero que había sucedido en Santa Coloma de Gramanet

¿Qué posibilidades hay de que existan dos militares con un mismo nombre y apellido, coetáneos en el tiempo, y que además compartan el hecho de ser ambos, en el momento de iniciarse la Guerra Civil, tenientes del cuerpo de Guardias de Asalto? El proceso incoado por el gobierno republicano en Madrid, se solventó con una condena en rebeldía por no encontrarse presente el procesado, lo que puede explicarse por su presencia en aquel momento en Burgos, sufriendo desde el inicio de la guerra una pena de prisión que había sido decretada sin juicio de por medio, precisamente por el bando contrario a este otro que ahora le tildaba también de rebelde y traidor. Posiblemente, el hecho de que el militar conquense se encontrara en el momento del alzamiento en situación desconocida fuera lo que moviera a las autoridades, ante todos estos antecedentes, a abrir contra él un proceso penal, suponiéndole haberse adherido al mismo y sin tener en cuenta que en aquel momento se encontraba en Burgos, preso por otra parte del ejército enemigo. El proceso incoado en Burgos, sin embargo, está relacionado más

con una situación de hecho que no puede remontarse a una situación anterior. En efecto, la documentación, aunque también es escasa, parece hacer referencia a un militar que se halla en ese momento en la ciudad castellana, y que al iniciarse el conflicto decide no participar en la sublevación.

En efecto, y aunque no he podido obtener el expediente completo que consta entre los fondos del Archivo General Militar, por tratarse de una persona afecta todavía a la Ley Orgánica 15/1999 de Protección de Datos, no cabe duda de que se trata de una misma persona. Pero, ¿cómo pudo ser procesado tanto por el bando gubernamental como por el bando sublevado, y además en tan corto período de tiempo? Aunque el hecho, a primera vista, pueda parecer extraño y contradictorio, no lo es tanto si tenemos en cuenta la caótica situación vivida en el país durante esos primeros meses de la guerra, con escasa o nula información entre una zona y otra del país. Pero todavía nos queda dar respuesta lógica a una última pregunta: en caso de ser el mismo procesado, ¿por qué se encontraba en Burgos en el momento de iniciarse la guerra? ¿Había sido trasladado a la capital castellana de resultas quizá de los mencionados problemas con la sociedad catalana, y sobre todo con los políticos separatistas?

Conocemos algunas referencias concretas de su carrera militar en los años anteriores a la guerra. En octubre de 1922 aprobaba el quinto ejercicio de la Academia de Infantería de Toledo , y tres años más tarde, ya como alférez, y después de haber terminado sus estudios en la academia era destinado al regimiento de Mahón , posiblemente su primer destino, y más tarde fue trasladado al regimiento de Jaén . Todavía se encontraba en ese mismo destino en el mes de enero de 1926, cuando le era concedido un permiso temporal para viajar a Madrid . Posteriormente, y según publicaba La Correspondencia Militar, era ascendido a teniente en el mes de junio de 1927 , en cuyo empleo regresaría otra vez al mismo regimiento de Jaén tres años después .

Ya a punto de desencadenarse la Guerra Civil, su nombre aparecía en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, en su edición del 28 de junio de 1936, al serle reconocida una paga de 1.100 pesetas por los once años de servicio como oficial, lo que haría retrotraer en este caso su nacimiento, una vez más, a varios años antes de la boda de sus padres . Sería probablemente por aquellas fechas cuando se pasaría a la Guardia de Asalto. Muchos fueron los compañeros de armas que se habían incorporado a la oficialidad este cuerpo policial que había creado la República, y que después, durante la guerra, se mantuvo fiel a ésta en su mayoría. Es conocido el caso del teniente José del Castillo, que fue asesinado el 12 de julio por cuatro pistoleros de extrema derecha en la madrileña calle de Fuencarral, un día antes de que fuera también asesinado, en respuesta a este crimen, el político cedista José Calvo Sotelo.

Poco tiempo después, el 1 de julio de 1937, la situación de los tenientes de asalto Manuel Santa Coloma y Antonio Carvajal, pasaba a ser la de procesados, de acuerdo a lo que determinaba el artículo noveno del decreto del 7 de septiembre de 1935 . El juicio debió ser bastante rápido, pues ya el 29 de diciembre de 1937, Santa Coloma era condenado a la pena de doce años y un día de reclusión por el delito de auxilio a la rebelión, con la pena accesoria de la pérdida del empleo correspondiente en el ejército. Por ello, con fecha 26 de febrero del año siguiente causaba baja en el mismo, según

decreto que firmaba el general Luis Valdés Cabanilles, general subsecretario del ejército . Sin embargo, el 25 de mayo de 1940 le fue conmutada la pena por la de dos años de prisión menor. Y habiendo permanecido alejado del servicio hasta el 22 de abril de 1948, ¿dónde estuvo Manuel Santa Coloma durante estos primeros ocho años de la posguerra? ¿Fue entonces cuando se exilió temporalmente en Argentina, si es que acaso se trata de la misma persona? Y sobre todo, ¿por qué le fue conmutada la pena por otra muy inferior a ella en tiempo y circunstancias?

Y para complicar aún más las cosas, según se desprende de una solicitud posterior del propio interesado, de la que luego hablaremos, debió haberse incorporado a las filas del ejército de Franco antes incluso de que terminara la guerra. En efecto, el 20 de enero de 1938 era ascendido a capitán y destinado al batallón 176 de la 73 división, unidad en la que prestó, por un breve periodo de tiempo, servicio de campaña; estos datos no concuerdan demasiado con su anterior condena por doce años. Finalmente, el día 30 de marzo quedaba a disposición de la autoridad judicial militar por haber sido reclamada su causa, y el 12 de septiembre de 1939 le era por primera vez rebajada su pena a la de tres años y un día. Finalmente, tal y como se ha visto, le sería nuevamente conmutada la pena por la de dos años, de acuerdo al dictamen de la Comisión de Examen de Penas.


El 22 de abril de 1948 “se le concedió la sustitución de la pena accesoria de separación del servicio por la de suspensión de empleo, pero sin que determine concretamente que esa sustitución tenga efectos retroactivos, por lo que los efectos de la pena accesoria de separación del servicio se mantuvieron hasta la fecha de esa sustitución por la de suspensión de empleo”. Este hecho, lo que significaba en realidad es su incorporación de nuevo al ejército, aunque con la pérdida efectiva de los derechos que le pudiera haber correspondido entre 1937 y 1948. En efecto, a finales de 1949 el propio Manuel Santa Coloma interponía ante la Presidencia del Gobierno un recurso de agravios contra el acuerdo del Consejo Supremo de Justicia Militar, que con fecha de 19 de febrero había decidido denegarle los haberes correspondientes a ese periodo. No obstante, con fecha 17 de febrero del año siguiente, el Consejo de Ministros acordaba desestimar la solicitud del interesado, en un documento que lleva la firma del subsecretario del Consejo de Ministros, el almirante Luis Carrero Blanco . Finalmente, ya en el mes de junio de 1982, durante el gobierno socialista de Felipe González, se le

reconocerían por fin los derechos económicos del periodo en que se mantuvo obligatoriamente alejado del ejército, tal y como sucedió también con otros muchos militares que habían servido durante la guerra en el bando republicano .

Pero todavía en la década de los años cincuenta, probablemente la negativa de las autoridades militares de denegarle la solicitud, así como la difícil situación profesional en la que debía encontrarse por su situación personal, le conducirían a abandonar el ejército, y quizá también el país. Y es que, tal y como se ha dicho anteriormente, cierto militar de este nombre y nacido también en Zaragoza, se embarcó en el puerto de Barcelona en la nave Bretagne con destino a Buenos Aires el 13 de octubre de 1953, a la edad de cuarenta y cinco años, lo que significaría que éste había nacido en el año 1908, o incluso a finales de 1907; los datos concuerdan con los de nuestro protagonista, que como sabemos por su expediente militar había nacido a finales de 1907 en Maella (Zaragoza), diez años antes por lo tanto de que sus padres hubieran contraído matrimonio, y dos años antes de que el padre hubiera sido trasladado desde el batallón de la reserva de Barcelona hasta el regimiento de Aragón. El barco era propiedad de la compañía marítima Transports Maritimes Marseille-Paris, y hacía la ruta entre Nápoles y Buenos Aires, con paradas intermedias en Génova, Marsella, Barcelona (ciudad en la que embarcó Santa Coloma), Dakar, Brasil y Uruguay . Este barco era gemelo del Normandie, que en el momento de su votación, en 1932, había sido el transatlántico más grande del mundo, y que diez años más tarde, en plena Segunda Guerra Mundial, fue requisado por las autoridades norteamericanas para convertirlo, con el nombre de USS La Fayette, en un barco de transporte rápido de tropas. En 1942 se hundiría en el puerto de Nueva York, al no poder soportar el peso del agua empleada por los bomberos para sofocar un incendio que le hizo escorar a babor.

En el momento de su emigración a tierras argentinas, su estado civil era casado. En agosto de 1955, y según la prensa catalana era uno de los oficiales que, no habiendo pasado todavía la obligatoria revista anual de armas, debía presentarse a la mayor brevedad posible en el Negociado de Asuntos Generales del Gobierno Militar de Barcelona ; el hecho de encontrarse en ese momento fuera de la ciudad condal pudo justificar esta demora. Sin embargo, su estancia en el continente americano fue corta en

ese caso. A finales del año 1967 parece encontrarse de nuevo en Barcelona, según se desprende de una breve mención que a él se hace en el diario La Vanguardia, por una multa de tráfico, debido a una infracción cometida por no haber respetado las señales luminosas de un semáforo, multa que fue sobreseída después de estudiadas las alegaciones presentadas por él . Por aquellas mismas fechas, dos hijos de Manuel Santa Coloma Lafuente y de María Josefa Echagüe Bouza, Julián y María del Pilar Santa Coloma, se casaban respectivamente en 1961  y 1970, con sendos miembros de la alta sociedad barcelonesa. No debe perderse de vista tampoco el nombre de uno de sus hijos, Julián, que coincidiría con el de su abuelo, y también el de su tatarabuelo.

El último dato sobre su vida es una nota necrológica publicada en El Periódico de Catalunya correspondiente a la edición de 8 de marzo de 2003 . Según este dato, Manuel Santa Coloma había muerto en la capital catalana a la edad de noventa y cinco años. Tal y como podemos ver, la fecha de nacimiento cuadra también con la edad que nuestro protagonista tenía a la hora de abandonar el país y buscar otra vida en Argentina. Son, en definitiva, muchos datos contradictorios, es cierto, que podrían resolverse después de una consulta al expediente personal completo del interesado, consulta que, tal y como se ha dicho, me ha sido imposible de realizar, en virtud de la Ley de Protección de Datos.”

Desde que publiqué las líneas anteriores, poco más es lo que he podido saber sobre este militar, a pesar de mis contactos que, por vía de internet, he podido tener con el bisnieto de nuestro protagonista, Lluc Santa Coloma Vila. Él mismo fue quien, a la vista de la información que había podido publicar sobre sus antepasados, se puso en contacto conmigo, enviándome algunos documentos que, sobre su bisabuelo, había podido encontrar. Me confesó que había tenido el mismo problema que yo a la hora de solicitar del Archivo General Militar de Segovia, pero me remitió algunas publicaciones de prensa que él había encontrado, publicaciones que me sirvieron para confirmar algunos aspectos sobre la vida del interesado. En efecto, Manuel Santa Coloma Lafuente había nacido en Maella, en la provincia de Zaragoza,  el 26 de noviembre de 1907, y después de haber pasado por la academia militar, pudo obtener su primer empleo de teniente, según recogía el periódico La Correspondencia Militar, correspondiente al día 2 de junio de 1927. A partir de este momento se inició una carrera militar, que sirvió de apoyo para que, poco tiempo antes de que se iniciara la Guerra Civil, nuestro protagonista abandonara temporalmente el ejército, pasando a ocuparla graduación de teniente en el cuerpo de los Guardias de Asalto, como otros muchos compañeros de la época.

Entre los documentos que me envío en ese momento su bisnieto, cabe destacar la portada del juicio que, iniciado ya en 1936 por un juzgado especial de instrucción, por, y recogemos literalmente dicha portada, “traición y asesinato contra el teniente de asalto que fue Manuel Santa Coloma Lafuente”, en la que, además, figura, escrito a mano con un lapicero de color rojo, la palabra “rebelde”. Junto a este documento figura también una ficha, datada en 1937, a nombre de nuestro protagonista, según la cual consta que había formado parte del ejército popular de Guecho, en la provincia de Vizcaya, así como su pertenencia al Cuerpo de Seguridad y Asalto, aunque se hacía constar, al mismo tiempo, que había sido dado de baja por el Comité Central del Frente Popular, con fecha de 10 de noviembre del año anterior. Del mismo modo, en el Diario Oficial del Ministerio de la Defensa, correspondiente al día 7 de enero de 1938, Manuel Santa Coloma era declarado desafecto al régimen republicano, según la orden del 20 de octubre de 1936, siendo, por ello, dado de baja del ejército de la República, con la pérdida de todos los dere3chos y ventajas inherentes a ello.

Poco más es lo que podemos saber de los años siguientes. Sí, que en el boletín oficial del ejército, correspondiente al 2 de marzo del año siguiente, se publicaba la desestimación del recurso que el interesado había realizado para que se le reconociera el cobro de seiscientas pesetas, en concepto del reconocimiento de los derechos pasivos del periodo de tiempo en el que él había estado separado del ejército. Según se recogía en el documento, Santa Coloma Lafuente había estado separado del ejército, por condena, en 1937, y aunque se había reincorporado más tarde, probablemente al ejército nacional, había vuelto a causar baja el 22 de abril de 1948. Para la desestimación de estos supuestos derechos, el tribunal se basaba en diferentes leyes que habían sido promulgadas entre 1940 y 1945.



martes, 14 de junio de 2022

Dos nuevos estudios sobre Cuenca y los conquenses durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial

 

En los últimos meses han visto la luz dos nuevos libros, que son resultado de las respectivas investigaciones realizadas por sendos historiadores, doctores ambos en historia contemporánea, que cuentan ya, los dos, con una destacada bibliografía sobre esos años tan complejos de la primera mitad del siglo pasado, marcados por la violencia y el apogeo de políticas extremas, y en muchos casos populistas, como fueron el fascismo y el comunismo; años marcados, sobre todo, en el ámbito nacional, por la Guerra Civil española, y en el ámbito internacional, por la Segunda Guerra Mundial. Dos autores que, como decimos, han dedicado buena parte de su trayectoria científica e intelectual, a esta etapa de nuestra historia, muchas veces olvidada, y casi siempre mal entendida. Se trata de los doctores Ángel Luis López Villaverde y Ana Belén Rodríguez Patiño.

Ana Belén Rodríguez Patiño dedicó su tesis doctoral, precisamente, al desarrollo de la Guerra Civil en la provincia de Cuenca, un territorio, por otra parte y como es bien sabido, que se mantuvo durante todo el tiempo que duró el conflicto en la retaguardia republicana. Y es que, cuando estudiamos un tema tan apasionante, y apasionado, como es la Guerra Civil, al igual que sucede siempre con cualquier otro conflicto bélico, tendemos muchas veces a hablar sólo de las grandes batallas, de las operaciones militares, y a olvidarnos de la importancia que la retaguardia puede tener también en el desarrollo de la guerra. Aquella primera tesis fue resumida por la autora, y ampliada a un mismo tiempo,  con dos pequeños libros, titulados respectivamente “La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939). Del 18 de julio a la Columna del Rosal” y “La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939). De la pugna ideológica a la revolución”; y más tarde, en colaboración con Rafael de la Rosa Rico, y su impresionante colección fotográfica sobre nuestra ciudad, un nuevo volumen, bajo el título de “Represión y Guerra Civil en Cuenca. Nuevos testimonios u fotografías”. En este nuevo estudio sobre la Guerra Civil en nuestra provincia, se ha decidido a profundizar en un tema que hasta ahora se hallaba completamente inédito: la llamada Quinta Columna, y su realidad en el territorio conquense, como factor de importancia en la definitiva liberación de nuestra ciudad por las tropas nacionales.

Antes de entrar a analizar el libro en sí mismo, conviene tener claro qué es lo que se entiende realmente cuando hablamos de la quinta columna, un término que a veces es empleado de una forma diferente a lo que significó cuando fue acuñado, en plena Guerra Civil. De esta forma, si echamos mano de la Wikipedia, podemos leer lo siguiente: “Es una expresión para designar, en una situación de confrontación bélica, a un sector de la población, que mantiene ciertas lealtades (reales o percibidas) hacia el bando enemigo, debido a motivos religiosos, económicos, ideológicos o étnicos. Tal característica hace que se vea a la quinta columna, como un conjunto de personas potencialmente desleales a la comunidad en la que viven, y susceptibles de colaborar de distintas formas con el enemigo.”

En realidad, la invención de la expresión se atribuye al general Emilio Mola, uno de los principales líderes del ejército sublevado, quien la pronunció, según la teoría mayoritaria entre los historiadores, en el transcurso de una alocución radiofónica, cuando se refería al avance de las tropas nacionales sobre Madrid. Así, al referirse a las cuatro columnas militares que, bajo su mando, avanzaban en ese momento, otoño de 1936, sobre la capital de España, desde Toledo, Sigüenza, la propia sierra madrileña y la carretera de Extremadura, era necesaria también la existencia de una “quinta columna” que, formada también por militares, pero principalmente por civiles, y con el fin de socavar la resistencia republicana, trabajara desde dentro de la ciudad, creando una estado de opinión favorable a los sublevados. La frase de Mola, o según otros autores inventada por otro de los generales nacionales, José Enrique Varela, tuvo tanto éxito, que a partir de ese mismo momento se popularizó tanto entre ambos ejércitos, y en los medios de comunicación, que desde entonces, y sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial, ha sido utilizada en todos los conflictos bélicos que se fueron desencadenando repetidamente en los años siguientes, y sigue siendo utilizada en el actual conflicto de Ucrania, e3n este caso para referirse a la población rusa de la región del Donbás.

Dicho esto, ¿se puede hablar, realmente, de una quinta columna en la ciudad y en la provincia de Cuenca, durante los años de la Guerra Civil? Y en el caso de que sea así, ¿Quién o quiénes formaban esa quinta columna, cuando es un hecho suficientemente conocido, que la supresión de los elementos favorables al bando sublevado, religiosos y creyentes, y políticos de derecha, sobre todo, por parte del gobierno republicano, fue brutal en toda la provincia de Cuenca durante los primeros meses de la guerra? La autora lo tiene bastante claro: esa quinta columna, por supuesto, y como sucedió en todas las ciudades que seguían estando del lado republicano, también existió en nuestra ciudad; y no sólo eso: su actividad, realizada, por supuesto, de manera clandestina, a escondidas de las autoridades, fue vital hasta el mismo momento de la liberación, que se llevó a cabo pocos días antes de la toma definitiva de Madrid, el día 1 de abril de 1939. Y uno de los elementos más significativos de esa quinta columna, además de la actividad realizada por algunos de los miembros de la Iglesia, fue, también en Cuenca, el partido de Falange, especialmente desarrollado desde el primer momento de su fundación, en algunos de los pueblos de la Manchuela, como Quintanar del Rey.

Es cierto que en el verano de 1936, durante las primeras semanas de la guerra, tal y como ya se ha dicho, la represión republicana había sido brutal, y que fueron asesinados muchos de los máximos dirigentes provinciales del partido, al mismo tiempo que se ejercía también ese misma represión contra algunos elementos de la Iglesia, desde seglares católicos hasta el propio obispo de la diócesis. Sin embargo, en los meses siguientes, pasada ya la plena ebullición represiva de los primeros días, la propia Falange pudo reorganizarse, como sucedió también en otras ciudades de España, pasando a organizar algunos trabajos soterrados en contra de las instituciones republicanas, desde hacer proselitismo en favor de los sublevados, hasta organizar huidas en favor de aquellos que, perseguidos por las autoridades, corrían grave riesgo de ser detenidos.

A esas actividades antigubernamentales no eran ajenas tampoco las mujeres, algunas de las cuales se encontraban todavía en una edad casi adolescente, organizadas en Cuenca, como en otros puntos, alrededor de la Sección Femenina. La doctora Rodríguez Patiño ha dado nombre a alguna de aquellas mujeres valientes, que no dudaron en arriesgar su vida en defensa de sus ideales -no entro aquí a juzgar esos ideales, porque lo que realmente nos interesa es el hecho de que lo hicieron- , mujeres muy jóvenes algunas de ellas, de entre quince y diecisiete años, que durante la guerra habían seguido los pasos de otras mujeres, como la madrileña María Luisa Martínez-Kleiser, la hija del conocido escritor Luis Martínez Kleiser, y que era a su vez la esposa de otro derechista conquense reconocido, el abogado Cayo Conversa Muñoz, hijo, a su vez, del antiguo alcalde de Cuenca de la época primorriverista, Cayo Faustino Conversa Martínez, y él mismo, en 1930, nombrado presidente de la Diputación Provincial de Cuenca. Mujeres que, todas ellas, después, en la posguerra, cuando la provincia y el país se vieran por fin sacudidas por el aire reconfortante de una paz ganada tras la victoria, serían reconocidas por el conjunto de la sociedad conquense.

Pero si hay un nombre que ejemplifica por sí mismo la actividad de la quinta columna en la ciudad de Cuenca, líder en la arriesgada tarea de sacar de la provincia a los elementos perseguidos por el gobierno republicano y llevarles hasta un lugar seguro, al otro lado de las líneas del frente, ese fue, sin duda alguna, José4 Roibal Pérez, un mecánico que era el padre del quien después se convertiría en el reconocido pintor conquense Luis Roibal. Él mismo terminaría pagando aquella actividad con su propia vida, tal y como recoge, a partir de los testimonios de su hijo, la doctora Ana Belén Rodríguez Patiño:

“José Roibal contactó con sus amistades para escapar hasta Teruel. Lo intentó en una etapa muy temprana, en los primeros meses de 1937, lo que demuestra la existencia de expediciones hacia el bando contrario desde que acabara el conflictivo 1936.  Y también evidencia el acercamiento con la Falange Clandestina de Madrid. Quizá no fuera él sólo quien organizara la quinta columna, pero no cabe duda de su importancia en ella. Con todos estos datos, la policía republicana optó por esperar y ver hasta dónde podían extraer mayor información de Roibal y otros falangistas escondidos. Le permitieron mover los hilos para conseguir un coche que le facilitara la huida, pero alguien dio el aviso de su fuga. Y así, en la noche del 12 de abril, una vez subido en ese coche, al lado de una supuesta persona de confianza llegada desde la capital, y de quien José Roibal tenía referencias o conocía directamente, iniciaron el camino hasta la zona nacional. Pasada la población de La Melgosa, a poco más de 50 km. de la capital, cuando llevaban una hora de camino y estaban lejos de núcleos rurales, el coche se detuvo, y Roibal fue sacado al exterior y abatido a balas.”

El asesinato de José Roibal no paralizó totalmente a la quinta columna conquense, como lo demuestra la actividad que, en el bandeo republicano, tuvo también, hasta el mismo final de la guerra, el Servicio de Investigación Militar. Y es que, como es lógico suponer, los gobiernos local y provincial no se quedaron parados ante la actividad quintacolumnista de los individuos favorables al bando de los sublevados, como no lo hizo tampoco el gobierno republicano del país, que por decreto del 6 de agosto de 1937, del Ministerio de Defensa, creaba el citado Servicio de Investigación Militar -el temido SIM-, que en Cuenca estableció sus oficinas centrales en una casa de la que entonces se llamaba calle del General Lasso -hoy calle de San Juan-, y que además contaba con varios edificios carcelarios, como los del Seminario Conciliar y el convento de carmelitas descalzas, ambas propiedades de la Iglesia que habían sido expropiadas al principio de la guerra, o la llamada Casilla de San José, a la entrada de la carretera de Valencia, tristemente desaparecida hace algunos años en aras de una nueva urbanización de la zona que, sin embargo, podía haber respetado un edificio tan singular para la historia de Cuenca. En estos edificios fueron encarcelados, muchas veces sin juicio previo, multitud de elementos derechistas, y de ellos fueron sacados después, casi siempre de noche y en ausencia de testigos, para recibir un último “paseíllo”, que siempre terminaba, irremediablemente, con una ración de plomo en el pecho o en la cabeza.



El segundo de los libros que quiero comentar en esta entrada, es el último trabajo del doctor Ángel Luis López Villaverde, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha en su campus conquense: “En la guerra como en el amor. Emociones e historia de un voluntario de la División Azul y banalización de la cruzada contra el bolchevismo”. En la línea de esa microhistoria que caracteriza a otros estudios previos de este historiador, y que hizo especialmente popular la tan comentada obra del historiador italiano Carlo Ginzburg, abanderado de la Nouvelle Hostorie, la tercera generación de la llamada Escuela de los Anales”, “El queso y los gusanos”, López Villaverde profundiza en uno de esos voluntarios conquenses que, formando lo que vino a llamarse la División Azul -en realidad, la División Española de Voluntarios, que ese es realmente su nombre oficial-, que, incorporada a la Wehrmatch, a ese ejército alemán que en su momento se consideraba prácticamente imbatible, como los ejércitos napoleónicos cine años antes, y enviados con él al frente ruso, quería, tal y como aparece en su ideario, y titula uno de los capítulos del libro, erradicar el comunismo, convertir fieles, y salvar a España”. Ángel Rico Escudero, el protagonista de la obra, fue uno más de los centenares de divisionarios conquenses -aunque no había nacido en nuestra provincia, de donde, sin embargo, su familia sí era oriunda, Ángel Rico era un vecino más de nuestra ciudad en el momento de su alistamiento, porque a Cuenca había regresado, con el resto de la familia, cuando se produjo el fallecimiento de su padre-. Uno más, como tantos otros, pero a través de sus vicisitudes, primero en los campos de entrenamiento alemanes y más tarde, ya en campaña, se puede seguir, al menos en padre, las vicisitudes generales por las que todos ellos tuvieron que pasar en los años de la Segunda Guerra Mundial.

El punto de partida de este libro es una colección de postales que por casualidad, fueron halladas por el cineasta conquense Juan Ramón Fernández Serrano -Juanra Fernández-, también profesor, como el autor del libro, en la Universidad de Castilla-La Mancha. Las postales habían sido remitidas desde Alemania, desde el propio frente, y también, las últimas de ellas, desde el hospital en el que había sido ingresado el protagonista, con el fin de curarse de sus heridas, y tenían como única destinataria a la novia del soldado, Conchita Rubio, con la que después terminaría por casarse. La intención del autor, en un primer momento, fue la de convertir aquellas postales en el guion de un documental que tratara la realidad de los divisionarios. Sin embargo, López Villaverde se dio cuenta desde un primer momento, de las claras posibilidades historiográficas que tenía en la mano, y en base a una importante documentación, procedente de diferentes archivos conquenses y foráneos -el Archivo Histórico Provincial de Cuenca y el Archivo Histórico Militar de Ávila, principalmente-, de la prensa local -Ofensiva- y nacional -ABC-, y de algunas fuentes orales -las proporcionadas por uno de los hijos de la pareja, José Manuel Rico Rubio-, ha logrado trazar la peripecia vital del protagonista, desde los años de su movilización e incorporación a filas, primero durante la Guerra Civil y más tarde durante la Segunda Guerra Mundial, hasta los años posteriores a su repatriación, que se produjo algunos meses antes que la repatriación general del conjunto de los divisionarios, debido a una herida de guerra que si no fue lo suficientemente grave para ser declarado mutilado de guerra, si lo fue para poder abandonar, antes de tiempo, las trincheras rusas y el frente de guerra.

A través de este conquense, de origen y de adopción, el doctor López Villaverde logra responder algunas preguntas sobre una institución tan polémica, denostada por unos y alabada por otros, como es ésta de la División Azul. Preguntas tan importantes como si el grueso de sus miembros fueron realmente voluntarios, o si en realidad eran otras las motivaciones que les movieron a alistarse a filas y marchar a un frente y a un territorio, que en realidad les eran ajenos. Preguntas relativas al verdadero papel que los españoles jugaron en la represión contra los soldados rusos que habían sido tomados prisioneros, o contra el conjunto del pueblo ruso, principalmente los judíos, como miembros de un ejército, el alemán, que sería condenado en Nuremberg por graves delitos de crímenes de guerra -bien es verdad que en cualquier guerra, al final, sólo son juzgados por este tipo de delitos los ejércitos vencidos, y que los crímenes de guerra cometidos por los vencedores siempre quedan impunes-. Preguntas como cuál fue verdaderamente la acogida que los voluntarios, una vez repatriados, tuvieron entre el conjunto de la sociedad española. La labor del historiador es hacerse preguntas respecto del pasado para, con el rigor científico que es lógico suponerle, y con una honradez intelectual y profesional, encontrar las respuestas a todas esas preguntas, a partir de las diferentes fuentes consultadas.

Un tema, a priori, contrapuesto, éste de la guerra y el amor, pero que muchas veces ha ido en consonancia. A este respecto, el propio López Villaverde ha escrito lo siguiente: “Aceptar el reto de reconstruir la historia particular de un divisionario a partir de las huellas que dejó la correspondencia a su prometida, una veintena de tarjetas postales, y de alrededor de una cincuentena de fotografías, en su viaje, estancia y regreso del frente ruso, resulta especialmente atractivo para quien se ha interesado en anteriores trabajos por una perspectiva micro y los enfoques desde abajo. Aunque no es fácil, se trata de narrar el viaje emocional de una experiencia bélica donde las percepciones y sentimientos tienen más protagonismo que los aspectos militares. Unas percepciones que se van significando entre la salida y el regreso, y que forman parte de una memoria histórica contrapuesta a la democrática. El punto de partida era cómo explicar unas declaraciones de amor mientras se viajaba a miles de kilómetros de casa para invadir un país de la mano de la mayor maquinaria de guerra del momento, para culminar la obra iniciada durante la Guerra Civil, matar comunistas para salvar una civilización como la cristiana. A lo largo de esta investigación, las percepciones de Ángel Rico se han puesto en diálogo con las de otros divisionarios. Uno de ellos, Dionisio Ridruejo, falangista pronazi, llegó a escribir bellos sonetos mientras se preparaba para el combate. También entre los brigadistas internacionales hubo poetas, como Edwin Rolfe. Y es que la poesía, como otras manifestaciones artísticas, han bebido de las guerras desde el principio de los tiempos.”

El lector debe perdonar la larga cita que acabo de transcribir, que por otra parte resume a la perfección una realidad que muchas veces ha sido olvidada. Una realidad que se remonta, como dice el autor del libro, al origen de toda la literatura -ver, si no, ejemplos tan clarificadores como la Iliada de Homero, o la Eneida de Virgilio-, que tan importante ha sido siempre en la tradición literaria española -desde el Cantar del Mio Cid hasta los hermosos poetas de Francisco de Aldana-, y que está también presente en la literatura actual, incluso entre los poetas más pacifistas. Recordemos, si no, los mágicos versos de Miguel Hernández, que fueron escritos en prisión: “ Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes, tristes. // Tristes armas / si no son las palabras. // Tristes, tristes. // Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes, tristes.



miércoles, 26 de agosto de 2020

Fraude y violencia en las últimas elecciones republicanas”

En los primeros meses de 1936, la Segunda República se disponía a hacer frente a lo que iban a ser sus últimas elecciones generales, que se iban a ver afectadas por un innumerable número de atentados, muchos de los cuales terminarían además con el resultado del fallecimiento de algunos de los diferentes partidarios de las posturas contrapuestas que se hallaban en liza. Fueron unos meses de inusitada violencia, si no fuera porque esa violencia también habían sido común durante todo el periodo republicano, en los que cualquier cosa valía a lo hora de defender los ideales, y en los que hacerlo públicamente era un ejercicio de valor y de inconciencia, algo que no es del todo compatible con una verdadera democracia, tal y como ahora se pretende que lo fue el periodo comprendido de la historia de España que va desde 1931, cuando se produjo la expulsión del país del monarca Alfonso XIII y la proclamación de la república, hasta ese mismo año de 1936. Sobre este periodo de nuestra historia se han vertido ríos de tinta, y una polémica ideológica que, en demasiadas ocasiones, ha llevado incluso al ataque personal entre los defensores de una y otra postura. En efecto, escribir sobre la Segunda República y todo ese periodo histórico que se ha sucedido desde ese momento, incluso hasta etapas muy posteriores como la de la transición democrática, resulta todavía hoy difícil de realizar.
              
Aquellas elecciones fueron ganadas por el Frente Popular, la coalición de partidos de izquierda, pero la victoria de esos partidos que conformaban el frente resultó muy polémica incluso desde mucho tiempo antes de que esas elecciones llegaran a celebrarse, tal y como demuestran en su estudio Roberto Villa García y Manuel Álvarez Tardío, en un libro que, ya desde su título, “1936, fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular”, es bastante clarificador de las intenciones de sus autores. Desde luego, nadie puede poner en duda, más allá de determinadas posturas ideológicas que en principio deberían ser ajenas a todo estudio historiográfico, que la Segunda República española no fue ese paraíso perdido, esa Atlántida de Platón, que algunos quieren ver. Nacida de por sí a partir de un fraude de ley, unas elecciones municipales que en ningún caso, por el hecho de ser sólo municipales, no deberían haber supuesto el cambio de un sistema de gobierno, dos años más tarde, en 1933, albergó una revolución ilegal que pretendía llevar a cabo un paso más hacia el estado social-comunista que ya no tuviera marcha atrás. Recogemos, en este sentido, las palabras de los autores del texto en lo que a esto se refiere: “Octubre era una revolución y, como tal, estaba destinada a establecer definitivamente el socialismo, que ellos concebían como su apropiación permanente del poder, que se fundaría en la subsumisión del Estado a la UGT, propietaria y administradora de los grandes medios de producción y distribución económicos”.
               ¿Qué es lo que, en sólo cinco años, los que separan la proclamación de la república y el estallido de la guerra, llevó al colapso total de este sistema de gobierno? Aunque este libro, en esencia, no trata de explicar los motivos de ese colapso, sus autores dan algunas pistas de ello: la política religiosa de la república, o por mejor decir, antirreligiosa, que en este sentido hay que recordar que las primeras quemas de iglesias y los primeros ataques contra algunos religiosos se habían producido ya en ese mismo año 1931; el fraude y la violencia políticas, que si bien llegó a sus últimas consecuencias en ese año de 1936, estaban ya presentes también en los anteriores gobiernos republicanos; la política social y económica, hondamente socialista, en una España que todavía no estaba preparada para ello;… Todos estos aspectos, y algunos más, llevaron a algunos defensores antiguos de la república, en muy poco tiempo, a cambiar de opinión y atacar, abierta o sibilinamente, al sistema republicano. Es conocida la postura del rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno, en los primeros momentos del golpe militar, que de forma bastante fiel a la realidad ha sabido plasmar en el cine el director Alejandro Amenábar en su última película, “Mientras dure la guerra”. Ortega y Gasset, que en 1931 había sido miembro de la Agrupación al Servicio de la República, una asociación de intelectuales que defendían la república, llegó a proclamar poco tiempo después aquella conocida frase, “No es eso; no es eso”, en la que pretendía hacer ver la realidad en la que se había convertido la realidad republicana. Y José Sanjurjo, que al proclamarse ésta en abril de 1931 era director de la Guardia Civil, y que como tal había puesto al instituto armado del lado de los republicanos, se convirtió poco tiempo después en uno de sus principales enemigos, hasta el punto de haberse convertido en uno de los principales referentes entre los militares golpistas. Son sólo algunos ejemplos de cómo una política fallida y revanchista fue cambiando, ella sola, todo el paisaje político de España, para terminar por convertirlo en un campo de batalla ideológica.
               Así las cosas, España comenzaba el año 1936 sumida todavía en un proceso revolucionario, que había comenzado en 1931 desde el gobierno para terminar por trasladarse, dos años más tarde, después de la victoria de los partidos de derechas, a la oposición. En 1933, la izquierda no pudo soportar su derrota, que de alguna manera paralizaba su proyecto socialista, y a partir de ese momento intentó por todos los medios, tal y como también proclamó un conocido dirigente comunista actual hace pocos años, después de otra derrota electoral de su partido, “ganar en la calle lo que habían perdido en las urnas”; algo que no es propio, desde luego, de un sistema político verdaderamente democrático. Así, en los primeros meses de 1936, los fallecidos por la violencia política podían contarse ya por decenas, tanto entre los defensores de una y otra postura política, como entre las fuerzas del orden. Y conforme avanzaba el calendario y se acercaban las fechas electorales, ese número fue aumentando exponencialmente. Recogemos de nuevo las palabras que sobre ello han escrito ambos autores, profesores los dos de la Universidad Rey Juan Carlos:
               “Al igual que con el número de encarcelados, se multiplicó la cifra de víctimas mortales de la represión, que estos medios estimaron en 4.000 o 5.000, números que continuaron creciendo hasta la víspera de la jornada electoral. Ante este tipo de propaganda, en 11 de enero Portela dio instrucciones a la Fiscalía de la República para que actuase contra todo ataque al Ejército, Guardia Civil o cualquier otro de los institutos armados, y advirtió que instituiría la censura previa si los medios de izquierda no actuaban con mayor responsabilidad.” Y más adelante continúan: “Los falangistas, los socialistas y los comunistas fueron los grandes protagonistas de esta violencia: uno de cada dos episodios corresponde a choques entre ellos. Los falangistas estuvieron, por tanto, muy por encima de los cedistas, que protagonizaron un 22% de los choques, o de los monárquicos y los tradicionalistas, en torno al 10%. Apenas aparecieron en esos episodios los republicanos moderados, y solo en muy pocos casos los de izquierdas”.
          Después de leer el libro, el lector ya no tiene dudas respecto a lo que pudo motivar, poco tiempo más tarde, el estallido de la Guerra civil, si es que acaso todavía las tenía antes de comenzar a leer el libro: el clima político en España era en aquel momento irrespirable, por culpa, sí, de la extrema derecha, representada por el nuevo partido de Falange -en ningún caso, como se ha dicho, por la CEDA-, pero también por la extrema izquierda de los partidos socialistas y comunistas. No se trata de defender desde el atril del historiador esa otra violencia, mucho más sangrienta todavía, que fueron los tres años de guerra civil, sino sólo de explicarla y comprenderla; esa es, realmente, la labor del historiador, más que la de colocarse en la posición de defensor de determinadas posturas ideológicas. Y es que los partidos de izquierda y de derecha, pero sobre todo los de izquierda, se convirtieron en adalides ideológicos de una democracia que, mirando en retrospectiva, no era tal, o no lo era al menos desde una forma moderna y actual. Es un hecho que no puede negarse cuando leemos los escritos de los propios dirigentes políticos, como los diarios del propio Manuel Azaña o los discursos de algunos de los dirigentes de los partidos, como el socialista Francisco Largo Caballero, quien, y recogemos de nuevo las palabras de Villa García y Álvarez Tardío, “lo expresa de forma paladina en su mitin madrileño del 12 de enero. Recordó a los republicanos que el PSOE ya no luchaba por la República democrática, sino por el socialismo y una dictadura del proletariado semejante a la Unión Soviética, a la que dedicó elogios y para la que hubo una atronadora ovación. Caballero avisó igualmente a los dirigentes republicanos de que la colación electoral era circunstancial y de que, cualquiera que sea el programa que se publique, los socialistas no hipotecaban absolutamente nada de nuestra ideología y de nuestra acción.”
          
                

              

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