En
la entrada anterior ya hice una pequeña referencia a uno de esos nuevos linajes
que nacieron en la ciudad del Júcar a lo largo de todo el siglo XV, los
Carrillo de Albornoz. Ahora quiero detenerme de manera más concreta en uno de
los miembros de ese linaje, Pedro Carrillo de Albornoz y Toledo, y sobre todo
en dos de sus hijos, Luis y Gómez Carrillo de Albornoz, que vivieron a caballo
de los siglos XVI y XVI. Eran tiempos difíciles, en los que una manera de ver
el mundo estaba desapareciendo, siendo sustituida paulatinamente por el nuevo
régimen, que se corresponde con la Edad Moderna.
Pedro
Carrillo de Albornoz era hijo de cierto Gómez Carrillo de Albornoz, conocido en
la historiografía como “El Feo” para diferenciarlo de otros familiares del
mismo nombre y apellido, y nieto de Álvaro Carrillo de Albornoz (quien por su
parte había sido, al mismo tiempo, heredero de la casa de Albornoz, como nieto
que era de Urraca Álvarez de Albornoz, hija a su vez de Alvar García de
Albornoz, y hermana, por lo tanto, del cardenal Gil de Albornoz). Su madre era
Teresa de Toledo, hija del primer conde de Alba de Tormes, Hernán Álvarez de
Toledo. Alcalde de los hijosdalgo de Castilla, como lo fueron también otros
miembros de su familia, este Gómez Carrillo de Albornoz, “el Feo” se había
convertido ya en el heredero legal del linaje, a pesar de su origen segundón, al
haber matado con sus propias manos a su hermano primogénito, Juan de Albornoz,
en un oscuro suceso relacionado con los malos tratos que éste le había dado a
la madre de ambos, “arrastrándola por los pelos”, tal y como figura en las
crónicas. A su muerte, su hijo, Pedro, heredó los señoríos de Ocentejo, Beteta
y Torralba. Casado con María de Mendoza, hija a su vez, de Íñigo López de
Mendoza, primer marqués de Santillana, el famoso autor de las coplas, y hermano
de Diego Hurtado de Mendoza y de la Vega, primer duque del Infantado, y de
Íñigo López de Mendoza y Figueroa, primer conde de Tenidilla.
Durante
toda la segunda mitad del siglo XV, los Carrillo de Albornoz tenían el
patronato sobre la capilla de los Caballeros de la catedral de Cuenca, que
estaba ligada a la familia Albornoz al menos desde la primera mitad del siglo
XIV, desde los tiempos del padre del cardenal. Construida en un primer momento
en uno de los ábsides laterales, fue reedificada en los primeros años del siglo
XVI, al haberse visto afectada por las obras de la girola, que había trazado
Antonio Flórez a finales de la centuria anterior.
Interior de la capilla de Caballeros. En primer plano, los sepulcros de
Alvar Garcia de Albornoz y de García Álvarez de Albornoz
A
la muerte de Pedro, heredó sus títulos su hijo primogénito, Luis Carrillo de
Albornoz, que era quien ostentaba el patronato sobre la capilla en 1517. Éste,
al igual que lo fue su padre y también los había sido su abuelo, fue alcalde de
los hijosdalgo de Castilla. Procurador a cortes en representación de la ciudad,
en el año 1520, cuando estalló en Castilla la revolución de los comuneros
contra Carlos I, Luis Carrillo fue quien se erigió en el líder de los comuneros
conquenses, aunque al poco tiempo se pasaría al bando del futuro emperador, de
manera que Cuenca dejó de ser también una de las ciudades que permanecían
levantadas contra el futuro emperador, algunos meses antes ya de la batalla de
Villalar. Son difíciles de precisar los motivos de aquel cambio de bando del
noble conquense, aunque más allá de leyendas absurdas, hay que ver en el hecho
la triste realidad en la que el movimiento se encontraba ya en el mes de
febrero de 1521, “herido de muerte por
las divisiones internas de los moderados y los revolucionarios”, en
palabras de uno de los principales estudiosos del movimiento, el hispanista
Joseph Pérez.
Estaba
casado con Inés de Barrientos, una mujer de fuerte temperamento que pertenecía
a la familia de quien a mediados de la centuria anterior había sido miembro del
Consejo de Castilla y obispo de Cuenca, Lope de Barrientos. Cuenta la leyenda
que en tiempos de la guerra de las Comunidades, cansada de las injurias a las
que su marido estaba siendo sometido por parte de sus antiguos compañeros
comuneros, urdió una sangrienta venganza. Una noche les invitó a todos ellos a
una cena en su casa, y a los postres, hartos los invitados de comer y beber,
dejó pasar a unos sicarios, quienes los ejecutaron y degollaron. Cuenta la
leyenda que a la mañana siguiente, las cabezas de todos ellos colgaban de las
rejas de las ventanas de la casa. El palacio familiar estaba situado en el
solar del actual Palacio de Justicia, frente a la curva del Escardillo, y de él
solo queda en pie, como testigo mudo de su brillante arquitectura, las columnas
que adornaban el patio.
A
la muerte de Luis Carrillo de Albornoz, acaecida a mediados de la centuria sin
haber logrado tener descendencia masculina, le sucedió en el título su hija
primogénita, Mencía Carrillo de Albornoz y Barrientos, esposa de Gutierre de
Cárdenas, señor de Colmenar, hijo del duque de Maqueda. Otra de sus hijas,
Juana Carrillo de Albornoz, emparentó a su vez por matrimonio con Fernando
Carrillo de Mendoza, conde de Priego.
Otro
de los hijos de Pedro Carrillo de Albornoz fue Gómez Carrillo de Albornoz. En
realidad, se trataba de un hijo ilegítimo, pero ello no fue obstáculo para
impedirle el disfrute de un gran ascendente sobre la sociedad conquense de la
época, aunque su origen oscuro no le hubiera permitido otra cosa que dedicarse
al servicio de la Iglesia. A pesar de ese origen ilegítimo, acudió Colegio de
los Españoles de Bolonia, que había fundado el cardenal Gil de Albornoz, al que
llegó el 30 de abril de 1486, y en donde permanecería hasta 1498, después de haber
disfrutado de diferentes cargos en el centro: rector, consiliario, consiliario
médico y visitador extraordinario. Fue éste, en realidad, quien se encargó de
dirigir en la década de los años veinte, la nueva reconstrucción de la capilla
familiar, y a quien se le debe, por lo tanto, la traza actual, que aún
conserva.
Su
larga estancia en la península italiana, inmersa ya por aquel entonces en el
más puro estilo renacentista, influyó sin dada en la manera en la que debería
rehacerse la vieja capilla familiar. Ese nuevo estilo se puede apreciar ya
desde su misma entrada, de estilo plateresco clasicista, en la que cobran una
fuerza especial los motivos alegóricos, como se puede apreciar sobre todo en el
esqueleto, símbolo de la muerte, que la corona, y la expresiva locución latina
que figura sobre el dintel: DEVICTIS MILITIBUS MORS TRIUMPHAT. La portada es,
como se ha dicho, adintelada, con un frontón triangular que abarca toda la
anchura del vano y las pilastras que lo flanquean, y dos medallones, en los que
se representa a San Pedro y San Pablo, flanqueados a su vez por el escudo de la
familia Carrillo de Albornoz, que está sostenido por dos ángeles. La obra fue
realizada también por el escultor Antonio Flórez, el mismo de la girola. Y
también es renacentista la magnífica reja que cierra la capilla por el lado de
la epístola, obra del rejero francés Esteban Lemosín, una delicada pieza de
orfebrería en hierro, formada por dos cuerpos con montante y cenefas. De ella
destaca el enorme medallón que hay sobre la puerta de entrada a la capilla por
este lado, en la que se representa el misterio de la Anunciación.
La
decoración interior de la capilla es también renacentista, lo que contrasta con
la sobria arquitectura de sus bóvedas, todavía góticas como corresponde a la
propia girola, en la que el recinto de los Albornoz se encuentra inserto.
Destaca de toda esa decoración los soberbios sepulcros que se hallan junto a
una de sus paredes, en el lado de la epístola, y que corresponden a los
enterramientos de García Álvarez de Albornoz y de Alvar García de Albornoz, el
padre y el hermano del cardenal Gil de Albornoz, y que, salvando el decorado
arquitectónico en que se enmarcan, formado por sendos arcos conopiales de clara
influencia tardogótica, no se corresponden artísticamente con la época en la
que vivieron ambos caballeros, sino con esta otra en la que se reformó la
capilla. Ambos sepulcros contrastan bellamente con el todavía goticista
enterramiento de la madre del cardenal, Teresa de Luna, que es sin duda el
único elemento original que el refundador de la capilla dejó en ésta.
Pero
lo más claramente renacentista de toda la capilla es la pintura de sus tres
altares, que son obra del pintor manchego Fernando Yáñez de la Almedina. Las
dos pinturas laterales son “La adoración
de los Reyes” y “El entierro de Cristo”, conocido también éste último como
“La piedad” (se trata del mismo altar en el que el tesorero depositó el ara de
pórfido que se había traído desde Italia). Y en el altar mayor se encuentra
también un impresionante retablo, digno de admiración, en cuyo lienzo central
se representa la Crucifixión, con Cristo entre los dos ladrones. Sobre el
autor, hay que decir que éste ha sido considerado como uno de los principales
introductores en España de las fórmulas propias del cuatrocento italiano, que
había aprendido del propio Leonardo da Vinci, con el que pudo haber colaborado
incluso en la desaparecida “Batalla de
Anghieri”, y también, según algunos autores, de Rafael. Aunque después de
su regreso de Italia, el artista había estado trabajando antes en Valencia, con
Hernando de los Llanos, no sería extraño que el propio Carrillo de Albornoz
pudiera haberlo conocido en la propia península italiana, y que sería este
hecho el que le hubiera movido al sacerdote conquense a reclamarle, entre 1525
y 1531, a la ciudad del Turia, donde entonces se encontraba, para que pudiera
terminar la decoración pictórica de su capilla. En este sentido, otros críticos
también ven en la obra del manchego ciertas reminiscencias del pintor italiano
Filippino Lippi, lo que nos lleva a pensar una estancia del manchego no sólo en
Florencia, sino también en Roma.
"La Crucifixión. Retablo del altar mayor de la capilla de Caballeros.
Fernando Yáñez de la Almedina.