En el año 2012 se celebró
el octavo centenario de la batalla de Las Navas de Tolosa, en la que los
ejércitos combinados de los tres reinos cristianos de la península, los de
Castilla, bajo las órdenes de Alfonso VIII, las de Navarra, bajo las órdenes de
Sancho VII, y las de Aragón, bajo las órdenes de Pedro II, junto a las de las
diferentes órdenes militares, derrotaron a los almohades de Muhammad al-Nasir,
el Miramamolín de las crónicas y los romances cristianos, abriendo así
definitivamente las puertas de Andalucía, y permitiendo que en las décadas
siguientes, principalmente bajo el reinado del primero de los tres reyes
citados, Fernando III, el rey Santo, se pudiera continuar por ellas la ardua
labor de la Reconquista; la batalla fue en sí misma una de las más importantes
de los tiempos medievales. Por ello, la Semana de Estudios Medievales, que con
carácter anual se ha venido celebrando en Nájera (La Rioja), desde hace ya más
de veinte años, no pudo dejar pasar aquel año la oportunidad de celebrar el
acontecimiento, dedicando a la batalla las conferencias celebradas en aquella
ocasión, bajo el título genérico siguiente: “1212, un año , un reinado, un
tiempo de despegue”. Y es que ese año, 1212, el de la batalla de Las Navas, en
efecto, supuso, tal y como se puede comprender a partir de la lectura
comprensiva de las actas, un año de cambios en lo militar y en lo político,
pero también en lo religioso, en lo social, y por supuesto, también en lo
artístico, a lo que no resultaron ajenos, tal y como ya hemos resaltado en
otras entradas anteriores de este blog, las figuras de los monarcas
castellanos, Alfonso VIII y Leonor Plantagenet.
En el libro de actas, que
fue publicado por el Instituto de Estudios Riojanos, podemos encontrar algunos
trabajos de enorme interés, realizados por diferentes medievalistas españoles
pertenecientes a diversas universidades, un total de once colaboraciones, en
las que se tratan diferentes aspectos relacionados con el tema, desde el campo
de lo político hasta el de lo religioso o lo artístico, desde asuntos
relacionados con la política interior del reino de Castilla hasta los referidos
a la alta política internacional, y sobre todo, a las relaciones con el imperio
y el papado. Resultaría de enorme interés realizar un repaso por los diferentes
capítulos, todos ellos de gran interés para conocer mejor la figura del rey que
consiguió, como una de sus primeras medidas políticas, la conquista de Cuenca.
Sin embargo, también es cierto que hacerlo así, aunque fuera de manera sucinta,
alargaría demasiado esta entrada. Por ello, mi intención será profundizar un
poco en tres aspectos que, aunque suficientemente conocidos de todos los que
conocemos esta parte de la historia de nuestra ciudad, rara vez nos hemos
parado a pensar en lo que de verdad representan, en el marco de la propia
historia medieval de Castilla. Se trata de las tres ofrendas, los tres regalos,
que el Rey Noble hizo a la ciudad una vez lograda su conquista el Fuero: el
Alfoz y LA Caballería Villana. Tres términos que nos suenan; tres aspectos que,
juntos y por separado, se combinaron en las nuevas tierras ocupadas, como polo
de atracción para facilitar una adecuada repoblación del territorio tomado a
los musulmanes, conformando de esta forma lo que va a ser la nueva ciudad
cristiana.
Estos tres factores se
reflejan principalmente en uno de los capítulos que componen el libro de actas,
el que, bajo el título de “La reorganización del espacio político y
constitucional de Castilla bajo Alfonso VIII”, realizó Rafael Martínez Sopena,
profesor de la Universidad de Valladolid. En efecto, en este capítulo se
estudian, de manera complementaria, estos tres aspectos, claves en la
organización social y territorial de las tierras conquenses después de la
conquista cristiana, pero también de todo el reino: el alfoz y el fuero. El
primero, el fuero, está relacionado con la jurisprudencia, las leyes que van a
regir entre los nuevos pobladores. El segundo, el alfoz, está más relacionado
con el territorio en sí mismo. Finalmente, el tercero, lo que se ha venido a
llamar la caballería villana, nos sirve para complementar el periodo desde el
punto de vista de lo militar y de lo policial. Servía como fuerza de choque
para mantener la legalidad en el territorio en periodos de paz, y al mismo
tiempo, para canalizar a la baja nobleza asentada en el territorio, en la
defensa del reino.
Varios son los
medievalistas, y los historiadores del derecho, que han estudiado el fuero de
Cuenca, y el resto de los fueros que pertenecen a la misma familia, y que se
inspiran en él. Quizá, el más conocido de esos especialistas fue el
vallisoletano Rafael de Ureña y Smenjaud, prestigioso y reconocido historiador
del derecho, quien afirma que el fuero conquense fue redactado poco tiempo
después de la conquista de Cuenca. Para otros autores, sin embargo, la versión
más conocida de nuestro texto jurídico medieval no sería redactada hasta algún
tiempo después, a mediados de la centuria siguiente, lo que no quiere decir,
sin embargo, que esa versión escrita, que ha venido a llamarse sistemática, no
tenga nada que ver con el propio Alfonso VIII. Por el contrario, estaría
basada, y recogemos ahora las palabras de Martínez Sopena, pero citando a
Ureña, la versión original del fuero de Cuenca era desconocida, pero en todo
caso, debía ser poco diferente de la que denominó versión primordial. Fechó
ésta, que se conserva reducida a hilachas, poco después de 1200. De ella
derivaría la citada versión sistemática, escrita en torno a 1250, y apenas
distinta de las anteriores.”
En todo caso, y dejando
aparte al fecha aproximada de compilación del texto, hay un hecho que nadie
pone en duda: la compilación original del fuero de Cuenca se debe, sin duda, a
la cancillería del Rey Noble, y durante mucho tiempo sirvió para regular las
normas legales, no sólo de la propia ciudad del Júcar, sino de buena parte de
esas tierras de la Extremadura castellana, conforme se iban conquistando a los
mahometanos. Y es que el fuero conquense sirvió directamente como norma
jurídica para muchas ciudades y territorios, conforme estos se iban tomando al
enemigo, tanto en Cuenca (Alarcón, Iniesta e incluso Requena, ahora en la
provincia de Valencia, pero durante mucho tiempo, hasta bien entrado el siglo
XIX, incorporado a la propia diócesis conquense), como fuera de sus límites territoriales
de su obispado (Ciudad Real, Jorquera, Alcaraz), e incluso, también, y a partir
ya de las nuevas conquistas que se iban haciendo en tierras andaluzas, en
lugares como Úbeda, Baeza o Iznatoraf. Pero además, su influencia es clara en
otros fueros posteriores, como en los de Béjar (Salamanca), Sepúlveda
(Segovia), e incluso, ya en tierras aragonesas, el de Teruel. Mucho se ha hablado sobre cuál de estos fueros
tiene una redacción y un origen más antiguo, aunque la mayor parte de los
especialistas tienden a afirmar que sería el de Cuenca el más antiguo de los
cuatro.
Si el elaboración de un
fuero permitió a los nuevos pobladores una tranquilidad jurídica, y una
seguridad de independencia respecto a posibles señores territoriales en el
futuro, el alfoz permitía una estructuración territorial de esos mismos
pobladores. Es sabido que Alfonso VIII donó a la ciudad un extenso término, que
todavía mantiene en buen parte, a través de un extenso alfoz, formado en gran
parte, pero no sólo, por grandes bosques maderables, en aquellos tiempos mucho
más valiosos que lo son en la actualidad. Respecto a la importancia que el
alfoz tuvo en tiempos medievales, recogemos de nuevo las palabras del profesor
Martínez Sopena: “A finales del siglo XI, numerosas referencias permiten
recomponer algo parecido a una geografía territorial de Castilla basada en
alfoces, distritos de tradición altomedieval que cabe imaginar como los marcos
en que las aldeas quedaban encuadradas en lo fiscal, lo militar y lo
jurisdiccional, desde el punto de vista de una administración condal o regia.
En todo caso, los alfoces experimentaron
una profunda remodelación en el periodo que se extiende de Alfonso VI a Alfonso
VIII. Se multiplicaron las zonas inmunes a la autoridad de los oficiales
regios, aunque al tiempo se inició la reorganización del realengo con un intenso
énfasis en la concesión de fueros, el protagonismo de los concejos y un modelo
de inurbamento articulado por centros territoriales que concentraban población
y funciones como el mercado, y que tendieron a fortificarse. En cierto sentido,
tanto el aumento del número de lugares señoriales como la reorganización del
realengo eran facetas de un mismo problema, la pugna entre los poderosos por el
control del espacio y sus habitantes. Pero el crecimiento de los concejos
introdujo un nuevo factor básico a mediados del siglo XII, no sólo en los
realengos, sino también en el ámbito de los señoríos.”
Esa tensión básica entre realengo
y señoríos se podrá apreciar también en el territorio conquense cuando, ya
desde las décadas iniciales del siglo siguiente, se creará alrededor del
extenso alfoz conquense un gran número de señoríos, en poder siempre de los
linajes más poderosos de Castilla, quienes se van a ir asentando
paulatinamente, al principio, en sus propios señoríos, fuera de los límites territoriales
de la propia ciudad de Cuenca, protegida ésta todavía por la decisión real de
“que no haya palacios en Cuenca más que el del rey y el del obispo”, tal y como
regula, aproximadamente con estas mismas palabras, el propio fuero de Cuenca,
pero que con el tiempo, se van a ir asentando también en la propia ciudad,
ocupando regidurías y otros órganos de decisión municipal. Los condicionantes
económicos y paisajísticos del alfoz conquense, formados esencialmente por
amplias masas madereras, tal y como se ha dicho, hicieron que esos señoríos
fueran en Cuenca, y al contrario de lo que había pasado en las grandes comarcas
paneras de Valladolid o Palencia, más ganaderas que agrícolas, siendo de esta
forma la base de amplias cabañas de ganado, principalmente lanar.
Un tercer aspecto en la
estructuración social y económica de Cuenca como nueva ciudad cristiana, que
tampoco puede pasarse por alto, fue lo que se ha venido a llamar la “caballería
villana”, en contraposición a la caballería feudal, que era propia de los
grandes señoríos de título. Respecto a la relación existente entre estos dos
aspectos, la defensa del alfoz propio y la caballería villana, dice lo
siguiente el autor: “La fórmula vino a ser una síntesis entre la tradición
de distritos regios propia del norte, y un fenómeno innovador que los distritos
estuvieran bajo la autoridad de las propias comunidades que habitaban el
territorio, asimiladas a los magistrados, los oficiales y, eventualmente, a
ciertas collaciones (feligresías) de la aglomeración que ejercía como capital.
Las aldeas del territorio -con frecuencia numerosas-, los extensos montes y
pastizales de uso colectivo, las aguas y muchas áreas de cultivo, formaron la
base de una trama de relaciones sociales y políticas, articuladas en torno al
poder concejil. Un sistema de poder basado en los caballeros villanos, el
sector de la población asociado sobre todo con los provechos y riesgos de la
guerra de frontera, y el que mejor representaba a los principales ganaderos
locales. Un sistema de poder, por otra parte, fuertemente centralizado, como
denota entre otros aspectos el riguroso monopolio de los mercados semanales por
las capitales de cada territorio, o la explotación fiscal de las aldeas de la
tierra.”
Existió, también, una
cuarta columna, en la que también se apoyó, desde un principio, la ciudad de
Cuenca en sus primeros siglos de pertenencia cristiana: el obispado. Sobre
ello, sobre la importancia de la Iglesia en el proceso constitutivo de la
monarquía alfonsina, se ha escrito también abundantemente, y en el marco de
aquellas sesiones de Nájera lo hizo Carlos de Ayala Martínez, profesor de la
Universidad Autónoma de Madrid (“Alfonso VIII y la Iglesia de su reino”). Como
sobre este aspecto ya he escrito también en otras entradas de este blog, pasaré
de largo por este asunto, no sin antes recalcar, una vez más, la importancia que
los primeros obispos de la nueva diócesis conquense, Juan Yáñez y San Julián,
tuvieron en la construcción del reino castellano.
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