En
algunas entradas anteriores de este blog hemos hablado de la obra conquense de dos
arquitectos reconocidos, llegados a nuestra ciudad desde sus tierras naturales
de Albacete o de Teruel, para renovar la arquitectura local de los diferentes
momentos que les había tocado vivir: Andrés de Vandelvira y José Martín de Aldehuela
(ver, a este respecto, las entradas “La diócesis de Cuenca entre los siglos XV
y XVI. El doctor Eustaquio Muñoz y su capilla”, 26 de enero de 2019; “La catedral de Cuenca en el siglo XVI.
Renovación artística y poder en el Renacimiento”, en dos entregas, 27 de
septiembre y 6 de octubre de 2019; “Un viaje al sur del marquesado de Villena”,
19 de octubre de 2022; “Un documento inédito sobre el convento hospital de San
Antonio Abad”, 8 de noviembre de 2020; “El altar mayor de la iglesia de Navalón”,
19 de enero de 2018, …) En esta ocasión, vamos a realizar un viaje por tierras
andaluzas, para seguir la obra que, después de su paso por la ciudad de Cuenca,
y también por el resto de la provincia, realizaron en tierras andaluzas,
respectivamente en las provincias de Jaén y de Málaga.
Como
ya se ha dicho en ocasiones anteriores, Andrés de Vandelvira está considerado
como uno de los grandes puntales de la arquitectura española del primer
renacimiento. Natural del pueblo albaceteño de Alcaraz, donde nació hacia el
año 1505, realizó sus primeros trabajos en su ciudad natal, destacando entre
ellos la Torre del Tardón o la hermosa portada del Alhorí, y en la provincia de
Cuenca, donde, después de haber participado en la obra del convento
santiaguista de Uclés, que había iniciado Francisco de Luna en 1529, con el que
trabajó también en las obras del antiguo puente de San Pablo, realizó también
obras importantes en el templo catedralicio, entre las que destaca su
participación en la capilla Muñoz. Y desde Cuenca se trasladó a la provincia de
Jaén, primero a Villacarrrillo, donde participó en la construcción de la
iglesia de la Asunción, y donde llegó a fundar una capellanía en favor de uno
de sus hijos, el licenciado Pedro de Vandelvira. Y desde Villacarrillo, el
arquitecto albaceteño intervendría también en diversas obras para otros pueblos
cercanos, como Orcera, Hornos y Segura de la Sierra. Parece ser que su llegada
por primera vez a tierras jiennenses se debió a su compañero y mentor Francisco
de Luna, con el que, como ya hemos dicho, había participado también en algunas
de sus obras conquenses.
Sin
embargo, la mejor etapa de su obra arquitectónica, y su gran popularidad,
llegaría de mano de Francisco de los Cobos, uno de los secretarios del
emperador Carlos V, natural de la ciudad de Úbeda, en la que estaba llevando a
cabo una importante labor de modernización, dentro del nuevo espíritu
renacentista que ya entonces estaba empezando a ponerse de moda, y que
terminaría por convertirse en su principal mecenas durante gran parte de su
vida. Un antes y después en el conjunto de la obra de Vandelvira fue la finalización
de la Capilla Sacra del Salvador, que había mandado construir el propio
Francisco de los Cobos para convertirla en su capilla funeraria, y que había
iniciado Diego de Siloé. El gran éxito alcanzado por él en esta obra, sin duda
una de las más destacadas del renacimiento andaluz, incluso español, permitiría
que a partir de este momento le llovieran nuevos encargos, tanto del propio
Francisco de los Cobos como de otros miembros de su familia, y también de otros mecenas
de la zona. Hay que recordar que, en ese momento, la ciudad de Úbeda bullía en una actividad
incesante de renovación arquitectónica y urbanística.
Uno
de esos mecenas fue Fernando Ortega Salido, futuro deán de la catedral de Málaga
y chantre de la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares, muy próxima a
la propia capilla del Salvador, de la que, además, fue su primer capellán. El religioso
le encargaría la construcción de su palacio, actual parador nacional de
turismo, uno de los más destacados palacios renacentistas de la ciudad andaluza,
que conforma, junto a los sos edificios religiosos citados, una de las plazas más
hermosas de Úbeda. Él mismo le encomendaría, después, la construcción de la
iglesia de San Nicolás. Y mientras realizaba estas obras para otros mecenas, no
dejaría de trabajar para su primer valedor, Francisco de los Cobos, o para
otros miembros de su familia o de su círculo de influencias. Entre estas obras
destacan el hospital de Santiago, obra encargada por el obispo de Jaén, Diego
de los Cobos, el palacio Vela de los Cobos, el palacio de las Cadenas, o de
Vázquez de Molina, por la personalidad de aquél que mandó construirlo, Juan Vázquez
de Molina, también miembro del consejo de Castilla. Que es la sede actual del ayuntamiento,
o la residencia del marqués de la Rambla. Y el propio consejo de la ciudad, le
encargaría también, por aquel tiempo, el puente de Ariza, así como otras obras
de carácter civil.
A
partir de 1555, las obras de Vandelvira se extendieron también a otros pueblos
de la provincia, especialmente a la cercana Baeza, donde Diego Valencia de Benavides,
un noble local, quiso imitar la acción de Francisco de los Cobos en Úbeda, promoviendo
una intensa actividad constructiva. Así, encargo primero al arquitecto de Alcaraz
su propia capilla funeraria, la llamada capilla Benavides, en el convento de
San Francisco, que lamentablemente sería destruida por el terremoto de Lisboa
de 1755. Allí, en la otra ciudad de la comarca de la Loma, realizaría también
otras obras de gran importancia, principalmente en la propia catedral. Sin
embargo, su gran momento llegaría en 1553, cuando, después de haber ganado el
concurso para la realización de la nueva catedral de Jaén, sería nombrado
maestro mayor de obras de la diócesis. Desde entonces, el arquitecto manchego
estaría obligado a concinar sus trabajos en el propio templo catedralicio
con otras obras religiosas en diferentes puntos de la diócesis: el convento de
Santo Domingo, en La Guardia de Jaén; la iglesia de la Inmaculada Concepción,
en Huelma; la basílica de Santa María la Mayor, en Linares; el santuario de la
Virgen de la Cabeza, en Andújar, …
Entre
1560 y 1567, Vandelvira fue nombrado maestro mayor de obras de la diócesis de
Cuenca, aunque sin obligación de residir en la ciudad del Júcar, al estar ya
comprometido por su intensa labor en la de Jaén. Desde la ciudad
andaluza, envió las trazas para algunas obras en la propia catedral, entre
ellas, quizá, las del propio arco de Jamete, muy similar, aunque en unas dimensiones
mucho mayores, al que el arquitecto de Albacete había realizado en los primeros
años de su carrera para la portada del Alhorí de su ciudad natal. De esta etapa
conquense, siempre llevada a cabo desde su residencia en Jaén, se conoce su
participación en el hospital de Santiago, así como en el ayuntamiento de San
Clemente. Y desde Jaén realizaría también algunas obras para otras diócesis
andaluzas, tanto para las catedrales de Málaga o de Sevilla, como una nueva
capilla para la catedral de Guadix, en Granada. Falleció en la propia ciudad de
Jaén en el año 1575.
Por lo que se refiere al otro arquitecto citado, José Martín de Aldehuela, quien, como se sabe, había llegado a Cuenca llamado por los hermanos Carvajal y Lancáster, ambos canónigos de la diócesis conquenses -uno de ellos, Isidro, llegaría después a alcanzar la prelatura, convirtiéndose en obispo de la diócesis-, para participar en las obras de la iglesia de San Felipe, y al que de atribuye tradicionalmente gran parte de las construcciones realizadas en la ciudad a lo largo del siglo XVIII, en algunos casos erróneamente, tal y como ha venido demostrando en los últimos años el profesor Pedro Miguel Ibáñez (ver, al respecto, las entradas “La Plaza Mayor de Cuenca y su estructura barroca”, 3 de agosto de 2020; y “Del edificio de las religiosas carmelitas a la Casa del Corregidor. Segunda entrega de Pedro Miguel Ibáñez sobre el barroco en Cuenca”, 29 de diciembre de 2022), su obra fuera de la diócesis sigue siendo para los conquenses muy poco conocida.
Éste
había nacido en 1729 en Aldehuela, una aldea dependiente de Manzanera, en la
provincia de Teruel, en 1729, y había llegado a Cuenca, tal y como se ha dicho,
en la década de los años cuarenta, con el fin de participar en la obra del
oratorio de San Felipe Neri. En los años siguientes participaría en la
reconstrucción de diferentes iglesias de la capital, lo que le llevaría a ser
nombrado maestro mayor de obras de la diócesis. Y si Francisco de los Cobos fue
el primer gran valedor de Vandelvira en tierras de Jaén, en el caso de José
Martín sería el obispo José Molina Lario, turolense de origen como el propio
arquitecto, quien llevaría a éste hasta tierras de Málaga, a donde llegó en
1778. En este caso, la excusa fue la construcción de las cajas de los dos
órganos de la catedral, órganos que fueron realizados por cierto, por el mismo maestro organero que había construido antes los dos órganos hermanos de
la catedral de Cuenca, el conquense, de Barchín del Hoyo, Julián de la Orden.
Desde este momento, el arquitecto aragonés permaneció en la provincia andaluza,
buena parte del tiempo como nuevo maestro mayor de obras del obispado. Y en la
ciudad andaluza realizó también algunas obras de carácter civil, como el
acueducto de San Telmo, la casa barroca de las Atarazanas, o la Casa del Consulado,
en la plaza de la Constitución.
También
realizó algunos edificios de gran importancia en otros pueblos de la provincia,
entre los que destaca su participación en la renovación barroquizante de la Real
Colegiata de Santa María la Mayor, de Antequera. Pero fue en la ciudad de
Ronda, junto a la propia capital malagueña, donde más destacó su importante
labor arquitectónica. En esta ciudad, tan parecida a Cuenca que ya desde los
años setenta del siglo pasado, ambas ciudades firmaron su compromiso de hermanamiento, se le atribuye
la construcción de su importante plaza de toros, la primera que fue construida ex
novo para esta función, entre los años 1780 y 1785. Y si no existen
documentos que puedan certificar la participación del turolense en la construcción de la plaza de toros, sí está documentada como obra suya la terminación del fastuoso Puente Nuevo de
Ronda, el monumento más emblemático de la ciudad andaluza, construido centre
1751 y 1793 para salvar los noventa y ocho metros de altura que conforman el impactante
tajo sobre el río Guadalevín. Hasta 1839, cuando se construyó el Puente de la
Calle, entre Cruseilles y Allonzier-la-Caille, en Francia, este puente estuvo
considerado como el más alto del mundo.
Martín
de Aldehuela falleció en Málaga el 7 de septiembre de 1802, de muerte natural, y
fue enterrado en la iglesia del convento de San Pedro de Alcántara, en la misma
ciudad mediterránea. Sin embargo, en Ronda se cuenta una leyenda según la cual,
el arquitecto, encantado con la obra que había realizado en el Puente Nuevo, y consciente de que ya
no sería capaz de realizar nada que pudiera rivalizar con su belleza, se arrojó desde allí al propio “Tajo de Ronda”, que salga el propio puente. Es sólo una leyenda, desde luego, pero da luz a la enorme
importancia de esta obra, que si bien es conocida en su mismo por la generalidad de los conquenses, todos de ellos son los que saben que se trata de una de las más importantes del mismo arquitecto al que se deben algunos edificios en la ciudad del Júcar.
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