Si tuviéramos que elegir
cuatro o cinco puntos calientes en el mapa geopolítico de las últimas décadas,
de esos que permanecen latentes y perennes a lo largo del tiempo, más allá de
las sangrientas crisis bélicas que ahora podemos seguir en directo a través de
la televisión, como la guerra de Ucrania o en el Oriente Medio, uno de ellos
es, sin duda, el Sahara español. Territorios olvidados durante mucho tiempo
para la opinión pública del mundo “civilizado”, porque no son ya teatro de
operaciones de ninguna guerra actual, pero que de vez, por un suceso puntual,
como fue hace algunos meses el asunto de Brahim Ghali, vuelven a las páginas de
los periódicos o a los debates televisivos, para recordar a los diplomáticos y
a los expertos en geopolítica que el problema sigue vigente, y sin resolverse
por los órganos competentes. Territorios olvidados en la memoria colectiva de
aquellos países que un día fueron parte de su historia, o de aquellos países
que se creen con derechos históricos para decidir sobre las vidas de sus
habitantes. Territorios desconocidos, como éste del Sahara, incluso para los
propios españoles. Y por ello, porque el antiguo Sahara español es un gran
desconocido incluso en España, sobre todo entre los más jóvenes, es por lo que
resulta interesante este libro que vengo a comentar en esta nueva entrada, y
que ha sido escrito por el escritor e investigador Gerardo Muñoz Lorente, un
autor que conoce bastante bien el territorio africano español porque, aunque
actualmente reside en Alicante, nació en la plaza de Melilla en 1955.
Para ello, para proteger
las razias que, desde canarias, protagonizaban aventureros como Juan de
Bethacourt o Pedro Fernández de Saavedra, señor de Lanzarote, se fueron creando
diferentes fortines en la costa africana, entre Cabo Bojador y la actual ciudad
marroquí de Agadir, entre las que destacó, ya en tiempos de los Reyes
Católicos, la fundación de Santa Cruz de la Mar Pequeña, en el territorio que
más tarde, hasta 1976, fue la provincia de Saguía el-Hamra, y que actualmente es la
provincia marroquí de Tarfaya.
A lo largo del siglo XIX,
la historia del Sahara español, como también la historia de Río Muni, la otra
colonia española en África, en la actual Guinea Ecuatorial, estuvo siempre
unida a la historia de los territorios norteafricanos que, con el tiempo, se
convertirían en el protectorado español de Marruecos. Así, el tratado de
Uad-Ras, que pondría fin a la guerra que entre 1859 y 1860 había enfrentado a
Marruecos con España, obligaba a aquél a “ceder a perpetuidad, para la
explotación de pesquerías, un territorio donde estaba establecida la torre de
Santa Cruz de la Mar Pequeña, frente a Lanzarote”. Si bien es cierto que la
dificultad que en ese momento existía para localizar la antigua fundación
española fue alargando el plazo que se le había dado a Marruecos para ceder a
España el dominio sobre el territorio, fue éste el primer paso que se dio para
la creación, a partir de 1884, de la futura colonia. La fundación de Villa
Cisneros por el Emilio Bonelli, como
representante de la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, fue el
primer hito histórico para dicha colonización. Cincuenta años más tarde, en
1938, en plena guerra civil, el comandante Antonio de Oro fundaría El Aaiún,
convirtiéndola en nueva capital de la colonia.
Más allá de ello, el
establecimiento de los españoles en el Sahara siempre fue bastante precario, y
sólo el descubrimiento de yacimientos de fosfatos en la década de los años
cuarenta del siglo pasado, hizo que aumentara, al menos en algunos círculos, el
interés de España por un territorio desértico, poblado sólo por algunos grupos
de tuaregs, nómadas que entraban y salían de la colonia al albur de sus propios
intereses. Para entonces, sin embargo, los tiempos habían empezado a ser
bastante complicados para continuar con aquella política colonialista que había
caracterizado a la Europa del siglo XIX. La década de los años cincuenta, y
sobre todo en los sesenta, había significado la descolonización de muchos
territorios, y el nacimiento de nuevos países. También en el Sahara español se
estaban empezando a desarrollar los primeros movimientos nacionalistas, que
provocaron una guerra encubierta, de la que el gobierno quiso dejar al margen a
la opinión pública que residía en la metrópoli. Una guerra que provocó, a lo
largo de estas décadas, un número importante de muertos, y que obligó
a los gobernantes de la colonia a crear, en el mes de febrero de 1958, la operación
Teide, para liberarse definitivamente de la presión militar que ejercía el ELN
saharaui (Ejército de Liberación Nacional), apoyados por las FAR marroquíes (Fuerzas
Armadas Reales) sobre la población civil y sobre las escasas tropas que
defendían la colonia:
“El 25 de febrero
concluyó la operación Teide, con la completa derrota del ELN en el Sahara
español. Las tropas francesas regresaron a su territorio: tuvieron 7 muertos y
32 heridos. Los españoles registraron 5 muertos y 17 heridos. Del ELN se contabilizaron
40 muertos. Este mismo día, Mohammed V reclamó solemnemente el Sahara español
para Marruecos, en un discurso pronunciado en M`Hamid el Ghizlane (a poca
distancia de la frontera sur con Argelia), asumiendo así oficialmente el
programa expansionista del Istiqlal sobre el Gran Marruecos. El 20 de marzo de
1958 se dio por terminada oficialmente una campaña militar que bien podría
denominarse guerra oculta de Ifni y Sahara, puesto que fue una contienda que
pasó desapercibida para la opinión pública española. A lo máximo que llegaron
los españoles fue a ver unos incomprensibles Nodos, en los que diversas
cantantes españolas alegraban la Navidad de unos soldados españoles que nadie
sabía qué hacían allí… El balance final de esta guerra oculta es impreciso,
pero puede calcularse, por parte española, en aproximadamente 300 muertos y
desaparecidos, más de 500 heridos, y al menos 40 prisioneros, pues éste es el
número de los que fueron liberados un año después. Si bien el Sahara español
fue totalmente recuperado, no ocurrió lo mismo con Ifni, cuyo territorio quedó
por completo en poder de Marruecos, a excepción de la Capital, Sidi Ifni.
Mohammed V forzó la disolución del ELN, y sus tropas en Ifni fueron sustituidas
por las Fuerzas Armadas Reales.”
Y es que, aunque es
cierto que el territorio del Sahara nunca había formado parte del sultanato
marroquí, desde la independencia definitiva del país alauita se habían venido a
asentar las tesis del partido Istiqlal, el partido nacionalista que había
tomado sobre sus espaldas la tarea de conseguir la independencia, respecto a la
creación de un Gran Marruecos, formado, además por el propio país marroquí y
por el Sahara, y las plazas norteafricanas de soberanía española (Ceuta,
Melilla, Vélez de la Gomera, Alhucemas, islas Chafarinas y Perejil), toda
Mauritania, las provincias argelinas de Béchar y Tinduf, y la zona norte de
Mali, alrededor de la histórica ciudad de Tombuctú. De esta forma, los deseos
de Marruecos empezaron a colisionar con los postulados de los nacionalistas
saharauis, un nacionalismo que fue creciendo alrededor de los primeros partidos
políticos, reconvertidos, poco tiempo después, en grupos terroristas: OVLS
(Organización de Vanguardia para la Liberación del Sahara) y el Frente
Polisario. Algunos de los primeros dirigentes de estos grupos habían formado
parte de las llamadas tropas nómadas, un regimiento auxiliar del ejército
colonial español, como es el caso del propio Brahim Gali, uno de los dirigentes
primeros del OVLS, y actual secretario
general del Frente Polisario y presidente de la no reconocida República Árabe
Saharaui Democrática, el mismo que desencadenó, hace algunos meses, la última
crisis hispano-marroquí, al haber permitido el gobierno español su entrada en
el país con el fin de curarse, en un hospital de Logroño, de los problemas de
salud que le había producido el contagio por Covid.
Para el futuro del Sahara
español, todo se desencadenaría durante la primera mitad de la década de los
años setenta. En 1973, la Yemaa, la Asamblea General del Sahara, que había sido
creada por el Gobierno español en 1967 sólo como un órgano de carácter
consultivo, y que estaba formada por los jefes de las diferentes tribus que
estaban asentadas en el territorio, por el presidente del cabildo provincial, y
por los alcaldes de El Aaiún y Villa Cisneros, solicitó oficialmente la
aprobación de un estatuto de autodeterminación para el Sahara, una
autodeterminación que se fue retrasando a pesar de contar con el favor de una
parte del Gobierno. A lo largo de 1974, tanto en España como entre los
diplomáticos extranjeros se fueron creando dos posturas antagónicas: por un
lado, y al amparo de un posible referéndum en el conjunto de los habitantes, la
independencia plena del territorio, como un país nuevo; por el otro lado,
incorporar el Sahara a Marruecos:
“Según Piníés [Jaime de
Piniés, representante español ante las Naciones Unidas en esta época], por
aquellas fechas había entre los españoles tres tendencias acerca de cómo
gestionar el futuro del Sahara. La primera era la determinada por la
diplomacia, encabezada por el ministro Cortina y acorde con el referéndum
anunciado. Esta tendencia creo que está conforme con la línea personal de
Franco y los intereses económicos que, en ese momento, España tenía en el
Sahara: el INI, Unión Española de Explosivos, la pesca,… A este grupo de
interés económico se refería Menéndez del Valle en su artículo de la revista
Triunfo…, llamándolo lobby proargelino y, por tanto, a favor de la
independencia saharaui…. La segunda tendencia se circunscribía a la oficialidad
del Ejército destacada en el Sahara. Coincidía con la primera tendencia, pero
por razones diferentes. Primero por la amargura constante ante reiteradas
prohibiciones de defenderse eficazmente ante Marruecos, aunque fuese haciendo
uso del principio de persecución en caliente que está admitido en todo el
Derecho Internacional, y que, sistemáticamente, se vetaba entonces. Segundo,
porque opinaban que la preparación de un referéndum previo a la descolonización
era para fomentar y promocionar al pueblo saharaui y no para acceder al
territorio en un plazo inmediato… La tercera tendencia era la de los
partidarios de ceder el territorio a Marruecos, integrada por un grupo de
inmovilistas encabezado por el ministro-secretario general del Movimiento, José
Solís Ruiz, y algún allegado a la familia de Franco… El argumento principal de
este grupo era el de que, una vez decidida la salida de España del Sahara, éste
no debía quedar bajo el dominio del Polisario, aliado de la Argelia
revolucionaria, por cuanto debía servir para que el MPAIAC [Movimiento por la
Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario] acentuara su
influencia en Canarias; además, estaban las ventajas ofrecidas por Marruecos si
se le cedía el territorio: concesión de dos bases militares y olvido indefinido
de las reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla. Próximos a esta tesis estarían
los gobiernos estadounidense y francés.”
Es precisamente esta
coyuntura política entre los defensores de la independencia y los que defendían
los postulados marroquíes, la que ha provocado el posterior, e irresuelto a
pesar de las diferentes resoluciones de la ONU, conflicto saharaui. El año 1975
fue decisivo en este sentido. A la división del propio Consejo de Ministros de
Arias Salgado, entre los defensores de una y otra postura, se vino a añadir, en
los primeros meses, el aumento de los ataques por parte del Frente Polisario,
la visita a todos los países interesados en el conflicto (Marruecos, Argelia y
Mauritania, además de la propia España) de una comisión de delegados de la ONU,
el aviso de una retirada unilateral de las tropas españolas, el inicio de la
operación Golondrina (encaminada a preparar la evacuación del territorio, si
así se considerara necesario, especialmente de la población civil), y los
planes marroquíes de invasión, primero con carácter militar, que desembocaron
finalmente en la llamada “Marcha Verde”, organizada por el rey Hasán II, con el
apoyo de algunos países extranjeros (en este sentido, ha sido muy discutido
entre los investigadores el papel jugado por el secretario de estado
norteamericano Henry Kissinger, y por su país, en la organización de la propia
marcha).
Todo se desencadenó a partir del mes de noviembre. Ya desde los primeros días del mes anterior la tensión fue in crescendo, sobre todo desde que hubieran aumentado las noticias respecto a una posible invasión armada del Sahara por parte de Marruecos. En efecto, el 31 de octubre se llevó a cabo una incursión militar contra algunas ciudades del norte de la colonia (Haousa, Farsia e Idriya), y entre los días 6 y 7 de noviembre también cruzó la frontera la Marcha Verde, dividida en tres columnas (de Tarfaya a Daoura; de Abattekh a Hagunia, y de Zag a Mabhes), que estaba formada por centenares de marroquíes y de voluntarios procedentes de diferentes países musulmanes (también, entre sus miembros, pudo verse, incluso alguna bandera norteamericana). En los campamentos permanecieron hasta los días 10 y 11 de noviembre, cuando estos se levantaron y la Marcha regresó a las cuidades del sur de Marruecos. En los días siguientes, durante todo el mes de noviembre, la población civil española del Sahara, y también los militares, terminaron la evacuación de la antigua colonia, al tiempo que se establecía allí una nueva administración, amparada por la ONU, con la colaboración de los gobiernos de Marruecos y Mauritania.
Con respecto a la ONU,
hay que señalar la contradictoria política del organismo internacional, que si
bien por su resolución 3485 aprobaba (con 88 votos a favor, cuatro en contra y
cuarenta y dos abstenciones, incluida la de España) , la libre autodeterminación
y la responsabilidad de la potencia administradora y de la propia ONU con
respecto a la descolonización del territorio, con la resolución 3458 (con 48 votos a favor, entre ellos el voto español, 32 en contra, y 52 abstenciones), reafirmaba
el derecho, de todas las poblaciones originarias del Sahara a esa
autodeterminación. Con respecto a esto, dice lo siguiente el autor del libro: “Las
diferencias eran importantes por cuanto la resolución A, haciendo caso omiso de
los Acuerdos de Madrid, seguía pidiendo la celebración de un referéndum bajo la
administración española y el auspicio de las Naciones Unidas, mientras que la
resolución B, tomando nota de los Acuerdos de Madrid, pedía a los firmantes de
estos que, también con el concurso de la ONU, organizaran un referéndum en el
que pudieran ejercer su derecho todas las poblaciones saharianas originarias
del territorio, es decir, también los saharauis que se habían trasladado a
Tarfaya y vivían desde hacía unos años en esta provincia marroquí, a los que se
les reconocía cualidad de refugiados”.
En esa doble resolución
de las Naciones Unidas reside toda la problemática que, a este respecto, ha venido
repitiéndose a lo largo de los años. Y es que, el posible referéndum de
autodeterminación nunca llegó a producirse, en base, teóricamente, a ciertos desacuerdos entre las diferentes
partes, en cuanto a la composición del censo. Por otra parte, desde el primer
momento de producirse la descolonización, los gobiernos de Marruecos y
Mauritania, sobre todo el primero a ocupar el territorio de la antigua colonia,
lo que ha venido a desproteger a la población aborigen del Sahara. Ello
provocó, por su parte, el aumento de los ataques terroristas del Frente
Polisario, generándose, durante mucho tiempo, un a guerra encubierta entre las
FAR marroquíes y el grupo terrorista.
Con respecto a España,
nuestro país, durante décadas, mantuvo una postura de neutralidad en el
conflicto saharaui, evitando tomar partido en el conflicto entre Marruecos y el
Frente Polisario, pero en 2022, todos lo recordamos, el Gobierno,
unilateralmente, provocó un cambio de postura, al apoyar una propuesta de
autonomía del Sáhara bajo soberanía marroquí, lo que ha generado una fuerte
crítica tanto dentro del país, por parte de la oposición, como fuera de ella. Pero
más allá de esa cambiante postura oficial, para la opinión pública española, el
problema del Sahara, ya lo hemos dicho, sigue siendo uno de los asuntos más
desconocidos, quizá por ese halo de misterio que sobre él se cernió cuando el
último español abandonó aquella colonia, una de las últimas colonias de África,
que otros españoles habían fundado antes, entre el desierto y el Océano Atlántico.
El Podcast de Clio: HISTORIA DEL SAHARA ESPAÑOL
Felicitaciones
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