San
Vicente de Paúl fue un sacerdote francés (aunque una teoría también lo hace
natural de un pequeño pueblo oscense de la comarca de Litera), que vivió
mayoritariamente en la primera mitad del siglo XVII, y fundó las Conferencias
de la Caridad, germen de lo que después sería la orden sacerdotal que todavía
lleva su nombre, con el fin de mejorar las condiciones en las que vivían los
campesinos en el país vecino. La orden había sido fundada en 1625, siendo
aprobada en 1632 por el Papa, Urbano VII. Al poco tiempo de su creación, la
orden se había extendido ya por toda Francia, en el marco de las luchas de
religión con los hugonotes. A mediados de siglo ya se había extendido también
por Italia, Irlanda, Escocia y Polonia, y en 1648, el instituto Propaganda
Fide, institución que se encargaba de la difusión de la fe y las misiones por
todo el mundo, les encomendó las misiones establecidas en la isla de
Madagascar; en los años siguientes, esas misiones africanas se extenderían
también por otras regiones, en todos los continentes. Los primeros sacerdotes
paúles llegaron a España en 1704, veinticinco años antes de que Benedicto XIII
beatificara a su fundador, y treinta y tres años antes de la definitiva
canonización de éste, por decisión del Papa Clemente XII.
Mientras
tanto, Santa Luisa de Marillac, quien también había nacido en Francia, en
París, en 1591, en el seno de una familia nobiliaria (su padre era señor de
Ferreres-in-Brie y de Villiers-Adam, en la región de Auvernia), fundó la rama
femenina de la orden, las Hijas de la Caridad. Mientras los padres paúles
abogaban por la misión y por la mejoría de las condiciones de vida de los
aldeanos, las Hijas de la Caridad trabajaron desde el primer momento de su
fundación, en cuerpo y alma, por la beneficencia, atendiendo a los pobres y
enfermos, y especialmente a las mujeres, más desvalidas que los hombres en
aquella sociedad del Antiguo Régimen. La rama femenina también se expandió muy
pronto, de manera que cuando falleció la fundadora, en 1660, ya existían más de
cuarenta casas de la orden, repartidas por todo el país, y poco tiempo antes de
que estallara la Revolución Francesa, el número de fundaciones de la orden
había pasado ya de cuatrocientas sólo en Francia, existiendo además veinte
casas de la orden en Polonia. En 1790 se fundó la primera casa en España, y a
principios del siglo XIX se había extendido también por Suiza, y por Italia. En
los años siguientes se su[1]cedieron
nuevas fundaciones en Austria, Hungría, Alemania, Portugal, Irlanda, Grecia y
Estados Unidos.
En
Cuenca, los sacerdotes paúles se establecieron a finales del siglo XIX en el
antiguo convento de San Pablo, de dominicos, y desde muy pronto establecieron
aquí un seminario para los teólogos de la orden. Pero fue la rama femenina de
la orden, las Hijas de la Caridad, las que e adelantaron en su respectiva
fundación caritativa, como lo demuestra un documento fechado en 1848 que se
encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca. En efecto, el 1 de mayo
de ese año, el alcalde corregidor de Cuenca, y como tal presidente a la vez de
la junta provincial de beneficencia, Francisco Lorente, firmaba ante el
escribano público Isidoro de Escobar, un poder a favor del canónigo Antonio
Gutiérrez Valdés, que en ese momento era el administrador de la casa de beneficencia
de la ciudad. Se trataba de aprovechar la permanencia accidental del sacerdote
en Madrid para que éste pudiera “en su
nombre, y representando sus derechos y acciones, proceder inmediatamente con el
señor director del noviciado establecido en dicha corte, al otorgamiento legal
y solemne de la escritura de fundación de la indicada comunidad de cinco Hijas
de la Caridad en la Casa de Misericordia o Beneficencia y expósitos.”
La
Casa de la Beneficencia conquense era en ese momento la unión de dos antiguas
fundaciones benéficas de la Iglesia conquense: la Casa de Recogidas, fundada
por el obispo de Cuenca, Sebastián Flores Pabón, en 1776, y la Casa de
Misericordia, fundada en 1784 por Antonio Palafox cuando todavía era arcediano
de Cuenca, y en aquella época había pasado ya a ser regentada por la junta
provincial de beneficencia, dependiendo así de la Diputación Provincial, por
decisión de la política liberal, aunque, como hemos visto, su administrador era
un miembro del sector eclesiástico. En el documento se hace referencia a
ciertas condiciones y estipulaciones por las que se debía regular la
incorporación de las hermanas de la Caridad al centro conquense, condiciones
que, sin embargo, no se incluyen en el documento.
Desde
luego, la presencia de las hermanas en la ciudad del Júcar no debió alargarse
ya demasiado en el tiempo. Existe entre los protocolos del mismo notario,
Isidoro de Escobar, un convenio firmado entre el administrador del Hospital de
Santiago de Cuenca, Doroteo Enríquez, y la directora de la casa de la
beneficencia, que al mismo tiempo era la superiora de la comunidad de las Hijas
de la Caridad, la hermana Petra Jerez[2], documento que demuestra
dos cosas: por un lado, que las gestiones realizadas por Antonio Gutiérrez
habían tenido éxito; y por el otro, que la administración del principal centro
asistencial que existía en ese momento en Cuenca, la Casa de la Misericordia,
había pasado a depender ya directamente de la comunidad de religiosas. Por otra
parte, también demuestra que desde algún tiempo antes, el Hospital de Santiago
tenía la obligación de reservar a su costa seis camas todos los días, con el
fin de que pudieran ser asistidos en el centro los enfermos que estaban
acogidos en la Casa de Beneficencia. Por otra parte, el hospital había sido
fundado poco tiempo después de la conquista de Cuenca, a partir de una donación
que el propio Alfonso VIII había hecho a los caballeros de la orden como recompensa
a la ayuda que ellos le habían prestado durante la conquista de la ciudad. Los
motivos originarios de la fundación estaban relacionados con la redención de
cautivos, pero conforme la frontera con los musulmanes se fue alejando de
tierras conquenses, el edificio se reconvirtió en como centro asistencial para
enfermos pobres, y también, por lo menos desde el siglo XIX, como hospital
militar.
El
documento está fechado el 13 de abril de 1852. Poco tiempo antes, el
administrador del hospital de Santiago había solicitado de la junta de
beneficencia que se anulase la obligación aludida, debido a la difícil
situación económica en la que el centro se encontraba en aquel momento. Sin
embargo, la junta provincial de beneficencia, y en representación de ésta, la
administradora de la Casa de Beneficencia, la citada hermana Petra Jerez, se
negaba a ceder en sus derechos adquiridos: “Enterada
esta junta provincial de beneficencia de la exposición de V.S., solicitando que
en atención al estado aflictivo y decadencia en que se halla este hospital, se
le releve de la obligación de sostener diariamente seis camas para el servicio
de los individuos enfermos de la casa de beneficencia, tomándola con la debida
consideración, ha acordado decir a V. que si bien conoce con sentimiento los
apuros en que se halla el referido hospital, no le es posible ceder sus
derechos que tiene la casa de beneficencia en dicho establecimiento.”
Sin
embargo, y a pesar de esta negativa, la hermana reconoció que era justo recompensar
de alguna manera el derecho adquirido, y contribuir así a paliar la difícil
situación económica en la que se encontraba el hospital. Por ello, aprobó que
éste fuera satisfecho con la cantidad de tres reales diarios por el uso de esas
seis camas durante todo el tiempo en el que permaneciera ingresado en el mismo
alguno de los enfermos procedentes de la casa de beneficencia; esta retribución
de tres reales diarios se haría durante todo el tiempo en que se mantuvieran las penurias económicas
en las arcas del hospital. Además, también se acordaba que el pago se haría por
semestres “o como mejor convenga a las
necesidades del referido hospital de Santiago de Cuenca”, según se menciona
en una de las estipulaciones del documento.
Desde luego se trata del más remoto antecedente directo que tenemos sobre
el posterior establecimiento de la orden, las Hijas de la Caridad, en el propio
hospital de Santiago, donde todavía regentan, como sabemos, un centro de
asistencia a personas enfermas y ancianos, y un colegio concertado de educación
primaria.
En
1857, según datos recogidos por el canónigo Trifón Muñoz y Soliva en su
episcopologio conquense, estaban acogidos en la Casa de Beneficencia de Cuenca
un total de 205 varones y 155 mujeres.