La
Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto, que todavía
desfila en la tarde del Jueves Santo, es una de las más antiguas de las que
participan en la Semana Santa conquense. Aunque para algunos de los autores que
han tratado superficialmente el tema, su antigüedad apenas debe remontarse
hasta mediados del siglo XVIII, mi trabajo monográfico sobre la cofradía ha
demostrado claramente la existencia de la hermandad, al menos, desde cien años
antes, incorporada por entonces al poderoso Cabildo de la Vera Cruz, el cual,
por otra parte, hunde sus raíces en el primer cuarto del siglo XVI. Sin
embargo, la pérdida de todos sus fondos documentales anteriores a la Guerra
Civil hace muy difícil el seguimiento cronológico de ese proceso histórico que
terminó por convertirla en una hermandad independiente, aunque formando parte,
eso sí, de la Archicofradía de Paz y Caridad precisamente en esos mismos años,
o quizá un poco antes, en que trasladaba su residencia, desde la vieja ermita
de San Roque, arrasada por las tropas francesas, hasta la de San Antón, o
Virgen de la Luz, siguiendo los pasos del resto de hermandades que habían
formado parte del cabildo de la Vera Cruz.
Uno
de esos aspectos es la “joya”, una delicada pieza de orfebrería que cada Jueves
Santo porta en la procesión la imagen de Jesús. Está formada por un medallón de
plata dorada, quizá del siglo XVIII o del XIX, rodeada por una delicada
filigrana de plata de la escuela salmantina o de la Tierra de Campos, también
del XIX. En una de sus caras aparece la imagen de Cristo en la Cruz, rodeado
por tres santos mártires. En la otra cara se representa, en una composición
vertical, las tres personas de la Santísima Trinidad, flanqueadas a la altura
del Hijo por una Virgen coronada y San Miguel Arcángel. Dejando aparte ahora
absurdas leyendas de apariciones míticas y ladrones arrepentidos, con las que
ha sido atribuido el origen de la pieza en el inventario de la cofradía,
diversos autores, siguiendo a Ángel Martínez Soriano, afirman que se trata de
una donación realizada a la misma por un desconocido señor de Mariana, el mismo
que, por otra parte, había donado la propia imagen titular de la hermandad.
Conocemos
los nombres de aquellas personas que ejercieron desde 1741 el cargo de
secretario de la hermandad; en esa fecha se habían aprobado los nuevos
estatutos, y quizá en esa misma fecha fue cuando se produjo la definitiva
independencia de la hermandad respecto del cabildo matriz. No creo necesario
nombrar los que ocuparon el cargo desde esa fecha hasta 1814; sólo serviría
para acumular datos innecesarios de momento, alejándonos del tema real que nos
ocupa y que ya adelanté en parte en la monografía que hice de la hermandad,
confirmado después por nuevas referencias bibliográficas: el apellido Mariana;
linaje que mantuvo este cargo en la hermandad durante casi setenta años. Es,
por lo tanto, una buena parte de la historia más oscura de nuestra cofradía, y
ahí radica la importancia de estudiar la personalidad de esta estirpe de origen
levantino.
Sin
duda, la inexacta referencia alude más a este hecho, la dirección de la hermandad
durante bastantes años por una familia de este apellido, que a una inexistente
y apócrifa relación jurisdiccional. Era el año 1814 cuando Valentín Mariana
sustituía como secretario de la Venerable Hermandad del Paso del Huerto a
Calixto Calvo. Nada más es lo que sabemos sobre su personalidad, y sin embargo
Fermín Caballero, en su estudio sobre la prensa conquense, publicado ya en
1869, decía lo siguiente: “Vino a rivalizar con ella (se está refiriendo a la
imprenta establecida en la ciudad en 1801 por Fernando Antonio de la Madrid)
otra de Valencia, que estableció en 1822 D. Valentín Mariana, más le duró poco
a este desgraciado artista la residencia y la profesión en Cuenca. Habiéndose
significado liberal, cosa entonces no común, y más chocante en un pueblo
levítico, la reacción se cebó en él, y le hizo emigrar a su país en 1824,
cerrándole la imprenta, so pretesto (sic) del mal uso que podía hacer de ella
contra el Gobierno absoluto. No daban motivo a este rigor arbitrario las pocas
impresiones del librero valenciano, en el breve período de su permanencia entre
nosotros; más el hecho fue que la imprenta de Mariana quedó proscrita, sin que
las gestiones de la familia, aún después de fallecido D. Valentín, alcanzarán
habilitación para utilizar un capital parado, con graves perjuicios de sus
dueños.”
Dejando
de lado algunas de las afirmaciones realizadas por el político conquense, un
tanto inexactas como veremos, hay que incidir en lo que realmente aquí nos
interesa: la seguridad de que estamos hablando de la misma persona. Aunque a
primera vista los datos cronológicos no coinciden (no podía ser en ese caso
nuestro personaje secretario de la hermandad en 1814, ocho años antes de su
llegada a Cuenca según Caballero), más si tenemos en cuenta que permaneció en el
cargo hasta 1826, dos años después, según esa misma fuente, de su marcha de la
ciudad, todo nos hace pensar que el insigne político conquense cometió algunos
errores de datación, sobre todo si tenemos en cuenta que los sucesores de
Valentín Mariana al frente de la hermandad, coinciden también con los nombres
de los que le sucedieron también como gerentes de la imprenta familiar,
imprenta que fue restablecida en Cuenca algunos años después. Por otra parte, a
partir de ese momento la precisión cronológica entre unos datos y otros es más
exacta. Y como además no era raro en aquella época, marcada por un alto índice
de analfabetismo, la sucesión de padres a hijos en un cargo de estas
características es fácil suponer que en realidad la imposición del gobierno absolutista
sobre Valentín Mariana consistió solamente, y ya es mucho, en el cierre del
negocio durante casi diez años. En todo caso, el exilio, si acaso se produjo,
no debió durar demasiado tiempo.
En
efecto, a Valentín Mariana le sucede como secretario Pedro Mariana. Y vemos lo
que Fermín Caballero escribía asimismo sobre un impresor de este nombre
establecido también en Cuenca: “Se engañaron, sin embargo, los que creyeron que
la imprenta liberal no reaparecería en Cuenca. En 1833 se trasladaría aquí desde
Valencia D. Pedro Mariana, hijo de D. Valentín, con una tipografía nueva que,
mejorada y ampliada sucesivamente, reivindicó la memoria familiar, y es hoy una
de las existentes (recordamos que estas palabras se escribían en 1869),
dirigida por D. Manuel Mariana, hijo y nieto de los precedentes.” Sobre este
Manuel Mariana hablaremos en su momento; ahora me interesa recalcar que fue
precisamente en 1867 cuando sustituyó a su padre, tanto en la dirección de la
imprenta como al frente de la hermandad. Esta coincidencia demuestra de manera
clara otra vez que se tratan de las mismas personas, y que ambas sustituciones
sólo pudieron deberse a un hecho lógico: el fallecimiento de don Pedro.
Sobre
el impresor Pedro Mariana nos da también algún dato Félix González Marzo,
investigador de los procesos desamortizadores en la provincia de Cuenca. Según
él, nuestro personaje especuló con la adquisición de algunos bienes
desamortizados, en ocasiones solo y otras veces en compañía del abogado Julián
de Mora, en los términos municipales de Motilla del Palancar y Chillarón,
durante el período de Mendizábal (1836-1845), y en los de Cuenca, Arcos de la
Cantera, Alcohujate y Palomera, ya en el período de Madoz (1855-1886). Y aquí
vienen a colación otra vez ambas donaciones, la de la joya y la del propio
paso. ¿Puede tratarse del mismo Pedro Mariana, y que de esta manera pretendía
acallar su conciencia de especulador afortunado, como otros lo hicieron con
fundaciones de carácter benéfico? No podemos decirlo con seguridad, pero la cantidad
que habría ganado con la compraventa de los bienes desamortizados bien podría
permitírselo.
Ya
hemos dicho que éste fue sucedido en el cargo por Manuel Mariana en 1867.
Sabemos que aquel primer año de su mandato era además vicepresidente de la
archicofradía de Paz y Caridad, pues como tal solicitaba en su nombre al
obispado aclaración a dos puntos oscuros de las nuevas constituciones que
habían sido aprobadas dos años antes. Nada más conocemos de su mandato al
frente de la hermandad, hasta que en 1882 era sustituido en el cargo por
Victoriano Sanz Castellanos. Por otra parte, en 1883 la imprenta que había
heredado de su padre, y que hasta ese momento recibía su nombre, pasaba a
denominarse de “Viuda de Mariana”, de lo que se desprende el motivo de su sustitución
también al frente de la hermandad: su fallecimiento o, en todo caso, una grave
enfermedad que terminaría por causarle la muerte apenas unos meses
después. Todo lo que podemos hacer sobre
ello son meras especulaciones. Sí podemos afirmar, sin embargo, que, como
periodista, había dirigido entre 1871 y 1873 el semanario “El Magisterio
Conquense”, periódico de carácter educativo, como su propio nombre indica,
hecho que les lleva a afirmar a Angel Luis López Villaverde y a Isidro Sánchez,
estudiosos de la evolución de la prensa conquense en los últimos años, que su
verdadera profesión era la de maestro.
¿Qué
razones extrañas pudieron desencadenar que una estirpe de impresores y libreros
como la de los Mariana, además de origen valenciano si hacemos caso de Fermín
Caballero, ejercieran durante tantos años la secretaría de esta hermandad
conquense? Hay que decir que quizá ese origen valenciano no fuera tan claro,
pues hemos constatado la existencia de ese apellido en nuestra ciudad en
tiempos anteriores a la instalación de la primera imprenta familiar. La pérdida
aludida de los archivos nos impide afirmar nada en este sentido, aunque es
fácil suponer que la citada donación de la imagen, en el caso de que ésta se
produjera antes incluso del proceso desamortizador, no fuera ajena a ello. En
el caso concreto que nos ocupa, el proceso cronológico ha podido seguirse a
través de otras fuentes diferentes, ajenas a la propia hermandad. Pero otras
muchas veces los estudiosos del pasado no tenemos tanta suerte. Muchos datos
históricos de nuestras hermandades se han perdido para siempre, ya sea por
culpa del desinterés que han mostrado las personas que han formado parte de las
directivas, ya sea, por el contrario, debido a la mala costumbre que se ha
tenido de considerar como un bien propio y particular la documentación, mucha o
poca que por razón de su cargo ha ido cayendo en sus manos.