Desde
un tiempo a esta parte, mucho es lo que se ha adelantado respecto a todo lo
relacionado con el conocimiento histórico de nuestra Semana Santa. Sin embargo,
la escasez de archivos y documentos más allá del paréntesis trágico que supuso
la Guerra Civil, hace que todavía sea mucho más lo que aún desconocemos, y no
sólo por lo que respecta a aquellas épocas que ya se pueden considerar como un
poco alejadas de nuestro tiempo, sino también a otras mucho más recientes. Hay
que decir que ni siquiera está ya todo dicho respecto a la autoría de algunos
de nuestros pasos procesionales, a pesar de que prácticamente ninguno de ellos,
excepto el hermoso Cristo de Marfil, se remonta más allá del propio conflicto
bélico, como lo demuestra el controvertido tema de las imágenes que,
relacionadas directamente con nuestra Semana Mayor, han venido siendo
atribuidas erróneamente a José Rabasa, cuando este valenciano, tal y como ya se
ha demostrado, nunca fue escultor.
En
efecto, se trata de un tema que no es nuevo, y a pesar de ello todavía puede
leerse en algunas publicaciones más o menos oficiales que tanto la talla de
María Magdalena como la de la Virgen del Amparo fueron realizadas por este valenciano,
cuando en realidad se debería afirmar, simplemente, que fueron adquiridas en el
taller de su propiedad. A este respecto, se nos ocurren algunas preguntas:
¿Quién fue en realidad esta persona, que tiene a lo largo y a lo ancho de toda
la geografía nacional multitud de atribuciones de tallas, imágenes
procesionales algunas de ellas y otras realizadas para ser contempladas dentro
de altares y hornacinas, cuando en realidad nunca llegó a sujetar con su mano
una gubia para intentar dar vida a la madera? Si no fue Rabasa el autor de
estas tallas, ¿cuál es la personalidad artística verdadera que se oculta tras
ese nombre equivocado, más allá de la firma que aparece en los respectivos
contratos de adquisición de las piezas?
Como
digo, no se trata de un asunto en absoluto nuevo, pero siempre se ha tratado de
forma independiente; nunca hasta ahora se ha intentado elaborar una teoría de
conjunto que afecte a las diferentes obras afectadas por el tema. Así, mi
intención a la hora de realizar esta caportación ha sido la de, en primer
lugar, dejar por sentado de nuevo, de una vez por todas, cuál fue la verdadera
personalidad de este valenciano, para después dentro de las dificultades que
presenta el hecho de la falta de documentación, intentar establecer quién o
quiénes fueron los autores de las dos esculturas citadas más arriba, así como
también la de la Virgen de las Angustias, la de la ermita, también atribuida
recientemente al propio Rabasa, que si bien no se puede considerar como una
verdadera imagen procesional, a nadie se nos escapa la importante relación que
mantiene con la Semana Santa de Cuenca.
José
Rabasa fue en realidad un marchante, funcionario del Estado en los años de la
posguerra, que una vez acabado el conflicto bélico se dio cuenta de que la guerra
había vaciado multitud de hornacinas y templos, y que esos templos debían
llenarse entonces con nuevas esculturas. Por todo ello, se hizo representante
legal de muchos imagineros valencianos, a los que les obligaba a que no
firmaran sus obras para poder atribuirse él mismo directamente todas esas
tallas. Conocía el mundo artístico gracias a que su cuñado, Antonio Rollo
Miralles, socio suyo además en el taller de arte religioso que había
establecido con tal motivo en la ciudad del Turia, había sido jefe de
decoradores en el taller del escultor Pío Mollar. Sobre la pista de esta
impostura nos puso a los conquenses por primera vez José Javier Ortí Robles, un
conquense afincado en Valencia que está casado, además, con una nieta de
Enrique Galarza, uno de los artistas “representados” por el propio José Rabasa.
Dicho
esto, ¿quién fue de verdad el autor de las tallas conquenses? En realidad hay
que hablar de autores, pues no puede decirse, en el estado actual de los
conocimientos, que se pueda hablar de un mismo autor para las tres obras.
Empezaré para ello por la Virgen del Amparo, a la que dediqué un capítulo en mi
monografía sobre la hermandad de Jesús Resucitado en la que desmontaba algunas
atribuciones erróneas que algunos cronistas
han venido haciendo a lo largo del tiempo, como la del conquense
Leonardo Martínez Bueno, o la de un desconocido Antonio Bello, que no figura en
ninguna relación de imagineros y que en realidad podría deberse a un error de
trascripción y hacer referencia al ya citado Antonio Rollo, socio y cuñado, como
ya he dicho, de José Rabasa, y el único de los dos que estaba relacionado con
la imaginería. En aquel momento cargué demasiado las tintas conscientemente
sobre la posible autoría por parte de Enrique Galarza, aun sabiendo que no
existía documentación alguna que lo avalara, con el único fin de intentar
demostrar la no autoría del propio Rabasa. Sin embargo, y a la espera de poder
analizar la desconocida obra del ya citado Antonio Rollo, si es que en realidad
existe una obra propia de este enigmático escultor y no se trata sólo, como en
el caso de su cuñado, también de un simple marchante, sólo se puede afirmar que
el autor de la obra, sea éste quien sea, está muy influido por toda la escuela
murciana de imaginería, que arranca del siglo XVIII con la figura de Francisco
Salzillo, pero que se extiende por toda la provincia del Segura a lo largo de las
dos centurias siguientes. No hay más que comparar la expresión del rostro de la
talla y la posición de sus manos, con todas las dolorosas que, siguiendo a
Salzillo en casi todos sus detalles, pueblan las procesiones de Semana Santa de
Murcia y su comarca.
Por
su parte, la imagen de María Magdalena fue adquirida al taller de José Rabasa
por la hermandad del Cristo de la Luz en 1951, con el fin de incorporarla a la
nueva procesión del Martes Santo, a instancias del hermano Emilio Saiz Díaz,
después de que la hermandad hubiera encargado su paso de la Lanzada al escultor
conquense Leonardo Martínez Bueno, tras un concurso en el que también había
participado el propio Rabasa. Respecto al verdadero autor de esta obra, en una
de las actas de la hermandad se menciona cierta visita que un grupo de hermanos
realizó al taller de cierto señor Navarro, así, sin mencionar más que un apellido,
con el fin de ver cómo iba la talla de la nueva imagen. ¿De qué escultor podría
tratarse? Desde luego, no era Rabasa, aunque en la documentación existente
figura que la obra fue adquirida a éste.
Es
difícil saber cuál es el nombre de este escultor apellidado Navarro, pero sería
presuponer demasiado, como otros lo han hecho, que pudiera tratarse del
escultor conquense José Navarro Gabaldón, natural de Motilla del Palancar,
autor entre otras de la escultura de San Pedro de Alcántara que se encuentra en
el pueblo abulense de Arenas de San Pedro. No creemos que pueda tratarse del
mismo artista, pues hay que tener en cuenta en este sentido que este escultor
en los años cincuenta tenía establecido su taller en Madrid, y Rabasa, como se
sabe, ejercía su influencia en la zona levantina. Tampoco creo que pueda
tratarse del alicantino Antonio Navarro Santafé, autor de la escultura del oso y
el madroño, símbolos de Madrid, que se encuentra en la actualidad en la Puerta
del Sol de la capital madrileña, a la entrada de la calle de Alcalá. Aunque se
sabe que en los años treinta permanecía en Valencia, como miembro de la Escuela
de Bellas Artes de San Carlos, su obra religiosa, aunque existente, es menos
conocida. Además, en los años cincuenta, cuando se hizo la talla de María
Magdalena, se encontraba ya en Madrid, como profesor de su Escuela de Cerámica.
Nos
quedaría el valenciano Vicente Navarro Romero (1888-1978), quien fue también
académico por la valenciana Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, además
de la a Real
Academia Catalana de Bellas Artes de San Jorge
de Barcelona, y de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando
de Madrid. Tampoco se conocen demasiadas obras de imaginería de este escultor,
que terminó sus días en Barcelona. No obstante, por su paralelismo estilístico
y cronológico con la talla conquense de María Magdalena, e incluso con la de la
Virgen del Amparo, hay que destacar aquí la hermandad de la Santa Faz de Alcira
(Valencia). Fundada en 1949, a partir del año siguiente la hermandad iría
incorporando las imágenes de su paso, adquiridas todas a José Rabasa y Antonio
Royo: primero, en 1950, la de la Verónica, con ciertas concomitancias
estilísticas con nuestra María Magdalena; después el Cristo, agarrado a la Cruz
en una de sus caídas; finalmente, en 1953, los dos verdugos, realizados también
a imitación de los salzillescos sayones de los pasos de la hermandad de Jesús
Nazareno de Murcia.
Y
dejamos para el final la imagen de la Virgen de las Angustias, la única de cuya
autoría me atrevo a proponer un nombre, a pesar de que para este caso también
hay una completa falta de datos al respecto; y no ya a proponer, sino a afirmar
con rotundidad, basándome para ello en el estudio comparativo con otras piezas
seguras del autor. Me estoy refiriendo al ya citado Enrique Galarza Moreno. Se
trata de una atribución que ya realizó en su momento el ya citado José Javier
Ortí Robles, y también han apuntado ya de manera oral algunos conocedores de la
obra de este escultor valenciano, después de comparar la imagen del Cristo
conquense con la talla que preside uno de sus conjuntos más conocidos: la Santa
Cena de Orihuela (Alicante), Y sobre todo, si comparamos nuestro Cristo muerto
en manos de su Madre, con el Cristo del paso de la Flagelación, que realizó
para la hermandad asturiana de Jesús Nazareno de Villaviciosa. Otro paso
homónimo para Orihuela también tiene ciertos paralelismos con el nuestro,
aunque la similitud con el asturiano es mayor.
Se
sabe que Enrique Galarza fue uno de los escultores que un momento de su vida
trabajaron para José Rabasa, y que lo hizo precisamente en la misma época en la
que fue encargada la talla conquense de la Virgen de las Angustias: la primera
mitad de la década de los años cuarenta. A este respecto contamos con las
declaraciones del propio escultor al diario Información de Alcoy, una vez que,
en 1991, se hubiera descubierto por fin quién había sido el verdadero autor de
sendas imágenes veneradas en esta ciudad alicantina, la de San Jorge y la
propia patrona, la Virgen de los Lirios, que durante todo este tiempo habían
sido atribuidas al propio José Rabasa. Dice así el escultor aludido: “Un buen
día se presentó en mi casa Rabasa, al que nosotros llamábamos rabosa – raposa,
zorra-, ya que simplemente era un marchante que además nos pedía que no
firmáramos nuestras obras. Me encargó que hiciese una imagen de San Jorge y
otra de la Virgen de los Lirios, y la verdad es que en principio no lo tuve
demasiado claro. Hay que tener en cuenta que todavía nos encontrábamos en
guerra, y que por esta zona las imágenes de santos no estaban bien vistas.”
Pero
¿quién era Enrique Galarza? Había nacido en el pueblo valenciano de El Grao en
1895, y en 1912 se matriculó en la asignatura de Perspectiva en la Real
Academia de San Fernando. Fue después alumno de diversos escultores de
reconocido prestigio, como Pío Mollar y el propio Mariano Benlliure. En cuanto
a su obra procesional, muy abundante, destacan dos grupos realizados para la Semana
Santa de Orihuela, los de la Santa Cena y el Cristo de la Flagelación. También
realizó en 1951 el apostolado completo de la Santa Cena de Huelva, que de esta
forma completaba en un paso de misterio el Cristo del Amor, obra del onubense
Antonio León Ortega, así como tres pasos para la provincia de Valencia: la
Oración del Huerto de La Albaida; el Cristo de la Fe de Alcácer; y el Jesús
Nazareno de Fuente La Higuera. También es autor de otras imágenes de carácter
religioso, realizadas para diversas iglesias valencianas y alicantinas, así
como también algunas esculturas de carácter civil, entre ellas el monumento
dedicado en una plaza pública de Lima a la figura del conquistador del país, Francisco
Pizarro. Sin embargo, una buena parte de su obra se encuentra en Picassent,
localidad en donde vivió y falleció, en el año 2000.