Recientemente ha salido a la luz un nuevo libro del profesor
Pedro Miguel Ibáñez Martínez, uno de nuestros expertos más reconocidos en el
conocimiento del arte conquense. Especialista en la pintura conquense del
Renacimiento -su tesis, bajo el título precisamente de Pintura conquense del siglo XVI, fue publicada en tres tomos por la
Diputación Provincial de Cuenca-, realizó después diferentes estudios
monográficos sobre algunos pintores renacentistas que, nacidos unos en la
capital conquense, como los miembros de la dinastía Gómez, o llegados otros a
ella, procedentes de otras regiones, como Fernando Yáñez de la Almedina -quien,
desde su terruño en la Mancha, viajó hasta Italia, donde fue alumno del propio
Leonardo da Vinci-, desarrollaron aquí gran parte de su labor artística. Pero
entre la bibliografía de Ibáñez figuran también otros trabajos interesantes,
relacionados casi siempre con la historia del arte, como sus interesantes
estudios sobre las Casas Colgadas, o sobre las dos vistas que el paisajista holandés
Anton van den Wyngaerde realizó de la ciudad del Júcar en el siglo XVI.
En este
nuevo trabajo, que ha sido publicado otra vez por la Universidad de Castilla-La
Mancha y por el Patronato Universitario Cardenal Gil de Albornoz, dentro de su
programa de estudios titulado Cuenca
recóndita de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades, el
profesor Ibáñez, catedrático de escuelas universitarias, ha modificado
relativamente el interés cronológico y temático de sus anteriores
investigaciones. Porque si bien el tema de esta nueva publicación no se aparta
en absoluto del tema general de todo su currículo investigador, la historia del
arte, y especialmente la historia del arte conquense, el autor ha preferido,
para esta ocasión, el estudio de un aspecto diferente, que ha sido escasamente
tratado por los especialistas: la arquitectura civil gótica, y en concreto, una
parte de esa arquitectura que suele pasar casi siempre desapercibida: los
alfarjes.
En
efecto, su nuevo título trata de explicar y descubrir a los curiosos amantes de
nuestra historia, las escasas, pero siempre interesantes, muestras de alfarjes,
que aún permanecen ignorados en el interior de nuestros palacios góticos.
Palacios que, todos ellos, tienen en común la escasa visibilidad que muestra para
el visitante, pues casi siempre permanecen escondidos bajo otras arquitecturas
posteriores, que muchas veces, además, fueron poco respetuosas con la
estructura original del edificio. A lo que hay que añadir, también, el hecho de
que actualmente, muchos de ellos, se encuentran en manos privadas, lo que
dificulta enormemente el estudio y la contemplación de la obra. Sólo el Palacio
Episcopal es la excepción a ese común denominador, aunque también en este caso
permanece la dificultad de su estudio por parte de los especialistas.
El
diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su tercera acepción, define la
palabra “alfarje” de la manera siguiente: “Techo
con maderas labradas y entrelazadas artísticamente, dispuesto o no para pisar
encima.” No es exactamente lo mismo que “artesonado”, que es definido por
el mismo diccionario como “techo,
armadura o bóveda con artesones de madera, piedra u otros materiales, y con
forma de artesa invertida”. Son conocidos algunos artesonados interesantes
en la provincia de Cuenca: los del castillo de Belmonte, el del refectorio del
monasterio de Uclés, el de la sala capitular o el de la capilla Honda, ambos
dentro de los muros catedralicios,… Sin embargo, estos alfarjes que ahora nos
descubre el profesor Ibáñez, eran hasta ahora desconocidos para el curioso, y
son testigos de un pasado conquense muy diferente al presente que nos ha tocado
vivir; un pasado glorioso, el de un siglo XV en el que Cuenca, apoyada en su
riqueza ganadera, se había convertido en algo parecido a una metrópoli, foco de
atracción para artistas y financieros.
Es
necesario conocer para conservar, y es necesario conservar para no perder nunca
nuestras propias señas de identidad. Por ello, es interesante la propuesta que
se nos hace desde el campus conquense de la Universidad de Castilla-La Mancha,
y en concreto, desde su Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades. En
la presentación de este nuevo libro, su autor nos indica cuáles son las
pretensiones de este proyecto Cuenca
recóndita, en el que se enmarca el volumen: “De la conversación, en la que también participaron otros profesores
compañeros de la Facultad, nació la idea de llevar a cabo un proyecto de
divulgación entre los alumnos de algunas de estas obras de verdadera calidad,
poco conocidas o simplemente ignotas, del patrimonio artístico y arquitectónico
de la ciudad de Cuenca. Así nació el proyecto Cuenca recóndita, con el necesario rigor científico propio
del ámbito universitario en que nos movemos. La divulgación tenía que verse
precedida de las suficientes aportaciones al conocimiento que la sustentaran,
basadas en el trabajo personal en los archivos y en el análisis de las propias
obras.”
En
efecto, divulgación y rigor científico no deben ser nunca términos
contrapuestos en un trabajo de estas características. No lo es, desde luego, en
este nuevo libro del profesor Pedro Miguel Ibáñez.
Por otra
parte, y aunque no tiene nada que ver con el nuevo libro del profesor Ibáñez,
bien merece la pena participar de este proyecto, Cuenca recóndita, el nuevo descubrimiento que se acaba de hacer en
una de las capillas de la catedral, la del Arcipreste Barba, del cual ya nos
hicimos eco en este blog mediante una entrada en la sección NOTICAS HISTÓRICAS.
En efecto, levantando el cuadro central de su altar para proceder a su
restauración, ha aparecido un óleo sobre tabla que representa a San Julián
vestido de pontifical. El cuadro, del que hasta ahora nada se sabía, es una
obra importante del renacimiento, y sin duda conformaba la tabla central del primitivo
retablo, correspondiente a la época en la que la capilla fue dedicada a San
Julián por este canónigo. La obra deberá ser estudiada a partir de ahora por el
profesor Ibáñez y por otros estudiosos del arte conquense, pero a primera vista
parece corresponder al pleno renacimiento conquense, quizá a Gonzalo Gómez o a
algún otro miembro de esta dinastía de pintores conquenses.
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