Mucho se ha escrito y se ha hablado
sobre el origen de la Semana Santa de Cuenca, y mucho, sobre todo, es lo que se
ha investigado en los últimos años. Gracias a ello, se ha podido afianzar
nuestro conocimiento sobre la procesión del Jueves Santo, hasta el punto de que
podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que se trata de la más antigua de
cuantas conforman la Semana Santa conquense. En realidad, el hecho no en nuevo:
así ha sido en todas las ciudades y pueblos de Castilla, incluso podríamos
decir de toda España, salvando algunas excepciones, que podría haberlas. Es
conocido el papel que en este sentido jugó en todos los lugares la hermandad de
la Vera Cruz, y Cuenca, ciudad en la que también existió una hermandad de estas
características, no podía ser una de esas excepciones. Sin embargo, todavía
puede leerse en algunas publicaciones aseveraciones que beben aún en una época en
la que primaban las leyendas y los mitos más que la propia investigación
historiográfica, por lo que sigue siendo necesario insistir en un hecho
suficientemente contrastado: el origen de la procesión del Jueves Santo
conquense ya durante la primera mitad del siglo XVI. Éste es el motivo de este
texto, a modo de introducción a un tema que será tratado más pormenorizadamente
en las próximas semanas.
Si bien, como todos
sabemos, en Cuenca existe una hermandad de la Vera Cruz moderna, que desfila en
la procesión del Lunes Santo y nació para cubrir un hueco procesional hace
algunos años, hay también otra hermandad histórica, clásica, que aunque
actualmente ya no se llama de esta forma, porque cambió a mediados del siglo
pasado su advocación titular por la de Archicofradía de Paz y Caridad, se
corresponde con el antiguo cabildo de la Vera Cruz, Sangre de Cristo y
Misericordia. Mantiene, además, casi todas las características comunes de la
mayor parte de estas cofradías religiosas: nació en el siglo XVI, al amparo del
convento de religiosos franciscanos, para convertirse en la primera cofradía
penitencial de la ciudad; organizó la procesión del Jueves Santo,
presumiblemente formada por hermanos de luz y de sangre, aunque sobre este
particular no se ha encontrado aún constatación documental definitiva,...
La
historia de la hermandad, si bien aún no bajo la titularidad de la Vera Cruz,
se remonta al año 1521, cuando algunos regidores del ayuntamiento solicitaron
del rey Carlos I autorización para fundar una hermandad que, bajo la advocación
de la Misericordia se encargara de enterrar a los ajusticiados, hermandad que
fue instalada en la ermita de San Roque, muy cercana al convento de
franciscanos observantes. A mediados de la centuria, la hermandad de había
enriquecido, pues se la ve firmando en los años cuarenta y setenta de aquella
centuria, sendos contratos con diversos oficiales de la ciudad para arreglar la
capilla que la hermandad tenía en la ermita. En el segundo de estos contratos
se menciona la realización en la parte alta de la capilla de una sala de
reuniones y un almacén y, lo que es más importante, se menciona por primera vez
la advocación de la Vera Cruz unida a la más antigua de la Misericordia. No se
sabe con seguridad las razones de este cambio de denominación, pero una
posibilidad factible es que en algún momento entre esas dos restauraciones o
modificaciones estructurales de su capilla, la advocación a la Vera Cruz,
hubiera crecido en el seno de la hermandad por la influencia de los religiosos
franciscanos. Pero también es bastante posible que en ese momento, lo que de
verdad pudiera haber pasado, es que que
se hubiera producido una fusión entre dos hermandades diferentes: la de la
Misericordia, asentada, como es sabido, en la ermita de San Roque, y la de la
Vera Cruz, asentada quizá en un primer momento en el cercano convento de San
Francisco, como era usual en esta época en casi todas las ciudades, y trasladada
después a la ermita de San Roque as causa de la unificación.
El
primer documento en el que se habla de la procesión del Jueves Santo data de
1610, aunque las propias características de cualquier hermandad de la Vera Cruz,
puramente penitencial, nos permite pensar que esta procesión existiera desde el
mismo momento del nacimiento de la cofradía. Una prueba más en este sentido es
el contrato que el escultor Giraldo de Flugo, flamenco afincado entonces en
Cuenca, firma en 1580 con la hermandad de la Vera Cruz de Zaorejas, pueblo que
en la actualidad se encuentra en la provincia de Guadalajara, pero que
pertenecía entonces al obispado de Cuenca, por el que se comprometía a hacer
una imagen de Jesús Nazareno para la que se debería utilizar como modelo la que
pertenecía al cabildo de la Vera Cruz de Cuenca. Por diferentes aspectos que
aparecen mencionados en el documento, se aprecia claramente que la escultura,
como debía suceder también con el modelo utilizado, tenía una motivación de
para ser portada en procesión; así lo demuestra el hecho de que su cuerpo debía
ser vaciado por dentro, con el fin de aligerar en lo posible el peso de la
talla. Un encargo de similares características para el pueblo cercano de Alcocer
se firmaría también pocos años más tarde, en 1588, teniendo además como uno de
sus protagonistas al propio Giraldo de Flugo; el otro protagonista de la
hechura de la talla de Jesús Nazareno, junto a otra de Jesús amarrado a la
columna, sería el pintor italiano, afincado en la ciudad, Bartolomé de
Matarana, encargado de la policromía.
En
el siglo XVII, del seno del cabildo de la Vera Cruz nacieron, como sucediera
también con otras cofradías de esta misma advocación tanto en Castilla como en
Andalucía, algunas hermandades satélites, creadas con el fin de organizar la
procesión de una imagen concreta dentro del cortejo general de la cofradía. De
la cofradía conquense nacieron cuatro hermandades, las más antiguas de cuantas
conforman aún en la actualidad la Semana Santa conquense: Paso del Huerto
(antes de 1644), Jesús Nazareno (antes de 1645), Paso de la Caña (antes de
1671) y Nuestra Señora de la Soledad (antes de 1736), Estas cuatro hermandades
fueron alcanzando paulatinamente una mayor preponderancia dentro de la estructuración
general de la cofradía, proceso del todo paralelo a la propia crisis sufrida
por la cofradía matriz en esa misma centuria (en 1676, según testifican los
documentos conservados, apenas quedaban algunos hermanos en su seno), hasta el
punto de que ya en el siglo XVIII eran precisamente estas hermandades satélites
las encargadas de organizar por sí mismas todo el desfile procesional.
A
principios de aquella centuria, los soldados ingleses que defendían los
derechos al trono del pretendiente Carlos de Habsburgo durante la Guerra de la
Sucesión, habían destruido una parte del patrimonio de estas cofradías. Los
datos nos lo ofrece, en base a un documento hasta ahora inédito, García Heras,
y de él se ha hecho eco este mismo año Israel José Pérez Calleja en los Cuadernos de Semana Santa: “En la ciudad de Cuenca, entraron dichos
soldados, y en la Hermita de San Roque, ultrajaron con la mayor indecencia
todas las Efigies que avía en ella, y en especial la de Jesús Nazareno, que la
arrojaron al suelo, y despojaron de sus vestiduras, dividieron en tres partes
su Sacatrissina Cabeza, y quitaron un dedo de sus manos. También despojaron a
Nuestra Señora de la Soledad, y con grande irrisión y escarnio, la pusieron en
el Púlpito de la dicha Hermita, y a correspondencia el passo del Ecce-Homo.
También despojaron el paso de la Oración del Huerto, y se llevaron todos los
Frontales, y demás Ornamentos de dicha Hermita…
En dicha ciudad, los referidos Soldados vendieron púbica y generalmente,
los Ornamentos y Vasos Sagrados que avían saqueado, aviendo comprado a uno, un
platero, una Paterna muy asquerosa, como
de aver comido en ella; y a otro un pie de Cáliz, que lo sacó de las partes
impúdicas, y otro Soldado llevaba en un pollino puesto por ataharre una estola
morada; y otro, por cabezada de su caballo, el Cordón con que estaba ceñida la
Efigie de Jesús Nazareno, que hizieron pedazos en la Hermita de San Roque.”
El siglo XIX marca un
nuevo hito en la historia de la cofradía, que había estado a punto de
desaparecer en 1810, invadida la ciudad por las tropas francesas, quienes
incendiaron la ermita y saquearon los bienes de la propia hermandad. Ya antes
de ello, unos meses antes de iniciarse la guerra, algunos de los miembros del
viejo cabildo encabezados por su hermano más antiguo, Antonio Lorenzo Urbán, se
juntaban con el fin de defender sus intereses contra los de las ya poderosas
hermandades satélites, que pretendían que el cabildo hiciera entrega de todos
sus papeles al tribunal diocesano. Estas hermandades, que durante la centuria
anterior habían sido creadas en el seno del cabildo de la Vera cruz, pretendían
ahora organizar por sí misma la procesión del Jueves Santo, y querían además
algo que hasta entonces había sido prerrogativa únicamente del cabildo matriz:
el entierro de los ajusticiados. Junto al propio Antonio Urbán, miembro del
cabildo catedralicio, se encontraban otros personajes que pertenecían también a
la oligarquía conquense, como José Julián Mayordomo, Vicente Antonio de Villena
o incluso Francisco de Paula Álvarez de Toledo, señor de Hortizuela y regidor
perpetuo y decano del ayuntamiento conquense. En aquella reunión, y con el fin
de anticiparse a cualquier tipo de litigio,
los asistentes decidieron otorgar sendos poderes a diferentes
procuradores de la audiencia de Cuenca, de la Real Chancillería de Granada y
del Consejo de Castilla.
Dos años más tarde, en
1810, los franceses incendiaron la ermita de San Roque, y la hermandad llegó
incluso a ser suprimida temporalmente por el tribunal diocesano. Aunque el
cabildo reconoció en ese momento la supresión de la hermandad, e incluso ordenó
el reparto la escasa cera de la que aún disponía la hermandad entre los escasos
miembros con los que aún contaba, se trataba en realidad de un hecho puramente coyuntural.
En efecto, una vez terminada la guerra el cabildo volvió a cobrar vida, aunque
siempre, esos sí, bajo el amparo de las antiguar hermandades filiales. No cabe
duda de que se trata de una misma cofradía, a pesar de que hay quien afirma,
intencionadamente, que se trata de dos hermandades diferentes. Se trata con
ello de defender una sucesión histórica entre esta cofradía antigua y la nueva,
que en la actualidad desfila en la procesión del Lunes Santo, pretendiendo una
antigüedad que ya era una pretensión en el momento de su fundación, hace quince
años, y que en realidad, no le corresponde.
Para entonces, las
imágenes de estas hermandades habían sido trasladadas ya a la iglesia de la
Virgen de la Luz, recuperada para el culto a instancias del propio Ayuntamiento
de la ciudad, traslado que se llevó a efecto, después de haber sido solicitado
por el propio Ayuntamiento, a finales de la década de los años veinte de
aquella centuria. Sin embargo, y otra vez gracias al trabajo de lo que habían
sido hermandades filiales, que mientras tanto habían seguido organizando el
desfile del Jueves Santo, el cabildo de la Vera Cruz pudo renacer de sus
cenizas. La documentación que aún conserva la hermandad de Jesús con la Caña es
clara en este sentido: en esos años se creó entre las diversas hermandades, y
en el seno de la propia hermandad de la Vera Cruz, una Junta de Caridad,
antecedente claro de lo que más tarde sería la Archicofradía de Paz y Caridad.
Por otra parte, aunque sigue costando en esa documentación la cofradía de la
Vera Cruz, en realidad, ésta ya no tenía ninguna función como tal, por dicha
junta de Caridad la siguen formando los miembros de las otrora hermandades
satélites, las cuales, además, se repartían entre ellas, a partes iguales,
todos los gastos ocasionados por la procesión del Jueves Santo.
Poco tiempo después, en
la década de los treinta, la hermandad del Ecce-Homo, que en la centuria
anterior había organizado durante algún tiempo la procesión del Miércoles
Santo, se incorporó a la todavía hermandad de la Vera Cruz, y veinte años más
tarde sería una hermandad de nueva creación, la del Amarrado, la que
completaría el desfile, y terminaría por dar un nuevo impulso a la Semana Santa
del periodo. Fue entonces, hacia los años intermedios del siglo XIX, cuando se
terminó de consolidad esa unión relativa de las hermandades que habían formado
desde mucho tiempo antes antes el cabildo de la Vera Cruz, con la creación
finalmente de la Archicofradía de Paz y Caridad, que aún subsiste. Este hecho
terminó de dar consistencia definitiva a la procesión del Jueves Santo, tal y
como hoy la conocemos. En 1865, fueron confirmadas por el provisor general de
la diócesis las constituciones de la nueva institución, que heredaba todas las
prerrogativas anteriores del cabildo de la Vera Cruz, incluida también la de
enterrar a los ajusticiados, que aún mantenía desde que fuera fundada en el
siglo XVI. Y ya durante la segunda mitad del siglo XX, la archicofradía se
terminaría de constituir, con una nueva hermandad, la de Jesus Caído y la
Verónica, y un segundo paso dentro de la hermandad de Jesús Nazareno, el del
Auxilio.