“Hay
muchos Cid en la tradición española, y éste es el mío”. De esta manera define
su autor, Arturo Pérez Reverte, esta biografía de Rodrigo Díaz de Vivar, o Ruy
Díaz, tal y como él le nombra en todo momento, con mayor rigor histórico quizá que
el nombre con el que es más conocido incluso por los especialistas: Rodrigo
Díaz de Vivar. Y tiene razón también en ello, porque en la historiografía
medieval hay muchos Cid, desde el héroe castellano, y sobre todo cristiano,
batallador contra moros, hasta el guerrero de frontera, leal sólo, o casi sólo,
a sí mismo, capaz de convertir a los amigos en enemigos y a los enemigos en
amigos, al menos desde una perspectiva moderna; capaz de aliarse, en fin, con
los moros para hacer frente a otros reyes cristianos. ¿Cuál de todos esos
héroes se acerca más al Cid histórico? ¿Cuánto de historia hay en esta novela
del escritor de Cartagena? ¿Cuánto de historia hay, a fin de cuentas, en la
leyenda del Cid?
Lo primero que tenemos que decir es
que Mío Cid, tal y como le llamaron los musulmanes, es sólo un personaje de su
época, una época difícil en la que la vida valía muy poco, y la muerte acechaba
siempre en cualquier lugar, pero sobre todo, en la frontera, en esa misma
frontera en la que acostumbraban a vivir él y sus hombres. Puede leerse así en
una parte de la obra: «Rudos en las formas, extraordinariamente complejos en
instintos e intuiciones, eran guerreros y nunca habían pretendido ser otra
cosa. Resignados ante el azar, fatalistas sobre la vida y la muerte, obedecían
de modo natural sin que la imaginación les jugara malas pasadas. Rostros
curtidos de viento, frío y sol, arrugas en torno a los ojos incluso entre los
más jóvenes, manos encallecidas de empuñar armas y pelear. Jinetes que se
persignaban antes de entrar en combate y vendían su vida o muerte por ganarse
el pan. Profesionales de la frontera, sabían luchar con crueldad y morir con
sencillez. No eran malos hombres, concluyó. Ni tampoco ajenos a la compasión.
Sólo gente dura en un mundo duro.”
Y lo segundo que debemos tener en
cuenta es que es una falacia intentar juzgar a un personaje histórico con la
mentalidad del siglo XXI. A cada personaje, a cada hecho histórico, sólo se les
puede estudiar si tenemos en cuenta las circunstancias concretas de cada época,
y las circunstancias del siglo XXI son muy distintas a las de la época actual.
La Castilla de hace mil años era un reino en expansión, pero sometido a
múltiples tensiones desde los diferentes reinos musulmanes, y también desde los
reinos cristianos, que lo rodeaban. Es una Castilla que está sumida en una
guerra civil, una guerra civil protagonizada por dos reyes hermanos, rivales
entre sí, en la que apoyar a uno de ellos, como Ruy hizo con Sancho, era tener
que enfrentarse irremediablemente al otro hermano, Alfonso. Por ello el nuevo
rey, Alfonso VI, lo manda al exilio: “Si tú me exilias por un año, yo me exilio
por dos años”. Por eso, Ruy no tiene más remedio que buscar aliados en otros
reinos vecinos, vender su ardor guerrero a otros reyes, cristianos o
musulmanes, mientras duraba su exilio, para poder ganarse la vida como sólo
sabe hacerlo: combatiendo.
Todos los hombres de frontera eran
como él, también los musulmanes, que en no pocas ocasiones se hacían aliados de
los cristianos para combatir a otros musulmanes. Por ello, y a pesar de lo
extraño que ahora nos resulte, Mío Cid se alía con el rey moro de Zaragoza,
Mutaman; se pone a su servicio para batallar contra el hermano de éste, Mundir,
rey de la taifa de Lérida, y también contra el aliado de Mundir, el conde de
Barcelona, Berenguer Ramón, quien a su vez, por otra parte, había eliminado del
trono a su hermano gemelo, Ramón Berenguer, y además lo había hecho de la
manera más cruel de todas, asesinándolo. Personajes de frontera, todos ellos,
personajes de una época dura, sangrienta, como fue la Edad Media. Y
enfrentamientos, muchas veces, entre hermanos, en todos los sentidos que la
palabra tiene, incluido también ese sentido más puro fraternal.
Pero Ruy, pese a todas sus dudas,
tiene límites; es capaz de seguir siendo fiel a su rey, aunque su rey no lo
haya sido con él, y le haya castigado con el exilio. Por eso, el contrato de
guerra con el rey de Zaragoza sólo tiene una excepción: quedará libre de su
vasallaje en el momento en el que tuviera que guerrear contra el rey de
Castilla. En un mundo como el de la Edad Media, el rey propio es el señor
natural del noble, y por ello, pese a todas las injusticias que pueda cometer
con él, el noble le debe vasallaje. Por eso, también, Ruy se muestra respetuoso
con sus enemigos, aunque esos enemigos sean tan distantes como el conde de
Barcelona. Como conde de Barcelona, y por lo tanto, señor de tierras y
vasallos, Berenguer Ramón es señor natural de vasallos, aunque él mismo no sea uno
de esos vasallos, y por lo tanto, un infanzón como él le debe respeto, aunque
en ese momento sólo sea un prisionero del propio Ruy. Él conoce las reglas de
la Edad Media, y las respeta.
Es, desde luego, una novela que
respeta la leyenda del Cid, y también la propia historia del héroe castellano.
Una historia que, como decimos, tiene muchas vertientes, y que sólo podemos
juzgar si tenemos en cuenta la época en la que se desarrollaron los hechos: una
época difícil, terrible para todos, en la que la vida, o la muerte, valía
apenas lo que valía una lanza o una espada.
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