Durante
los años de la Edad Moderna existían en la ciudad de Cuenca seis conventos o
monasterios de religiosas de clausura: benedictinas, bernardas, carmelitas,
justinianas, concepcionistas franciscanas y franciscanas angélicas. De todos
ellos, desaparecieron en los años siguientes el de bernardas, en el marco de la
desamortización de Mendizábal, y ya en los años recientes, el de las
franciscanas angélicas, si bien la comunidad de las carmelitas se trasladarían,
durante el último cuarto del siglo pasado, a un nuevo convento de reciente
construcción, a las afueras de la ciudad, pasando su antiguo convento a
convertirse en sede cultural (vicerrectorado de la Universidad de Castilla-La
Mancha, sede del centro asociado de la Universidad Internacional Menéndez
Pelayo y de la Fundación Antonio Pérez, sucesivamente). Por otra parte, casi
todas las comunidades existentes todavía, incluida también la de las esclavas
del Santísimo Sacramento y de la Inmaculada, las populares blancas, que se vino
a sumar ya en el siglo pasado, se encuentran actualmente en una situación de
penuria al menos en lo que se refiere al número de vocaciones, con una cantidad
muy pequeña de religiosas habitando los respectivos edificios conventuales,
normalmente de enormes dimensiones, lo que dificulta todavía más su
supervivencia.
No
es éste el caso, sin embargo, de la comunidad de monjas benitas, o
benedictinas, cuyo convento se halla frente al edificio del Almudí, y muy cerca
de la parroquia del Salvador y del antiguo hospital de Nuestra Señora de la
Esperanza y de Todos los Santos. Se trata, por otra parte, de la más antigua
fundación de estas características en la ciudad del Júcar, bajo la advocación
en aquella época de Nuestra Señora de la Contemplación, y en la actualidad de
Santa María de la Expectación. Es ésta, por el contrario, una comunidad aún
floreciente, que cuenta en la actualidad con un colegio y una pequeña
hospedería, reservada sólo, en condiciones normales, para familiares de la
comunidad y para religiosos de paso. Este colegio fue fundado en 1962, en un
principio para niñas, aunque en la actualidad, por los requerimientos actuales
del sistema educativo, pueden estudiar aquí tanto niños como niñas, durante las
etapas de primaria y secundaria, y también algunos ciclos formativos.
La
documentación conservada habla de la existencia de una especie de patronazgo
sobre este monasterio de Nuestra Señora de la Contemplación por parte de la
familia Valdés, patronazgo que se extendió, al menos, al primer tercio del
siglo XVI. En efecto, se sabe que en 1530, cuando se produjo el fallecimiento
del patriarca del linaje, Fernando de Valdés, éste era enterrado en la capilla
mayor del monasterio, en el mismo lugar en el que unos años antes había sido
enterrada la esposa de éste, María de la Barrera. Y sólo unos meses más tarde,
uno de sus hijos, Andrés de Valdés, firmaba un acuerdo con las monjas del
convento para construir en ese mismo lugar el panteón familiar.
La
familia Valdés fue durante la primera centuria del siglo XVI uno de los linajes
más importantes de la ciudad de Cuenca, a pesar de su origen converso. No
quiero insistir demasiado en los antecedentes biográficos de este Fernando de
Valdés, padre de los hermanos Alfonso y Juan de Valdés, secretario el primero
del emperador Carlos V y camarero el segundo del papa Adriano VI, humanistas
ambos, tildados de erasmistas por la más rancia ortodoxia, y me remito para
ello a una aportación mía anterior, la última edición personal de estos
encuentros en San Lorenzo del Escorial, en la que hablaba, sobre todo, de su
relación con la actividad benéfica en la ciudad del Júcar, poniéndola en
relación con el hospital y hermandad de San Lázaro y, sobre todo, con el
cabildo de Nuestra Señora de la Misericordia, antecedente directo de la
cofradía de la Vera Cruz; y también, de paso, con la atribución que en los
últimos años se ha venido haciendo de la autoría de una de las obras cumbres de
la literatura española, el “Lazarillo de Tornes”, a cada uno de los dos
hermanos Valdés, por parte de Rosa Navarro y de Daniel Crews, respectivamente.
Así
las cosas, no quisiera insistir más en la trayectoria biográfica de este
personaje, suficientemente conocido además por la historiografía, local y
foránea, más allá de un pequeño apunte que en aquel momento me pasó
desapercibido: la existencia de cierto contrato entre el propio Fernando de
Valdés y el escultor Antonio Flórez, por el que éste se comprometía en 1524 a
entregar a aquél dos imágenes de Cristo, una en la Cruz y otra atado a la
columna; en el documento firmaba
como fiador otro escultor que también se hallaba entonces asentado en Cuenca:
Francisco de Coca. Teniendo en cuenta todos los antecedentes (comitente:
Fernando de Valdés; autor de las imágenes: Antonio Flórez, el mismo que había
contratado con Juan de Ortega la cruz de piedra para el campo de San Francisco;
y el año, 1524, muy próximo a la fecha de aprobación real del cabildo de la
Misericordia, hecho en el que Valdés había participado activamente,
posiblemente con la intermediación de su hijo Alfonso, y de la que se
convertiría en primer preoste), parece lógico pensar que ambos hechos pudieran
estar relacionados. No obstante, no sería ésta la única interpretación posible
de esta noticia; podría tratarse también de algún encargo destinado a su
oratorio particular, que estaría radicado posiblemente en su propia casa, como
sucedía con otras familias poderosas de la época, o quizá también con destino a
su capilla funeraria en el monasterio, si es que disponía ya de ella en este
momento.
Sí
resulta, sin embargo, interesante repasar aquellos datos de su biografía que
pudieran estar directamente relacionados con el origen de esa relación entre el
monasterio y nuestro protagonista, detalles que, en primer lugar, nos trasladan,
irremediablemente, a los años fundacionales del monasterio. Y en este sentido,
tenemos que acercarnos a la figura de Andrés Gómez de Valdés, el padre de
Fernando de Valdés, quien permaneció, según el ya citado Miguel Jiménez
Monteserín, al servicio del obispo de la diócesis, Lope de Barrientos, formando
parte del sector converso, de especial relevancia ya en la ciudad a lo largo
del siglo XVI, un sector que terminaría por conformar la nueva nobleza urbana
de la ciudad en los primeros años de la centuria siguiente. Su participación en
el bando del prelado, defensor como es sabido de los derechos reales contra las
banderías protagonizadas entonces por algunos nobles, y en concreto, para el
caso de Cuenca, por Diego Hurtado de Mendoza, señor de Cañete y Guarda Mayor de
la ciudad. También participaba entonces en ese mismo bando otro converso, Pedro
López de Madrid, alcalde electo de Cuenca y padre de Andrés de Cabrera, futuro
marqués de Moya por beneficio de los Reyes Católicos, del cual el propio
Fernando de Valdés se convertiría en criado, en el sentido medieval de la
palabra, y principal valedor en la ciudad de todos sus derechos.
Sobre
los orígenes, más bien humildes, del linaje Valdés, escribe Miguel Jiménez
Monteserín, remontándolos a Diego Gómez de Villanueva, natural parece ser del
lugar de Villanueva de los Escuderos, muy próximo a la propia capital
conquense, que a caballo entre los siglos XIV y XV moraba en la calle
Caballeros. Hijo suyo y de Juana Díaz, de la que se sabe que falleció en Cuenca
en 1412, fueron Diego “el mozo” y Andrés Gómez de Villanueva, y fue este Andrés
Gómez de Villanueva quien, posiblemente, lograría ascender en la escala social,
a la sombra del prelado Lope de Barrientos, en cuya época, recordemos, se llevó
a cabo la fundación del monasterio. Hasta el punto de que el propio Monteserín
recoge cierto testimonio, fechado en 1511, según el cual un tal Andrés Duro,
uno de los testigos de la ejecutoria de nobleza de Andrés de Valdés, hijo y
heredero de Fernando de Valdés, afirmaba haber conocido a dicho Andrés Gómez de
Villanueva, “padre de Hernando Valdés, con el obispo don Lope de Barrientos
en hábito de hombre de probo y escudero e hidalgo”.
Fue
sin duda este Andrés Gómez de Villanueva, también, quien modificó el apellido
familiar, transformándolo en Gómez de Valdés, que a partir de la generación
siguiente quedaría reducido sólo a Valdés, de sonoridad más nobiliaria. De su
matrimonio con Isabel López de Palacios tuvo, al menos, dos hijos, el propio
Fernando de Valdés y Alonso de Valdés, alcalde de la fortaleza de Beteta, que
era propiedad de la familia Carrillo.
No
es ésta, no obstante, la única relación posible entre dicho Fernando de Valdés
y el monasterio de Nuestra Señora de la Contemplación, que podría explicar ese
patronazgo. Hay que tener en cuenta, también, que el propio fundador del
convento, Nuño Álvarez de Fuente Encalada, tenía cierta preferencia sentimental
por el hospital de San Lázaro, y por la obra que en él se hacía en favor de los
enfermos de peste, del que la familia Valdés, ya lo sabemos, fueron
administradores o mayordomos, pudiendo sucederse unos a otros en dicho cargo a
través de las generaciones. En efecto, se sabe que el chantre, usualmente,
hacía un recorrido diario, en el que visitaba varias iglesias de la ciudad,
incluyendo en el recorrido tanto al hospital de San Lázaro como a su propia
fundación benedictina.
Finalmente,
un último dato que debemos tener en cuenta en este sentido es ya puramente
geográfico: cuando Fermín Caballero realizó las biografías de los dos hijos más
“internacionales” de Fernando de Valdés, logró identificar dos casas que en el
siglo XVI eran propiedad de algunos de los miembros de esta familia, y las dos
tienen una cosa en común: la cercanía existente entre ambas casas y el monasterio
benedictino. Una de ellas, que en 1543 pertenecía a Andrés de Valdés, otro de
los hijos de Fernando, de quien próximamente hablaremos, estaba situada en la
llamada calle del Espejo, la actual calle Melchor Cano, entre la iglesia del
Salvador y la plaza de Santo Domingo. De más incidencia sería la casa situada
en la misma plaza del Salvador, entre la iglesia y el propio convento, que en
1573 estaba habitada por Diego de Alarcón y su esposa, Isabel de Valdés, nieta
de nuestro protagonista. La casa, que todavía se mantiene en pie, cuenta en su
fachada principal el escudo familiar de los Valdés, y en la actualidad es la
casa curato de la propia iglesia del Salvador.
El
patronazgo de la capilla mayor de la iglesia conventual fue ejercido más tarde
por el primogénito de Fernando, Andrés de Valdés. Aunque de su biografía tenemos
menos datos que de la de su padre y de sus dos hermanos menores, se trata
también de una persona bastante conocida por los especialistas. En sus años
juveniles realizó también cierta carrera en la corte, hasta el punto de que fue
precisamente él quien introdujo después en ella a su hermano Alfonso, siempre,
tal y como lo había hecho su padre, bajo el patrocinio de los marqueses de
Moya. Así, está documentada su presencia en la corte de Flandes, en enero de
1516, poco tiempo después de la muerte del rey Fernando el Católico, enviado
allí por Juan de Cabrera y Bovedilla, segundo marqués de Moya, con el fin de
prestar en su nombre homenaje al nuevo monarca, Carlos I de Habsburgo
Sin
embargo, una vez pasada la crisis de las Comunidades, que en Cuenca, por otra
parte, duró muy poco tiempo, la familia pudo resarcirse de ello. Por otra
parte, la presencia de Andrés en la corte de Borgoña está atestiguada además
por un testamento redactado por él mismo poco antes de partir a Flandes, como
medida de precaución por si le sucedía algo en el viaje, y también por otro
documento posterior: su propia ejecutoria de nobleza. En efecto, al ser
preguntado en ella por los motivos que le habían llevado a añadir a su escudo un
cuarto cuartel con el águila de los Habsburgo, el propio Andrés respondía que
se trataba de una merced concedida por el propio monarca, por haber combatido a
su lado en Bruselas, contra el duque de Güeldres, lo que le valió ser armado
como caballero, y la concesión “sobre las Armas que tiene, una Águila Rúbea
en campo áureo. El águila es la que trahe su magestad en sus armas por el
condado del Tirol; trahela en campo blanco, y a mí, el dicho Andrés Gómez de
Villanueva, me la dio en campo áureo”. Los padrinos de dicho acto habían
sido el duque de Baviera y el Conde Palatino, ambos electores imperiales.
Consta
también la protección a favor del primogénito de los Valdés por parte de
importantes miembros de la corte borgoñona, como la de Laurent de Gouvenot,
conde de Paudevox, gobernador de Bresse, almirante de Flandes y mayordomo mayor
de don Carlos, antiguo consejero a su vez de doña Margarita de Austria, la tía
del futuro emperador, y quizá también con la del nuevo mayordomo mayor,
Mercurino de Gattinara, quien posteriormente sería el mayor valedor de su
hermano Alfonso en el consejo del monarca. Ya de regreso en Cuenca, en 1520, su
padre le cedió el cargo de regidor perpetuo de la ciudad, que él venía
disfrutando desde 1485, cargo que reforzaría precisamente en 1506, cuando logró
de los reyes, Felipe y Juana, la merced de poder transmitir dicho cargo a alguno
de sus descendientes.
No
fueron estos los únicos miembros de la familia Valdés que estaban relacionados
directamente con el monasterio de las monjas benedictinas. También el segundo
de los hijos de Fernando, Diego de Valdés, dejaba destinados la cantidad de
seiscientos setenta ducados, una cantidad nada desdeñable en aquella época, “a
acabar de hacer my capilla que tengo en la cibdad de Cuenca, en el monesterio
de san Benito”, cuando fallecía en 1534, en la ciudad de Cartagena. Éste se
había iniciado en la vida pública en 1518, año en el que había sido enviado por
su padre a incautarse de las fortalezas episcopales de Pareja y Casasana, en
nombre de Luis Carrillo de Albornoz, a quien el monarca le había encomendado
ese trabajo durante la crisis sucesoria que en la diócesis conquense precedió a
la posesión de la mitra por parte del obispo Diego Ramírez de Villaescusa,
momento en el que la diócesis se hallaba regida por un prelado absentista como
Rafael Riario, cuyo único mérito era la de ser familiar y nepote del pontífice
romano.
A
pesar de su condición religiosa, como canónigo que era en la diócesis de
Cartagena y arcediano de Villena, Diego de Valdés coincidió también con sus
hermanos, Andrés y Alfonso, en su preferencia por la vida cortesana más que por
la religiosa, destacando siempre por sus servicios, también como ellos, al
emperador, de manera que Jiménez Monteserín llega incluso a dudar de cuándo se
ordenó ion sacris, y si llegó siquiera a hacerlo en algún momento. Como
se ha dicho, falleció en la ciudad de Cartagena, mientras ejercía, además, de
vicario general en la diócesis de Valencia, que en aquel momento se hallaba
regida por un arzobispo de origen flamenco, Erard de la Merk, quien era, al
mismo tiempo, príncipe arzobispo de Lieja.
No
sabemos si un casi desconocido Francisco de Valdés, otro de los hijos de
Fernando, maestresala del segundo marqués de Moya, en cuya compañía, quizá,
luchó también junto a las tropas imperiales en la crisis de las Germanías, en
tierras valencianas, y quien falleció en Valladolid en 1523, pudo tener o no
relación con el monasterio. Sí la tuvo, de alguna manera, sin embargo, otro
Francisco de Valdés, cura de San Clemente y Abad de la Sey, una de las
dignidades que formaban parte del cabildo conquense, quien “se hizo cargo
finalmente de la herencia a la que renunciaron sus hermanos [se está
refiriendo a los hermanos del anteriormente citado Diego, es decir, a los
famosos Alfonso y Juan de Valdés] en favor suyo, y luego de satisfacer los
demás débitos y redimir el citado censo, entregaría por último Verdelpino a su
hermano Juan Alonso, libre de cargas, con la condición de que en adelante
sostuviese éste y sus descendientes a sus expensas la misa diaria que sus
mayores deseaban se celebrase, para sufragio de todos ellos, en la capilla
mayor del monasterio de las benedictinas conquenses, aledaño al solar familiar.”
Estos Francisco y Juan Alonso de Valdés eran hijos del ya citado Andrés de
Valdés.
Probablemente,
el monasterio benedictino de Nuestra Señora de la Contemplación sería
sustituido en las preferencias de la familia Valdés, a partir de la siguiente
generación, por el de Nuestra Señora de
la Concepción, de concepcionistas franciscanas, que había sido fundado en 1504
por Álvaro Pérez de Montemayor, canónigo de la catedral de Toledo, miembro
también de otra de las importantes familias conversas de la ciudad del Júcar,
llamado también en las fuentes, de manera quizá más acertada, Álvaro Sánchez de
Teruel. En este convento ya había profesado otra de las hijas de Fernando,
Margarita, y aunque había sido autorizada por Clemente VII a vivir fuera de la
clausura por razonas de salud, hasta tres de las hijas de su hermano Andrés,
Ana, Jerónima e Isabel, profesaron
juntas allí el mismo día, e incluso ésta última, que llegó además a ser abadesa
del convento, fue elegida en 1588 primera prelada perpetua de la segunda
fundación femenina franciscana que existió en la ciudad de Cuenca, el convento
de Nuestra Señora de Guadalupe y de la Concepción, que aunque era de la rama de
las angélicas, tal y como afirma Muñoz y Soliva, fue fundado ese mismo año a
partir de un grupo de monjas que residían ya en el convento anterior de la
Puerta de Valencia.
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