Teutoburgo,
un término de fuertes resonancias germánicas, un mito del nacionalismo alemán
que a lo largo de la historia ha tenido, como otros muchos mitos históricos,
periodos largos de exaltación y también otros de ostracismo, y un mito también,
como otros muchos, en favor de la libertad y de la lucha de los pueblos por
salir de la opresión a la que son sometidos por parte de algún imperio
poderoso. ¿Qué es lo que sucedió realmente en el año 9 de nuestra era en el
bosque de Teutoburgo, cerca de la moderna ciudad de Osnabruck, en la Baja
Sajonia alemana, en ese enfrentamiento armado que narra en un penúltima obra
(este mismo año, se ha publicado en España la que hasta ahora es la última
novela del autor, “Antica madre”, sobre la mítica expedición a las fuentes del
Nilo de Furio Voreno, en tiempos de Nerón) el novelista italiano Valerio
Massimo Manfredi? Pues ni más ni menos que la mayor derrota del naciente
imperio romano, una de las más dolorosas y sangrientas derrotas de toda la
historia de Roma después de la de Cannas, a manos de los tribus germánicas. Una
derrota que, definitivamente, alejaría de la zona de conflicto a las legiones
de Roma para los cuatro siglos siguientes.
Pero antes de conocer qué es lo que pasó realmente en Teutoburgo, conviene conocer algunas cosas respecto a la personalidad y la obra del autor de las novela. Porque Valerio Massimo Manfredi no es, desde luego, un novelista al uso. Nacido en 1943 en la pequeña localidad de Castelfranco Emilia, en la provincia de Módena, en la región de Emilia-Romaña, antes que novelista Manfredi es historiador y arqueólogo, especialista además en la civilización clásica, Grecia y Roma, que ha sido profesor en diversas universidades italianas (la Universidad Católica del Sagrado Corazón y la Universidad Luigi Bocconi, ambas en Milán, y la Universidad de Venecia) y también en algunas extranjeras (la norteamericana Universidad Loyola Chicago, de jesuitas, y la Escuela Práctica de Altos Estudios, dependiente de la Universidad de la Sorbona). Ha dirigido también exploraciones científicas y excavaciones arqueológicas en Italia y en otros países, como en Siria, y ha publicado diferentes estudios y ensayos históricos sobre el pasado de la Grecia y la Roma antiguas.
Es una pena que
prácticamente ninguno de esos ensayos haya sido traducido a nuestro idioma,
pues de esta manera se nos priva a sus lectores españoles de unos textos en los
que se combinan de manera acertada sus profundos conocimientos históricos con
una narración ágil y una singular puesta en escena, como demuestra en cada una
de sus novelas. Afortunadamente, todo lo contrario sucede con sus novelas,
todas ellas traducidas al castellano, desde las más antiguas (“Paladión”, 1985;
“Talos de Esparta”, 1988 y “El oráculo”, 1990), narraciones que están basadas
en la antigua Grecia, hasta las más modernas, como ésta en la que se narra los
prolegómenos y la batalla de Teutoburgo. En el conjunto de su bibliografía
quizá podemos destacar, además de las ya citadas. Su trilogía “Alexandros”,
sobre el sueño y la realidad imperial del genial general macedonio, y dos
exitosas novelas: “El ejército perdido”, sobre la campaña de Ciro, hermano del
emperador persa, contra los bárbaros, al mando de un ejército de diez mil
mercenarios griegos, en el año 401 a.C., y “La última legión”, en la que se
narra el rescate del último emperador de Roma, Rómulo Augústulo, un niño de
apenas trece años, prisionero también de los germanos.
Volvamos al hilo
del argumento. ¿Qué es lo que pasó realmente, lo repetimos una vez más, en el
bosque de Teutoburgo? Pasó que un enorme ejército romano, tres legiones
completas con sus respectivas tropas auxiliares, que estaban al mando de Publio
Quintilio Varo, gobernador de la provincia romana de la Germania Magna, fueron
conducidos a la muerte, traicionados por Arminio, un príncipe germano que había
sido criado en Roma, quien mandaba una unidad de caballería de tropas
auxiliares. Pero Arminio, ya lo hemos dicho, antes que romano era germano, hijo
de Segimer, el líder de la tribu de los queruscos. Por ello, cuando se vio en
la vicisitud de tener que enfrentarse a sus hermanos de Germania, decidió
conducir a las legiones hasta los territorios impracticables de Teutoburgo,
donde sabía que, entre la selva y los pantanos, los romanos no podrían
desplegar su forma tradicional de combate, esas “tortugas” que en campos
abiertos los habían hecho invencibles. Bajo una estratagema, Arminio logra
convencer a Varo de que las tropas se adentren por un estrecho desfiladero; él,
con sus hombres, se adelantaría hasta el otro lado del estrecho paso con el fin
de asegurarse de que no existe peligro alguno. Pero cuando el grueso de las
tropas se encuentra ya en la posición más difícil de defender, el caudillo
germano se pone al frente de un gran ejército de guerreros queruscos, brúcteros
y angrivarios, unos veinte o treinta mil hombres según las estimaciones más
modernas, con los que, volviendo sobre sus pasos, manda atacar a los romanos,
masacrando sin piedad a todo el ejército enemigo, imposibilitado de cualquier
defensa. Cuando los romanos se dan cuenta de la situación ya es demasiado
tarde: ni pueden avanzar hasta la parte opuesta del desfiladero, donde les
esperan los germanos, ni retroceder, porque los carros con la impedimenta les
cortan el paso. La matanza entre las tropas romanas es enorme. Muy pocos
legionarios pueden sobrevivir a la batalla, y a pesar de las posteriores
campañas de castigo que son dirigidas por el futuro emperador, Tiberio, y por
Germánico, el limes se retira definitivamente otra vez hasta el Rhin.
Varios son los autores latinos que narran la derrota romana: Velayo Patérculo,
Tácito, Floro y Dión Casio.
Pero, ¿fue
realmente Arminio un traidor, o fue en realidad un héroe, fiel a su verdadera
patria, que, recordemos, no era Roma, sino Germania? Ya lo hemos dicho antes:
Arminio, antes que un oficial de las tropas auxiliares romanas, fue un guerrero
germano; y no un guerrero corriente, sino un auténtico caudillo, un príncipe
querusco. Cuando todavía era un niño, Arminio había sido hecho prisionero por
los romanos junto a su hermano, y conducido a Roma, la capital del imperio.
Allí, los dos hermanos fueron educados como dos romanos más. A los romanos, y
en particular a su primer emperador, Augusto, les gustaba adoptar como rehenes
a los hijos de sus enemigos, y educarlos después en sus propios gustos y
costumbres. De esta manera conseguían un doble objetivo: para el presente, se garantizaban
la alianza de esos enemigos, por el temor de que esos rehenes pudieran sufrir
las consecuencias de una posible rebelión; para el futuro, garantizaban también
una paz más duradera, pues confiaban en que los propios rehenes, al adoptar la
manera de vivir de los romanos, no desearan tampoco sublevarse una vez hubieran
sido liberados y devueltos a su tierra. Sin embargo, Arminio, o Hermann, o
Ermanamer, pues su verdadero nombre germano no ha llegado hasta nosotros
(Arminio es en realidad el nombre con el que es conocido por las fuentes
latinas), supo mantener siempre en su corazón un sentimiento profundamente
germano, mientras iba obteniendo honores y grados en el ejército de Roma.
Arminio, al frente de sus tropas, regresa después de la batalla de Teutoburgo.
Grabado. Nachfolger de Ernst Keil. Leipzig (Alemania). 1884
Arminio debió
nacer hacia el año 18 o 16 a.C., y algunos años antes del cambio de era, ya se
ha dicho, cuanto todavía era un niño, se encontraba ya en Roma en compañía de
su hermano Flavus (tampoco se conoce su verdadero nombre germano, pues éste es
también el nombre que le pusieron los romanos debido al color rubio de su
cabellera). Allí, los dos hermanos fueron instruidos en el arte de la guerra a
manos del mismo centurión que había ordenado su captura, y ya en el año 4,
cuando apenas tenía aproximadamente unos veinte años, Arminio ya era jefe de un
destacamento de caballería de las fuerzas auxiliares. En efecto, su tribu se
había aliado con Roma después de la captura de ambos hermanos, y él, al mando
de un grupo de guerreros queruscos, luchó primero en los Balcanes, durante las
guerras panonias, en las que las tropas romanas, al mando de Tiberio, habían
logrado vencer sobre los rebeldes dálmatas e ilirios. Y poco tiempo después, en
el año 9, cuando Quintilio Varo, que hasta entonces había sido procónsul y
legado en la provincia de Siria, donde logró derrotar a los rebeldes judíos que
se habían sublevado después de la muerte de Herodes el Grande, había sido
enviado como gobernador a la Germania inferior, Arminio fue enviado también
allí como lugarteniente suyo, porque conocía muy bien el territorio y la forma
de combatir de los rebeldes germanos. Y aunque al principio el caudillo
querusco había entablado una gran amistad con el propio Varo, no pasaría
demasiado tiempo antes de que él, viendo a su pueblo oprimido y privado de
libertad y de derechos, decidiera también revelarse contra Roma. De ahí a
ponerse al frente de la sublevación y a tramar, en connivencia con los caudillos
de otras tribus germánicas, un complot contra su antiguo amigo, sólo había un
paso, un paso que se llevaría a sus últimas consecuencias en las inmediaciones
del bosque de Teutoburgo.
Como no podía
ser de otra forma en un autor de las características de Manfredi, que también
es historiador, incluso antes que novelista, el libro es fiel a los hechos
reales, o al menos, es fiel a la versión de los hechos que narran los
historiadores latinos, que son las únicas fuentes que tenemos para conocerlos. Pero
además de la historia general de Teutoburgo y de la historia personal de
Arminio, ésta es también la historia de Roma en un momento importante de su
devenir político, cuando se está ya dejando atrás el pasado republicano y el
imperio se halla todavía en sus momentos iniciales. Y un tiempo, por otra
parte, en el que todo está cambiando, en el que ya se están incorporando a sus
élites de poder algunos privilegiados, oriundos de las colonias. Una época en
la que ya existen algunos senadores que son de origen celta, y que no mucho
después, porque el tiempo avanza inexorable, habrá ya emperadores procedentes
de las provincias, de Hispania, de Iliria, e incluso de África.
Y es también la
historia de algunos personajes de esa nueva Roma que se está creando; o al
menos, una parte de su historia. Es un poco la historia de Druso Germánico, el
gran héroe de los romanos, enemigo político de Segismer, el padre de Arminio, y
su amigo personal al mismo tiempo; el hijo de Livia Drusila, una de las esposas
del propio emperador Augusto, y el destinado a heredar éste al frente del
imperio, un destino que se frustró en el año 9 a.C., poco después del
nacimiento de Arminio, por un trágico accidente al caer de su caballo. Es, por
supuesto, la historia de Quintilio Varo, el general traicionado por Arminio, miembro
también de la familia imperial por su matrimonio con Vipsania, una de las
sobrinas de Augusto. Y de alguna manera, es también la historia de Germánico,
el hijo de Druso, quien heredó de éste el profundo sentimiento de cariño que
por él sentían sus soldados, sentimiento que era compartido también por todo el
pueblo de Roma, y también, incluso, el propio emperador Augusto, y de Tiberio,
el hermano de Druso, quien pasaría a convertirse en el segundo emperador de
Roma después de la muerte de Augusto, con cuya hija, Julia, se había desposado,
bien a su pesar. Pero es, sobre todo, la historia de una familia poderosa en
Roma, la gens Julia, la primera dinastía del imperio romano, una
historia de poder y de intrigas palaciegas.
Por otra parte,
en la novela subyace una contraposición entre dos maneras diferentes de ver la
vida, dos formas distintas de vivir y de morir que están representadas por los
dos hermanos. Una vez que, siendo todavía niños, ambos son hechos prisioneros, los
dos son alejados de su patria y conducidos hasta Roma, la principal urbe de
todo el mundo conocido, la más grande y la más avanzada culturalmente. Allí,
los dos serán educados como dos romanos más, y los dos llegan a ocupar en el
ejército posiciones de importancia. Los dos, además, obtienen la ciudadanía
romana, Arminio antes que su hermano menor, algo que todavía está reservado a
muy pocos extranjeros. El pequeño, Wulf-Flavus, se integrará para siempre en
ese ejército y en esa civilización romana. Mientras tanto, el mayor,
Ermanamer-Arminio, bajo su coraza de soldado romano, no dejará nunca de
sentirse un guerrero germánico, y por ello, y a pesar de la amistad que durante
un tiempo le une con Varo, no dudara en ponerse al frente de la rebelión cuando
vea como su verdadero pueblo es oprimido por Roma. Ese enfrentamiento entre las
dos formas diferentes de ver la vida llegará a su clímax después de que los dos
ejércitos se hayan enfrentado, cuando los dos hermanos se encuentren frente a
frente en el campo de batalla.
En la batalla
del bosque de Teutoburgo perdieron la vida cerca de treinta mil soldados
romanos, tres legiones completas con sus correspondientes tropas auxiliares, y
un número indeterminado de civiles, que solían acompañar a las tropas en sus desplazamientos.
Muy pocos lograron sobrevivir, y aunque en los años siguientes se llevaron a
cabo expediciones de castigo, que fueron dirigidas por Tiberio y después por
Germánico, la frontera con los bárbaros, que había intentado llevarse hasta el
río Elba, tuvo que retroceder definitivamente otra vez hasta el Rhin,
dividiendo de esta forma, y ya para siempre, el continente europeo en dos
culturas contrapuestas.
El lugar exacto de la batalla ha permanecido desconocido durante mucho tiempo, hasta que en 1987, Anthony Clunn, un arquelogo aficionado británico, pudo encontrar al norte de Kalkriese, una colina situada entre los pueblos de Engter y de Vienne, en la Baja Sajonia, ciento sesenta y dos denarios romanos de plata y tres bolas de plomo, del tipo que era usado por los honderos del ejército romano. Posteriores investigaciones arqueológicas que fueron dirigidas por Wolfrang Schlüter, demostraron que aquellos restos, y otros que después fueron saliendo a la luz, se correspondían con el lugar en el que se había desarrollado la batalla del bosque de Teutoburgo. El lugar es ahora un museo, en el que se exhiben al público una parte de los hallazgos encontrados en las excavaciones, y un centro de interpretación de la batalla que enfrentó allí a romanos y a germanos. Las excavaciones, por su parte, siguen proporcionando a la comunidad científica numerosos objetos de interés, como una lorica segmentata, una armadura romana, que ha aparecido en la última campaña de excavaciones, que es la más antigua de cuantas se conservan en la actualidad. Del hallazgo se han hecho eco las publicaciones científicas, y también, algunos periódicos de toda Europa: https://www.abc.es/cultura/abci-descubren-armadura-romana-mas-antigua-historia-campo-batalla-teutoburgo-202009281357_noticia.html.
Una parte de los restos de la lorica segmentata encontrada en Teutoburgo
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