En octubre del año pasado, al hilo de una comparación que hacía entre dos homónimas adaptaciones, la novelística, a cargo de Isabel Allende, y la televisiva, a cargo de los directores Alejandro Bazzano y Nicolás Acuña, de la figura de Inés de Suárez, la heroína extremeña que fue amante de diego de Almagro, y compañera en la aventura que supuso la conquista del reino de Chile, escribía lo siguiente sobre la relación entre la cinematografía, y por extensión también entre las series televisivas, y el conocimiento de la historia: “En general, se puede apreciar un mayor acercamiento de la novela a la realidad histórica de Inés Suárez. No es extraño que suceda de esta forma: las películas, y también cualquier otro arte que esté tan particularmente ligado a la imagen como el cine, y como las series de televisión, tiene la necesidad de mantener en el espectador la tensión del espectáculo, lo que hace que, en determinadas ocasiones, el argumento tienda a alejarse de la realidad histórica en la que se basa. En la novela, en cambio, sólo depende de la imaginación y el buen hacer del novelista, una imaginación, en todo caso, controlada, de manera que los hechos, si no se produjeron exactamente de la forma que narra el autor, bien pudieron haberse producido así. Y también en la imaginación del propio lector, que tiene que ir visualizando los hechos en su mente al mismo tiempo que va leyendo. En el cine y en la televisión, sin embargo, los acontecimientos se suceden más rápidamente, y hay menos espacio para la imaginación individual del espectador. En resumen, y enlazando otra vez con las palabras de Manfredi, a la hora de enfrentarnos como autor a una novela histórica, debemos tener un profundo conocimiento de la realidad histórica a la que nos enfrentamos, y ser lo más fiel posible a esa realidad. Pero eso no quiere decir que no podamos inventar algún hecho aislado, cuando éste no es bien conocido, o cuando no tenemos datos suficientes sobre alguno de los personajes. Pero todo ha de ser desde el supuesto de que esos hechos, si no sucedieron realmente de la forma que nos los imaginamos, bien pudieron haber sucedido de esta forma”.
Pero, ¿hasta qué punto es
lícito obrar de esta manera, inventar una historia paralela y diferente a la
historia verdadera de un personaje real? Esto es, precisamente, a lo que me
gustaría dar una respuesta, utilizando para ello una serie de televisión, de
apariencia histórica, que desde hace algunas semanas viene siendo emitida por
la cadena pública Televisión Española, después de haber sido ofrecida, durante
algún tiempo, a los abonados de Amazon Prime Video. Se trata de “Leonardo”, la ambiciosa
serie sobre la figura del genial pintor renacentista Leonardo da Vinci, que,
coproducida por diferentes empresas televisivas de Italia, Francia y España, fue
dirigida por Dan Percival y Alexis Sweet. Una serie que ayudará al espectador a
conocer un poco más de la vida del genial artista italiano, a través de algunos
de sus cuadros más famosos, tal y como ha sido publicitado desde la cadena
pública, y que cuenta para el papel protagonista con el actor irlandés Aidan
Turner.
No es mi intención entrar
en polémicas sobre si se trata de una buena o una mala serie, desde el punto de
vista del espectador, y en este sentido he de recordar, una vez más, lo que ya
había afirmado en aquella entrada sobre las dos versiones de “Inés del alma
mía”. “La Casa de Clío” no es un blog cobre crítica cinematográfica o
televisiva, ni siquiera sobre crítica literaria, sino un blog sobre historia, y
sólo desde este punto de vista, el de la historia, es desde el que me gustaría
comentar la serie en cuestión. Una serie que, debo reconocer por otra parte, ha
sido gratamente recibida por una parte del público televisivo, debido quizá, y
sobre todo, a la brillante campaña de marketing que fue realizada por la cadena
pública española en las semanas previas a su estreno. No obstante, también he
de decir que, una vez pasado el efecto del estreno, su caída en el share
fue también bastante importante, desde el 24,8% de cuota de pantalla que tuvo en
la proyección de su primer capítulo, hasta el 7,5% que los estudios de medios
reflejan en el momento actual. ¿Puede tener algo que ver en ello, el hecho de
que los espectadores se hayan dado cuenta ya de las irregularidades que
presenta la trama, de la escasa realidad histórica que subyace en la misma? Me
gustaría pensar que es así, que una parte de los espectadores han alcanzado los
conocimientos históricos suficientes como para darse cuenta del escasa
historicidad de la serie, pero me parece que este es un aspecto que los
espectadores de este tipo de series televisivas no suelen demandar demasiado.
Por otra parte, también
es verdad que ese escaso rigor histórico de la serie es uno de los debates
candentes entre los crítico, hasta el punto de que el propio actor
protagonista, Aidan Turner, ha tenido que salir a los medios para afirmar un
hecho que, desde luego, es obvio: “Estamos haciendo una serie, no un
documental”, afirma el actor irlandés en una entrevista realizada para el
portal televisivo “Fuera de Series”. Pero el actor debe entender también que,
cuando se ha tratado de retratar a un personaje o un hecho histórico tan
importante como es para la historia del arte, y también para el conjunto de la
historia universal, Leonardo da Vinci, también la crítica histórica forma parte
de la manera objetiva que tenemos de ver la obra en su conjunto, y sobre todo
para los que defendemos la importancia del conocimiento histórico tiene en toda
sociedad moderna. Y sobre todo cuando, y éste es el caso, en el marketing
general de la serie se le ha dado un papel importante al supuesto valor que la
serie puede tener para profundizar en el conocimiento del pintor y su obra.
Muchas son las licencias históricas
que presenta tiene la serie, y en este sentido quiero recurrir, una vez más, a
las palabras con las que yo mismo terminaba el párrafo citado, válidas para una
novela histórica, pero también, como he dicho, para una película de cine o una
serie de televisión: “Pero todo ha de ser desde el supuesto de que esos hechos,
si no sucedieron realmente de la forma que nos los imaginamos, bien pudieron
haber sucedido de esta forma”. Quiero pedir perdón una vez más por mi auto
cita, pero es que considero que es precisamente ahí donde radica el quid de la
cuestión. Las mayores críticas que en este sentido ha recibido la serie vienen
de la mano de una figura que fue absolutamente circunstancial en la vida del
pintor italiano, y que en la serie cobra un papel fundamental, casi de alter
ego del propio Leonardo: Caterina de Cremona. Según se ha dicho ya en
repetidas ocasiones, en algunos documentos del pintor se menciona a una mujer
de este nombre, pero el hecho se circunscribe a algunos aspectos muy
particulares, sin siquiera poder llegar a saber si se trataba realmente de una
musa del artista, de la que llegó a enamorarse, tal y como aparece en la serie,
o si su papel se limitó sólo a hacer de modelo en algunos de sus cuadros, hecho
que a los historiadores les parece más posible.
En este sentido, sí
podríamos entender la figura de Caterina de Cremona como una de esas licencias
históricas que podemos pasar por alto. Pero la serie cuenta con otros aspectos
que ya no nos parecen tan soslayables como el de esa figura protagonista. Y
entre ellas, y relacionada también con la propia Caterina de Cremona, su
supuesto asesinato por parte del propio pintor, sobre todo si tenemos en cuenta
que es precisamente este ficticio crimen el que da origen a todo el argumento
de la serie. Además, hay otros aspectos también ficticios, y que contribuyen a
que, en lugar de que la serie pueda ayudar a profundizar en la figura histórica
de Leonardo, tal y como pretende la producción de la serie, se pueda
desarrollar en el espectador, quien no tiene porqué ser un experto en la
biografía del artista, el efecto contrario: un mayor desconocimiento que el que
tenía antes de empezar a ver la serie.: la localización del pintor como
aprendiz en el taller de Andrea Verrocchio, pintor, escultor y orfebre
florentino, que, aunque realmente es real, sucedió realmente mucho tiempo antes
del momento en el que lo trata la película; las circunstancias en las que se
produjo realmente el encargo del retrato de Ginebra de Benci, como regalo de
bodas de su padre, el banquero y mecenas de artistas Amerigo de Benci, que
actualmente se encuentra en la National Gallery of Art de Washington; su primer
traslado a Milán, con el fin de servir al dux Ludovico Sforza, decisión que
realmente se debió a una decisión personal de Lorenzo de Medici. Estas licencias,
y alguna más que podrían citarse, han sido puestas de manifiesto por la
periodista y crítica cinematográfica Aloña Fernández Larrechi, en el mismo
portal antes citado, y pienso que hubiera sido muy sencillo modificar un poco
el argumento de la serie, hacerla coincidir más con la realidad biográfica del
personaje retratado, sin que por ello el clímax de la serie pueda demasiado
afectado por ello.
Pero, quizá, la más dura crítica que se le pueda hacer a la serie, la que de verdad nos impide como espectadores llegar a conocer la figura histórica de Leonardo da Vinci, es precisamente la manera en la que sus guionistas y sus directores han tratado al protagonista. En efecto, el personaje es absolutamente ficticio, lo cual en nada beneficia a la percepción que los espectadores podemos tener del genial pintor, ingeniero e inventor florentino. En este sentido, la propia Fernández Larrechi ha escrito lo siguiente: “A pesar de que el hombre que vemos en la pantalla, interpretado por Aidan Turner, es inseguro y vive atormentado por su pasado, quiénes más saben del artista descartan que fuese así, y lo describen como un hombre de aspecto dócil y cariñoso, generoso pero con orgullo, que disfrutaba de su soledad. Al igual que rechazan que Leonardo tuviese una mala relación con su padre, aunque sí es cierto que fue fruto de una relación ilegítima.” Y Más tarde, continúa: “Respecto a la acusación de asesinato, y más allá de lo que ya hemos comentado sobre la víctima, en la serie se toman otras dos licencias. En 1506, cuando le detienen [no por asesinato, sino acusado de los cargos de sodomía, lo que, por otra parte, también aparece mencionado en la serie], el artista ya no vivía en Milán, sino que había regresado a Florencia, para volver dos años después a la ciudad en la que desarrolló buena parte de su trabajo. Y aunque sí fue acusado de brujería, a través de una carta anónima, durante una de sus estancias en Roma, esto no sucedió hasta una década después.”
Retrato del Leonardo da Vinci histórico
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