Tal y como vengo repitiendo muchas veces en ocasiones anteriores, uno de los motivos que me movieron a crear este blog fue la recuperación de antiguos documentos de archivo, que nos ayudaran a conocer mejor una parte de nuestra historia como conquenses. Por ello, ya desde algunas de sus primeras entradas vengo trasladando aquí algunos de esos documentos, procedentes principalmente del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, pero también de otros archivos de la ciudad, que intento comentar e interpretar bajo el prisma de un marco general, histórico y espacial, que a menudo escapa de la letra particular del propio documento. En este caso, sin embargo, el documento no procede de un archivo concreto, sino que se trata de un impreso que he podido adquirir, de manera facsimilar, en uno de esos portales de internet que últimamente tanto abundan. Se tratade un pequeño folleto de dieciséis páginas, que fue impreso en Cuenca a finales del año 1810, aunque no cuenta con ningún dato a pie de página que pueda certificar ni el lugar, ni la fecha de impresión, ni siquiera el nombre del impresor que se hizo cargo del trabajo -la datación de este la he podido hacer a partir de la propia lectura del documento-. Su título, por otra parte, no puede ser más clarificador: “Sentimientos y demostraciones patrióticas de la Junta Superior de la provincia de Cuenca en favor de las Cortes Generales y Extraordinarias del Reyno.” El documento, en lo que respecta a su autoría real, es anónimo, lo que hace pensar que se trata de una autoría conjunta de todos los miembros de la Junta Suprema Provincial de Cuenca, los cuales firman, por otra parte, en la última página del folleto.
Se
trata de un texto de carácter político, uno de los muchos documentos similares
que, tanto en Cuenca como en el resto de España, se fueron imprimiendo en
aquellos meses, y durante aquellas circunstancias, trágicas para nuestro país. Es
un documento, también, de carácter laudatorio, para las propias Cortes, que
acababan de ser instaladas en la isla de León, junto a la ciudad de Cádiz, el
24 de septiembre de 1810, y de carácter laudatorio, sobre todo, para el propio
monarca Fernando VII -a quien sitúa en un plano de oposición a sus padres, los
antiguos monarcas, a los que critica-, considerado todavía como un rehén de
Napoleón y de los franceses, y verdadera cabeza de la soberanía nacional, de la
cual, por otra parte, las Cortes y las propias juntas eran una mera
representación, válida sólo para aquellas circunstancias -el cambio de
impresión que los españoles tenían del joven rey no llegaría hasta 1814, cuando,
una vez de regreso en España, éste se había hecho cargo ya de todo el poder
político-. La segunda parte del texto, más descriptiva que la primera, es un
resumen de los actos que, presididos por el corregidor de la ciudad, Ramón
Maciá de Lleopart, quien a su vez ejercía, como tal, la vicepresidencia de la
junta, se llevaron a cabo en la capital conquense para conmemorar dicha
instalación de las Cortes. No voy a hablar más de ello, porque el lector interesado
puede acudir al propio folleto, que reproduzco en la entrada.
En
el momento de celebrarse estos actos, la situación bélica de la provincia de
Cuenca había empezado a estabilizarse, después de dos años en los que se fueron
reproduciendo continuas invasiones de las tropas enemigas, que habían
provocado, a su vez, contraofensivas patrióticas, no menos cruentas para la
ciudad que las invasiones francesas. El 17 de junio del año anterior, el
general francés Amado Lucotte, subordinado del mariscal Victor, el ganador de
la importante batalla de Uclés, había entrado den Cuenca una vez más, obligando
a su todavía jefe militar, Luis Alejandro de Bassecour, a abandonar la plaza
con todos los habitantes que pudieron hacerlo, y otra vez las tropas francesas
volvieron a saquear la ciudad, esta vez al mando del general Lahouise, en abril
de 1810. Sin embargo, a finales de ese
año, cuando en Cuenca se reciben las noticias de que las Cortes habían sido
instituidas en el mes de septiembre, la ciudad de Cuenca se encontraba ya bajo
la administración de los patriotas, y la junta suprema de Cuenca, representante
en la provincia del poder constituido, pudo celebrar, con todos los fastos que
eran preceptivos y que habían ordenado las propias Cortes, la instalación del
poder legislativo en la isla de León.
Para
finalizar, quiero realizar varias observaciones sobre algunos de los miembros
que en ese momento componían esta Junta Suprema de la provincia. El presidente
en aquellos momentos era Juan Antonio Rodrigálvarez, miembro del cabildo
diocesano como arcediano de Cuenca, cargo para el que había sido nombrado a
principios de la centuria para sustituir a su amigo, miembro como él de la
corriente ilustrada, Antonio Palafox, cuando éste había sido nombrado obispo de
la diócesis; a pesar de pertenecer al estado eclesiástico, fue uno de los
personajes más activos, desde el punto de vista político, de aquellas primeras
décadas del siglo XIX. Por su parte, el vicepresidente, como ya se ha dicho,
era Ramón Maciá de Lleopart, quien había sido nombrado ese mismo año, liberada
la ciudad, corregidor de la misma, y quien era, además, alcalde del crimen
honorario de la Real Chancillería de Granada. Y por lo que respecta al resto de
los miembros de la junta, destaca, por encima de los demás, la figura de Andrés
Núñez de Haro, miembro de una de los linajes más destacados de la provincia,
procedente del pueblo de Villagarcía del Llano -era sobrino de Alonso Núñez de Haro
y Peralta, quien había sido, entre 1772 y el año de su fallecimiento, 1800,
arzobispo de México, y desde 1787, también, virrey de Nueva España-; era
familia también, quizá hermano, de otro Alonso Núñez de Haro, quien había sido
elegido como uno de los diputados conquenses para aquellas mismas Cortes que se
habían establecido en la isla de León. Por su parte, Ramón Grande, uno de los
propietarios más acaudalados de la ciudad, era, como el propio Juan Antonio
Rodrigálvarez, y como uno de sus secretarios, el abogado Tomás Manuel de Vela,
futuro comprador de algunos bienes desamortizados en la provincia conquense,
miembro de la propia junta desde el mismo momento de su creación, dos años
antes.
Y
con respecto a los otros dos personajes que son citados en el texto, Luis de
Bassecour y José Martínez de San Martín, el primero había sido, desde los
primeros años de la guerra, jefe militar de la provincia, siendo sustituido en
el cargo por el segundo, Martínez de San Martín, cuando aquél había sido
nombrado comandante general de la región de Valencia. No resulta extraño que
los conquenses mantuvieran aún un recuerdo activo de su antiguo jefe militar,
que había pasado en la ciudad los años más difíciles del conflicto bélico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario