En el centro de Cuenca,
a pocos pasos de Carretería, se encuentra una hermosa calle, de amplias aceras,
que está dedicada a la princesa Zaida. Muchos de los que a diario pasean por
sus calles, en el devenir diario hacia sus trabajos respectivos, en el hospital
o en la universidad, o de los estudiantes que también la cruzan de camino a sus
institutos, separados de esa otra Cuenca por la pasarela metálica que, a varios
metros de altura, cruza el río Júcar, ignoran quien fue esta mujer, de nombre
tan exótico, que sin embargo llegó a ser, en los años de la Edad Media, tan
importante para la historia de la ciudad de Cuenca. Pero incluso quien sí haya
oído hablar de ella, también ignora su verdadero significado histórico. Y es
que su figura real, a través de los siglos, se ha venido desdibujando en la
niebla del mito, en la leyenda surgida de los viejos cronicones acríticos, a
menudo fantasiosos, que trastocan la realidad en un mito que, como tantos otros,
y a pesar de los importantes trabajos realizados por arqueólogos e
historiadores contemporáneos, resulta, todavía hoy, muy difícil de erradicar.
Vayamos primero con la
leyenda. Escribe uno de los primeros historiadores de nuestra provincia, Trifón
Muñoz y Soliva, lo siguiente sobre la princesa Zaida: “Este vigesimosético [sic;
se está refiriendo al monarca Alfonso VI] sucesor de Pelayo fue el primero
que tremoló la cruz en el castillo y alcázar de esta ciudad de Cuenca a los
trescientos sesenta y ocho años de apoderarse de ella Taric ben Zeyad. El
motivo de esta ocupación pacífica, ved cual fue. Viudo D. Alfonso VI de Doña
Berta, según Ferreras, y de doña Constanza [se refiere ahora a Constanza de
Borgoña, segunda esposa del monarca, hija del príncipe Roberto I de Borgoña; la
otra, doña Berta, fue una casi desconocido dama que, originaria de la Toscana, era
hija, según algunos autores, de Amadeo II de Saboya], según Mariana, y
deseando contraer matrimonio, para dar sucesión varonil al trono de León y de
Castilla; sabiendo que Aben Amed II, rey moro de Sevilla, el más poderoso de
los agarenos, tenía una hija llamada Zaida, de singular hermosura, le solicitó
en matrimonio si accedía a hacerse cristiana. Estos enlaces entre moros y
cristianos no eran del todo raros. María, madre de Abderramán III, era hija de
padres cristianos; que Alonso V ofreció su hermana Teresa a Obeidala, walí de
Toledo, ya queda referido, y de que los moros aceptasen la religión cristiana,
aún sin conveniencias temporales, poco antes se mostró el ejemplo de Casilda, hija de Almamun, rey
moro de Toledo que, contra la voluntad de su padre y familia, se convirtió al
cristianismo y fue portento de santidad. La princesa Zaida acogió benévolamente
la proposición del rey de Castilla, y su padre, por la consideración de
emparentar con el más poderoso de los cristianos, vino también en el
matrimonio, y para dar más realce a su huija, la dotó con las ciudades de
Uclés, Huete, Cuenca, Alarcón, Consuegra, Amasatrigo y otras poblaciones; y por
este concierto D. Alonso VI entró en posesión del territorio conquense.” Y
a continuación, el mismo escritor defiende su teoría contra las críticas de
otros historiadores, y contra las crónicas medievales, de tal forma que, para
muchos conquenses de hoy en día, el asunto de la primera cristianización de nuestra
ciudad, e incluso de gran parte de la actual provincia de Cuenca, se reduce
sólo a una cuestión amorosa, matrimonial incluso, en la que no tiene cabida la
más alta política.
Desde luego, no es mucho lo que conocemos sobre la realidad histórica de la mal llamada princesa Zaida, o Zayda, en la grafía más propia de sus hermanos de religión musulmana. Y más sobre sus primeros años de vida. Parece ser que era hija, o sobrina según algunos autores, de Al-Múndir al-Háyib 'Imad ad-Dawla, emir que era en aquel tiempo de las taifas de Denia y de Lérida, y quien, a su vez, era hijo del famoso Al-Muqtadir, rey de la taifa de Zaragoza. En alguna de aquellas dos ciudades debió nacer, en algún momento de los años sesenta del siglo XI, educada en el refinamiento de una corte que había sido capaz de levantar edificios tan hermosos como la Aljafería, en la misma ciudad del Ebro, actual sede de las Costes de Aragón. A muy temprana edad fue casada con Abu Nasr al-Fath al-Ma'mun, gobernador de la ciudad de Córdoba, puesto allí por su padre, el rey Muhámmad al-Mutámid, el llamado Aben Ahmed por Trifón Muñoz y Soliva. Así pues, podemos empezar a desmitificar la leyenda de la supuesta princesa atendiendo a su genealogía: nuestra Zayda no fue la hija, sino la nuera, de este importante monarca, el mismo que, ya lo veremos, va a ser el culpable de la llegada a la península de la peligrosa tribu de los almorávides.
Es ahora, en este
momento del relato, cuando debemos hablar de la figura de Muhámmad al-Mutámid -Abu
l-Qásim al-Mu‘támid ‘alà Allah Muhámmad ibn ‘Abbad, que ese es su nombre
completo, según las costumbres musulmanas-, quien en ese momento era el rey de
la poderosa taifa de Sevilla, desde que sucediera en el trono a su padre, Muhámmad
al-Mu‘tádid -no se debe confundir al padre con el hijo, a pesar de que los
nombres respectivos apenas se diferencian en una sola letra-. Nacido en Beja,
una importante ciudad del sur de Portugal, que hasta allí se extendían en
aquellos tiempos el territorio dependiente del importante reino musulmán, en el
año 1040 de la era cristiana, sucedió a su padre en el trono de la ciudad del Guadalquivir
en 1069, y dos años después de haberse asentado en el mismo, logró anexionar a
su reino la vecina taifa de Córdoba, la antigua capital del califato, y que,
quizá por eso mismo, había sido la última en incorporarse a ese extraño
rompecabezas político y social que fueron los reinos de taifas. Por aquella
época, la taifa de Córdoba había estado sumida en una guerra civil entre el
llamado Abd al-Rahman de Córdoba -no confundir tampoco con ninguno de los
califas omeyas de este nombre que anteriormente habían gobernado todo el
califato- y su hermano, Abd al-Malik ben Muhammad al-Mansur, quien un año antes
había salido victorioso del entrentamiento, convirtiéndose así en el tercer rey
de esta taifa, de muy corta duración. Al-Murámid colocó en el gobierno de la
ciudad a su hijo, el
ya citado Fath al-Ma'mun. De esta forma, la mal llamada princesa Zayda se
convertía en la nueva reina de la taifa cordobesa.
La instalación en el trono cordobés del esposo de la joven princesa, calificada como de una mujer hermosa en todas las crónicas de la época, enfureció al rey de la taifa toledana, Yahya ibn Ismail al-Mamun, de cuyo origen conquense ya hemos hablado en alguna entrada anterior de este mismo blog (ver, entre otras: “Desde el Pacto de Cuenca hasta la batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval”, 15 de junio de 2021; “Desde el Pacto de Cuenca hasta la batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval”, 15 de julio de 2021; “Los Hawwara, desde las montañas de Libia hasta los campos de la provincia de Cuenca”, 19 de agosto de 2021; “Un taller de eboraria musulmana en Cuenca en el siglo XI”, 11 de marzo de 2022). Y lo hizo hasta el punto de que no dudó en apoyar militarmente al diletante Ibn Ukkasha, quien se había revelado en 1072 contra el propio al-Ma’mún. Éste logró apoderarse de la ciudad y, según algunas versiones, el esposo de nuestra protagonista fue asesinado en el transcurso de la revuelta. Comenzaba entonces una nueva guerra civil entre las tropas de al-Mutámid, eacuya corte había pasado a refugiarse la propia Zayda, ahora convertida en una joven viuda, y las del rey toledano, que durante un breve tiempo pasó a regir la taifa en la antigua capital del califato. Así sería hasta 1078, cuando el monarca sevillano logró recuperar los territorios que habían sido de su hijo, un amplio teritorio que abarcaba todo el espacio contenido entre los valles del Guadiana y del Guadalquivir.
Allí, en la vieja Ishbiliya,
la Sevilla de los musulmanes, Zayda permanecería durante algunos años más.
Hasta su posterior traslado a Toledo, la capital del nuevo reino cristiano de
Alfonso VI. Durante ese tiempo habían pasado muchas cosas: la llegada a la
península de los almorávides, llamados a ella por el propio al-M utámid; la
batalla de Zalaca, o de Sagrajas, en la que éstos, apoyados por los reinos
taifas de Sevilla, Granada y Badajoz, derrotaron a las tropas combinadas de
Alfonso VI y del rey aragonés, Sancho Ramírez; el regreso a África del emir
almorávide, Yúsuf ibn Tašufín, lo que aprovecharon los reyezuelos hispanoárabes
para envolverse de nuevo en sus tradicionales disputas entre ellos; el regreso
de éste a la península, en un nuevo enfrentamiento que ya no estaba dirigido
sólo contra los cristianos, sino también contra sus hermanos de religión,…
Es en este punto donde
se precipitan los acontecimientos. Los almorávides, que ya habían tomado las
ciudades de Málaga y de Granada, se dirigieron después hacia las dos
importantes ciudades de la taifa sevillana. Algunas crónicas contradicen la
versión anterior, afirmando que es en este momento cuando va a producirse la
muerte de al-Ma’mun. Según esta versión, éste se había mantenido durante todo
el año en Sevilla, en compañía de su esposa y de su padre hasta que éste
último, acosado por los almorávides, le encomendó la defensa de la antigua
capital del califato, con el fin de facilitar que él pudiera mantener las
posiciones en la propia capital sevillana. Para ello, quiso poner antes a salvo
a su esposa, Zayda, y a los hijos de ambos, enviándolos, bajo la protección de
sesenta caballeros, al castillo de Almodóvar del Río. Y mientras tanto, el propio
Alfonso VI, en 1091, que para entonces ya estaba cobrando las parias del rey de
Sevilla, no dudó en enviar a un ejército a aquel castillo, a las órdenes de su
teniente, Minaya Álvar Fáñez. Para entonces, la taifa sevillana ya había caído
en manos de los almorávides, que el año anterior ya habían conseguido deponer a
al-Mutámid, y enviarlo al exilio, donde falleció en 1095, en la ciudad de
Agmat, muy cerca de la capital almorávide, Marrakesh.
La batalla se saldó con
una aplastante victoria de las tropas del emir almorávide, y los cristianos,
derrotados no tuvieron más remedio que retirarse de regreso hacia tierras
castellanas. En aquel momento, la propia Zayda había quedado sin la protección
de sus familiares más cercanos. Su esposo, si no lo había hecho mucho tiempo
antes, durante la rebelión de Ibn Ukkasha, había muerto en la batalla, y su
suegro, su gran valedor en los años anteriores, se encontraba exiliado en
tierras africanas. Es fácil comprender la terrible sensación de soledad que
asolaba a la todavía joven viuda mientras cabalgaba de camino hacia Toledo, que
ahora cabalgaba hacia el norte, en compañía de los únicos protectores que ahora
tenía, devotos de una religión que a ella aún le resultaba extraña. Nada
cuentan las crónicas ya sobre el destino de los hijos que Zayda había tenido
con al-Ma’mún, pero no cabe duda de que éste es el origen de un mito que ha
venido a repetirse hasta la saciedad para explicar el motivo por el que la
ciudad de Cuenca, como otra parte importante del territorio, pasó por primera
vez a manos cristianas. Sin embargo, esta realidad histórica no ayuda demasiado
a entender, en todos sus detalles, el proceso histórico de ese traspaso de
tierras a manos crisitianas. En este caso, es Miguel Jiménez Monteserín quien
da la clave de lo que pudo pasar realmente, en el transcurso de una
colaboración con la cadena SER, en su emisora conquense:
“Cierto es que bien
pudo el rey de Sevilla hacer al castellano alguna oferta compensadora del
auxilio demandado que le decidiera finalmente a prestarlo, pero no lo es menos
que, además de pagarle las parias atrasadas, mucho más a su alcance estaría
brindarle la posesión de tierras cercanas a los dominios de ambos y no tan
alejadas y extensas que tampoco resulta demasiado creíble perteneciesen a Al-Motamid.
Hay una imprecisa noticia de que éste, después de recuperar Córdoba, que
Al-Mamun de Toledo le había arrebatado, conquistó en septiembre de 1078
"todo el país toledano que se extendía entre el Guadalquivir y el
Guadiana". Es posible que de entonces le viniera el control sobre parte
del suelo de la luego llamada "dote" de su nuera, pero más lógico
parece pensar, sobre todo en lo que concierne a las tierras del área conquense,
a las que tampoco se hace demasiada referencia en la somera descripción aludida
que, tratándose antes del patrimonio familiar de los Beni-Dhil-Nun, hallándose
el rey de Valencia Al-Qadir bajo la tutela del Cid hasta su muerte, ocurrida en
1092, bien pudo ser la vía indirecta de su sometimiento a Alvar Fáñez, sobrino
del Campeador, y constante sostén del antiguo monarca toledano, lo que las
pondría bajo el pasajero control de los castellanos, dueños ya del área
alcarreña al norte del Tajo”.
La historia posterior
de nuestra protagonista es mejor conocida, aunque no faltan tampoco algunas
contradicciones entre los diferentes cronicones que tratan sobre esta época
lejana de nuestra historia: Zayda, bautizada al cristianismo y bautizada con el
nombre de Isabel, terminaría por convertirse en la nueva reina de León, después
de haber contraído matrimonio con el propio Alfonso VI. Resumiendo aquellas
viejas crónicas, podemos citar aquí lo que, respecto a su matrimonio con el
monarca castellano, se puede leer en alguna de esas enciclopedias de acceso
libre, que pueden encontrarse en la red: “No queda claro en las fuentes si Zayda
fue concubina, esposa o ambas cosas, primero concubina y después esposa. En la
crónica De rebus Hispaniae, del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de
Rada, se cuenta entre las esposas de Alfonso VI. Pero la Crónica najerense
y el Chronicon mundi indican que Zaida fue concubina y no esposa de
Alfonso VI. La hipótesis de que Alfonso VI se había casado con Zaida ya ha
sido también rechazada por Menéndez Pidal y por Lévi-Provençal. Otras fuentes
dicen que Zaida se acomodó en la corte leonesa, renunció al islam, y se bautizó
en Burgos con el nombre de Isabel. Sin embargo, no solo conservó todas sus costumbres,
sino que las difundió e introdujo nuevos y frescos aires culturales de la
sociedad musulmana. El arabista Ángel González Palencia escribe que la corte de
Alfonso VI, casado con Zaida (sic), parecía una corte musulmana… Según Jaime de
Salazar y Acha, seguido por otros autores, entre ellos, Gonzalo Martínez Díez,
contrajeron matrimonio en 1100 tras enviudar Alfonso de la reina Berta, quedando
legitimado el hijo de ambos, que se convirtió en príncipe heredero del reino
cristiano. Para Salazar y Acha, Zaida y la cuarta esposa del rey, Isabel, son
la misma persona … y también sería la madre de Elvira y de Sancha Alfónsez.
Otra razón que esgrime el autor es el hecho que poco después de la boda del rey
con Isabel, el infante Sancho comienza a confirmar diplomas regios y de no ser
la nueva reina Zaida, no hubiera consentido el nuevo protagonismo de Sancho en
detrimento de sus posibles futuros hijos. También cita un diploma en la
catedral de Astorga del 14 de abril de 1107, donde el rey concede unos fueros y
actúa cum uxore mea Elisabet et filio nostro Sancio”. Y a continuación
cita a otros autores que, en un sentido o en otro, dan también su opinión sobre
el tema.
Concubina o esposa, lo
que sí está claro es que nuestra Zayda fue la madre del príncipe Sancho
Alfónsez, el único hijo varón que tuvo el monarca castellano-leonés, destinado a
heredar el trono de los dos reinos cristianos. Éste debió nacer a finales del
año 1094, o en los primeros meses del año siguiente. Si hemos de valorar las
costumbres de la época, y a pesar del gran amor que su padre tuvo siempre por
su único hijo varón, tal y como reflejan las crónicas, resulta difícil llegar
siquiera a imaginar que éste podría haber llegado a convertirse en el único heredero
a la corona, de no haber existido un matrimonio anterior, entre el monarca y su
amante, que lo legitimara. Pero el destino, muchas veces cruel, terminaría por
aliarse en contra del ya viejo monarca. En el año 1108, las tropas cristianas,
al mando del propio Sancho, todavía niño, y bajo la protección de los
principales magnates castellanos, se enfrentaron junto a las murallas del
castillo de Uclés al nuevo emir almorávide, Alí ben Yusuf. El resultado de la batalla
también es bien conocido por todos: la muerte del príncipe, y de gran parte de
esos magnates castellanos, los siete condes de las crónicas, que no pudieron
hacer nada para evitar la muerte del joven heredero, y la caída, otra vez en
manos de los musulmanes, de todas aquellas plazas que habían formado parte de
la dote de Zayda.
Tal y como se ha dicho,
además del propio Sancho, Zayda y el monarca castellano-leonés tuvo dos hijas
más: Sancha Alfónsez, esposa que llegó a ser de Rodrigo González de Lara,
miembro destacado de una de las más importantes familias del reino, quienes
fueron a su vez los padres de, Elvira Rodríguez, futura condesa de Urgel por su
matrimonio con el conde Ermengol VI; y Elvira Alfónsez, quien, sería reina
consorte de Sicilia y condesa de Apulia, por su matrimonio con Roger II.
Fallecida hacia el año 1101, o el 1107 según otros autores, la mal llamada
princesa Zayda -reina más que princesa, primero de Córdoba, todavía musulmana,
y después, ya cristiana, de Castilla y de León- fue enterrada en el coro bajo
del monasterio real de San Benito de Sahagún, junto a su hijo Sancho, y bajo
una sencilla lápida de piedra. Pero hasta después de su fallecimiento, nuestra
protagonista no se vería despojada de la polémica historiográfica, esta vez
provocada porque no es una, sino dos, las sepulturas que se conservan con el
nombre de la reina. La lápida conservada todavía en el monasterio de Sahagún
contiene la inscripción siguiente: “.UNA LUCE PRIUS SEPTEMBRIS QUUM FORET IDUS
/ SANCIA TRANSIVIT FERIA II HORA TERTIA / ZAYDA REGINA DOLENS PEPERIT”. Sin embargo,
otra lápida, conservada ésta en el Panteón de Reyes de la iglesia de San
Isidoro de la capital leonesa, contiene el siguiente epitafio: H. R. REGINA ELISABETH, UXOR REGIS
ADEFONSI, FILIA BENAUET REGIS / SIVILIAE, QUAE PRIUS ZAIDA FUIT VOCATA. ¿Cuál
de las dos hace referencia a nuestra protagonista? ¿Fue trasladado su cuerpo,
después de su fallecimiento, a la capital leonesa, dejando abandonada en
Sahagún la primera lápida que había cerrado su primera sepultura?
He intentado resumir en
esta entrada la historia real, muchas veces envuelta en la polémica y el debate
entre historiadores, de la mal llamada princesa Zayda, o de Isabel,
reconvertida ahora en reina de Castilla y de León; o, en todo caso, de la madre
del que hubiera sido nuevo monarca de ambos reinos cristianos, si no lo hubiera
evitado la tragedia que, a principios del siglo XII, había abatido a la familia
real, a los pies del castillo de Uclés. Una historia que se esconde entre las
leyendas de antiguos cronicones medievales, hasta el punto de que, todavía hoy
en día, resulta complicado para los historiadores separar esa historia de la
leyenda y el mito. Abundan, así, las teorías contrapuestas, desde Pelayo de
Oviedo hasta Rodrigo Jiménez de Rada, desde Lucas de Tuy a Ibn Adari, el autor
de la crónica titulada Al-bayan al-mugrib, una texto sobre la historia
de la España musulmana, que había sido escrita en Marruecos a principios del
siglo XIV, y que, descubierta en una mezquita de Fez, pudo ser en su momento
traducida por el arabista Évariste Lévi-Provençal; una obra que, hoy en día, es
considerada por los especialistas como la fuente más fiable sobre la vida de
nuestra protagonista. Pero una cosa es cierta: Zayda, más allá de la leyenda,
es un personaje histórico, cuya historicidad debe ser puesta en valor si
queremos conocer mejor a esa dama, tan importante para la historia de Cuenca.
Por otra parte, cada vez son más los especialistas que la identifican con
aquella reina Isabel, de origen desconocido, la que fue madre del único hijo
varón que tuvo el monarca, y cuya muerte, en los primeros años del siglo
decimosegundo, en aquellos años tan convulsos y sangrientos de la Edad Media,
más allá de la tragedia personal del monarca y de su familia, serviría para
cambiar por completo la historia futura de este proceso histórico al que se le
ha llamado la Reconquista.
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