En varias entradas anteriores ya he comentado lo que para mí significa la novela histórica, y cuál es el interés que este género literario tiene para acercarnos al estudio de la propia Historia. En este sentido, quiero recordar lo qué dije hace muy poco tiempo, en la entrada que dediqué a la última novela de Antonio Pérez Henares, “El juglar”: “En entradas anteriores de este mismo blog ya comentábamos qué es lo que entendemos por novela histórica, que no es ya la completa historicidad de todos los hechos narrados, sino la connivencia absoluta de esos hechos, sobre todo de aquellos que no son conocidos en todos sus detalles, con la propia historia; que esos hechos, si no sucedieron como el autor lo describe, bien pudieron haber sucedido así. Y es que, si la tarea del historiador es la de narrar la historia tal y como sucedió, sin ninguna concesión para la imaginación del autor, la del novelista, y la del novelista histórico en concreto, es la de acercarnos a nuestro pasado de una manera literaria, con el apoyo de un argumento sólido y de unos diálogos bien trazados. Pero en la novela histórica, al contrario de lo que sucede en la novela fantástica, ni el argumento ni los diálogos nunca pueden estar en contraposición con la historia.”
Un
vistazo a la página web de la asociación Escritores con la Historia (http://www.escritoresconlahistoria.es/)
nos puede dar una idea aproximada de cuáles son sus intereses, entre los que
figura el de trabajar en pro de un mejor conocimiento de nuestra historia, que
pasa, entre otras cosas, porque los españoles nos podamos quitar, por fin, el
complejo en el que nos ha sumido tantos años de leyenda negra, una leyenda
negra que, por otra parte, en la actualidad, está más presente entre los
propios españoles, sobre todo entre los más jóvenes, que fuera de nuestro país,
y que está muy relacionado, por otra parte, con el olvido creciente que del
estudio de la Historia, y de las Humanidades en general, se ha ido teniendo en
los años recientes, y que se ha ido manifestando de manera creciente desde un
tiempo a esta parte.
Por
todo ello, es necesario que la asociación Escritores con la Historia se vaya
haciendo presente en el conjunto de nuestra sociedad, y en ello es en lo que
están trabajando un grupo de escritores más o menos conocidos en el actual
mundo editorial, pero que todos ellos tienen en común un amplio currículum en
lo que se refiere a la novela histórica; y también, algún pintor bastante
reconocido, como es el caso de Augusto Ferrer Dalmau, el conocido “pintor de
batallas del siglo XXI”. En este sentido, no hay más que citar a quienes forman
parte de su actual junta directiva, y que está formada por el propio Antonio
Pérez Henares como presidente, Isabel San Sebastián como vicepresidente, Emilio
Lara como secretario y María Vila como vicesecretaria, a los que habría que
añadir, en la figura de vocales, los escritores siguientes: Juan Eslava Galán,
Santiago Posteguillo, Almudena de Arteaga, Luz Gabás y Jaime Sierra.
Una
visita a su página web, ya citada, nos da también idea de cuál es la amplia
actividad que los miembros de la asociación realizan, a lo largo y a lo ancho
de todo el país, con el fin de divulgar nuestra verdadera historia patria, más
allá de esa leyenda negra que se inventaron otros países, pero también de la
leyenda rosa que forma parte de ese espíritu nacionalista mal entendido, que
también existe. No es éste el lugar más adecuado para relacionar aquí esa
actividad, porque mi único interés es recomendar al lector del blog un libro,
de muy entretenida lectura por otra parte, con el cual el lector podrá
acercarse a algunas páginas, más o menos olvidadas de nuestro pasado. Pero sí
quiero antes de pasar a hablar del propio libro, porque considero muy necesario
hablar de ello, la redacción de un manifiesto contra el último proyecto de
reforma curricular de Enseñanza Secundaria, que fue aprobado por el Gobierno
hace sólo unos meses, y que, según el propio documento, “supone enviar a la
Historia a la guillotina”, un proyecto que es, en realidad, una vuelta de
tuerca más en ese deseo de los políticos de hacer de la Historia una herramienta
más de sus propios intereses.
Porque
sólo de esta forma, mediante esa falsa concepción de la historia como una
herramienta política, se puede entender la absurda polémica diplomática que en
los últimos días, otra vez, ha vuelto a enfrentar a dos países hermanos, México
y España. Más allá de la ignorancia mostrada por la nueva presidenta del país
hispanoamericano, Claudia Sheinbaum, que ni siquiera ha sabido situar en su
momento histórico real el origen de Tenochtitlan, que según ella debió se debió
producir, poco más o menos, en la misma época en la que sus antepasados de independizaban
de España, la reclamación de su antecesor, Andrés López Obrador, para que el
rey de España le pidiera disculpas por las supuestas faltas contraídas por
España durante la etapa del virreinato, que no de una supuesta e inexistente
colonización de los territorios americanos, era, en sí misma, absurda. Por eso,
por ser algo absurdo y falto de sentido, aquella carta no tuvo respuesta por
parte de nuestro monarca. Y por ello, por ser absurda, el hecho de que ella no
le haya invitado a su toma de posesión es, también, tan absurdo y falto de
sentido como la propia misiva. Es cierto que el debate entre los defensores de
la actuación del gobierno, que en este caso se han colocado del lado el sentido
común y han cerrado filas al lado del monarca, y los defienden la postura de la
izquierda más extrema, esa misma izquierda que también forma parte del gobierno,
bebe en parte esa leyenda negra, que históricamente ha venido alimentando las
posturas antiespañolas, de fuera y de dentro del país.
Muchas son las preguntas que podríamos hacer tanto a Claudia Sheinbaum como a Andrés López Obrador, o también a cualquiera de esos políticos de esa izquierda extrema que, lejos de conocer la historia de su país, compran sin problemas la versión de los que no conocen, no ya la historia de España, sino la del propio país mexicano. ¿Saben ellos quienes eran los aztecas? ¿Saben que los aztecas ofrecían sacrificios humanos a sus dioses, sacrificios que siempre terminaban con el consumo antropófago de sus víctimas? ¿Saben que la conquista del imperio azteca por parte de los españoles no hubiera sido posible sin la ayuda de esas otros pueblos centroamericanos, víctimas de los aztecas, que vieron a Hernán Cortés y a sus hombres como sus verdaderos libertadores? ¿Saben que Hernán Cortés tuvo con Malinche, una mujer del pueblo nahua, que habitaba Mesoamérica antes incluso de la llegada de los aztecas, y que había estado a punto de ser sacrificada por estos, al menos un hijo, al que le dio su apellido, al que legitimó y envío a la corte del emperador Carlos? ¿Saben de la existencia del testamento de la reina Isabel, en el que se protegían a los indios? ¿Saben de la existencia de las leyes de Burgos, dictadas ya en 1512 por el rey Fernando de Aragón, en las que, entre otras cosas, se abolía la esclavitud indígena? ¿Saben que al finalizar el siglo XVI existían ya, en las más importantes ciudades del continente americano, cerca de diez universidades, que llegaron a ser hasta treinta y tres en el momento de la independencia, y una gran cantidad de hospitales, a los que, por cierto, podían asistir tanto ndígenas como españoles? ¿Cuántas existían en ese momento en las antiguas colonias inglesas o francesas? Es cierto que algunos conquistadores y encomenderos no se comportaron tal y como marcaban las leyes, pero eso es algo que siempre ha pasado, sin necesidad de responsabilizar de ello a los gobiernos actuales?
Pero
seguimos con las preguntas, porque ambos presidentes mexicanos han
responsabilizado a España del atraso en el que, todavía, doscientos años más
tarde, viven los países americanos respecto de Europa. ¿Es responsable España de
que gran parte del continente, a pesar de su riqueza, se haya gobernado, muchas
veces a lo largo de la historia, por políticos corruptos, que han dirigido a
sus respectivos países como si fuera un cortijo personal? ¿Saben los señores
López Obrador y Sheinbaum que a principios del siglo XIX, cuando España abandonó
su país, mucho más extenso de lo que lo es en la actualidad, existían aún en él
grandes núcleos de población formados por los antiguos indios apaches? ¿Saben
que ya en el siglo XIX, cuando parte de su país fue tomada por los Estados
Unidos, desparecieron todos esos núcleos, y que en la actualidad, los pocos
indígenas que perviven en ese país lo hacen, casi siempre, dentro dd reservas? ¿Saben
que el presidente Thomas Jefferson, uno de padres de la patria norteamericana,
tuvo varios hijos con una de sus esclavas, y que no manumitió nunca ni a ella
ni a los hijos? ¿Por qué, en doscientos años de historia, sólo ha habido un
presidente de origen indígena, Benito Juárez, quien era de origen zapoteca? ¿Qué
piensan los indígenas que todavía residen en México de las políticas de los
señores López Obrador y Sheinbaum? Y, quizá, la más importante de todas: ¿Cuál
es el origen de los apellidos López Obrador y Sheinbaum?
Dicho
esto, al hilo de la más rigurosa actualidad y al amparo que me ha dado la
oportunidad de haber escrito sobre una asociación cultural tan necesaria, sobre
todo en estos tiempos, tengo ahora que regresar al libro que ésta ha coordinado;
un libro que, por otra parte, no deja de ser una iniciativa más para que los
españoles podamos conocer mejor nuestra historia. Se trata, como ya he dicho,
una colección de relatos, un total de treinta y cinco cuentos, presentados de
forma cronológica, escritos cada uno de ellos por un miembro de la asociación,
escritores más o menos conocidos pero que cuentan, todos ellos, con una
característica común: todos ellos se han acercado con anterioridad a la
creación literaria, desde el género de la novela histórica. Relatos que van
desde la más remota antigüedad, cuando se produce el que quizá fue el mayor
descubrimiento de la humanidad, el fuego -Antonio Pérez Henares nos acerca otra
vez a los lectores esa temática argumental con la que empezó a ser
conocido en el mundo editorial, aquella
tetralogía, la de Nublares, con la que nos relató la prehistoria de su tierra
alcarreña-, hasta el descubrimiento de la civilización tartésica en la primera
mitad del siglo XX, por la piqueta del arqueólogo alemán Adolf Schulten. En esta ocasión, es Manuel Pimentel, autor de
interesantes proyectos en el campo de la divulgación de la arqueología, quien
nos ofrece este último relato.
Se
trata, como digo, de un interesante libro, muy cómodo de leer tanto para el que
conoce bien nuestra historia, como aquel que sólo tiene de nuestro pasado vagas
referencias y algún recuerdo de su etapa escolar. He aquí, para terminar, la
relación de autores: Abenia, Isabel; Arteaga, Almudena de; Arveras, Daniel; Balbás,
Yeyo; Buesa Conde, Domingo; Calvo Poyato, Julio; Cano, Rafaela; de Carlos
Bertrán, Luis, y de Carlos Santiago, Luis; Castellanos, Santiago; Díaz Pérez,
Eva; Eslava Galán, Juan; García Mauriño, Matilde; Gil Soto, José Luis; Giner,
Gonzalo; Gómez Domínguez, David; López, Obdulio; López Herrador, Marcos; Luján,
Olga; Maeso de la Torre, Jesús; Martínez
Laínez, Fernando; Mazarro, Santiago; Michavila, Nieves; Molist, Jorge; Pérez
Henares, Antonio; Pimentel, Manuel; Pro Uriarte, Begoña; Queralt del Hierro,
María Pilar; Reig, María; Sala Martí, José Manuel; San Sebastián, Isabel; Valero,
Begoña; Vallina, Alicia; Vila, María; Villa, Ramón; y Zoilo, José. Faltan
algunos nombres entre los principales y más conocidos miembros de la
asociación, es cierto -Pilar de Arístegui, Marcos Chicot, Luis del Val, Chencho
Arias, o, sobre todo, Santiago Posteguillo, entre otros-, es cierto, pero la relación
de los que sí aparecen es, por sí misma, una muestra suficiente de la
importancia que el libro tiene tanto en lo que se refiere a la capacidad
literaria de los autores, como al interés histórico de cada uno de los relatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario