Hace
ya algunos meses, traíamos hasta este blog la fundación, a mediados del siglo
XIX, de cierta sociedad comercial que, bajo el nombre de Santa Filomena, se
dedicaba a la extracción de mineral de cobre en el término de Garaballa. Se trataba de una de esas sociedades
precapitalistas y burguesas que se fueron estableciendo en todo el país,
también en la provincia de Cuenca, al hilo de una incipiente revolución
industrial, que en España, y sobre todo en estas provincias del interior, no llego
nunca a alcanzar un desarrollo demasiado importante. En esta ocasión, vamos a
tratar también de la creación de otra de esas sociedades mineras, la que, bajo
el nombre de Sociedad Minera La Asturiana, fue creada también en Cuenca en el
último tercio del año 1846, con el fin de explotar, esta vez, el carbón que era
extraído en el término municipal de Uña, en la serranía conquense, en el lugar
conocido con el nombre de la Fuente del Azabache. La sociedad, en efecto, había
sido creada el 2 de octubre por varios vecinos de la capital y de Villalba de
la Sierra, y poco tiempo después, el 31 de enero del año siguiente, esos mismos
socios acudían a la oficina del escribano Bartolomé Sahuquillo, para que éste
pudiera dar fe pública de la constitución de la sociedad. El documento en
cuestión, que se conserva, como otros que he venido trayendo a este blog, entre
los fondos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, dice lo siguiente:
“En
la ciudad de Cuenca, a treinta y uno de enero de mil ochocientos cuarenta y
siete, ante mí, el escribano, y los testigos que se dirán, comparecieron don
José Ferrán, don Ramón Cobo, don Francisco Antonio Moreno, don Antonio Muñoz,
don José Laín, don Bartolomé Roig, don Juan López, don Mario Lozano y don
Fernando Lozano, los ocho primeros vecinos de esta ciudad y el último del
pueblo de Villalba de la Sierra, y dijeron: que habiendo registrado en dos de
octubre del año anterior próximo venido, un criadero de carbón de piedra en el
término del pueblo de Uña y sitio denominado Fuente del Azabache, trataron en
junta que para el efecto celebraron, a seis del citado octubre, constituirse en
sociedad, como efectivamente se constituyeron, y acordaron otorgar este
instrumento, el cual hasta el día no han podido otorgarlo por la ausencia
temporal de algunos socios, y en su consecuencia poniéndolo en ejecución,
otorgan que se constituyen en la precitada sociedad, siendo las bases que
establecieron y las que se obligan a guardar estrictamente, las que aparecen
del reglamento que presentan para su unión a incorporación a este documento, y
de aquél unirán otro a la copia o copias que puedan sacar de esta escritura,
cuyas bases y artículos que comprenden el prenotado reglamento, se obligan a
cumplir estrictamente, y por el cual se han constituido en la sociedad
referida, declarando como declaran que las dos acciones gratis que señala el
artículo siete del referido reglamento pertenecen por iguales partes a José
Rivera, Enrique Carrascosa, José Abarca y Joaquín Lozano, los dos primeros
vecinos de Beamud y los dos últimos de Villalba de la Sierra, que en el caso de
beneficiar otro criadero de mineral de hierro que tienen registrado en el sitio
llamado de la Modorra, cuyo terreno pertenece a los propios de esta ciudad,
declarado comprendidas las ventajas que pudieran resultar de dicho mineral a todos
los interesados que ay en el día o pueda haber en lo sucesivo, en el primero de
que va hecha mención en el principio de esta escritura, sujetándose en su todo al reglamento establecido y que se
hace referencia. Al cumplimiento de cuanto va dicho obligan sus personas y
bienes, habidos y por haber, por firme obligación y solemne estipulación, y
para que puedan ser compelidos de ello, dan poder cumplido a todos los señores
jueces y justicias de S.M., especial y señaladamente al que así fuere de esta
ciudad, a cuya fuerza y jurisdicción se someten, renuncian otro que les
competa, domicilio y vecindad, y todas las demás leyes, fueros y derechos de su
favor. En cuyo testimonio así lo dijeron y otorgaron, siendo testigos Manuel
Moreno, don Baltasar Chico y don Enrique María Yuste, vecinos de esta ciudad, a
los que, como a los señores otorgantes que firmaron, doy fe conozco.” [1]
Al pie del documento aparecen las firmas de los nueve miembros de la sociedad minera, así como la del citado notario que daba fe del documento, Bernabé Sahuquillo, pero no así la de los tres testigos. Y tal y como se decía en la escritura, aparece también, anexa a ella, el reglamento que debía regir la sociedad en cuestión. Escrito en tres folios, no ya manuscritos, sino impresos, está formado por un total de treinta y cinco artículos, bajo el encabezamiento siguiente: “Reglamento para la dirección y gobierno de la sociedad minera titulada La Asturiana, para la esplotación [sic] de carbón de piedra bajo los artículos que se dirán”. Los primeros artículos del reglamento establecen lo que hoy llamamos la razón social de la nueva sociedad, es decir, el lugar en el que ésta quedaba establecida, y los datos del registro, así como los fines a los que estaba encaminada, ya conocidos, y los socios fundadores que la componían, a los cuales, en principio, les estarían reservados los cargos de gobierno y dirección de la sociedad comercial. Pero dejando abierta la posibilidad de que en el futuro se pudieran incorporar nuevos socios. No obstante, por el artículo cuarto se establece que “para el mejor desempeño de las funciones que ejerza la Junta directiva se asociarán otros tres individuos que nombrarán los fundadores de entre los nuevos accionistas que ingresasen en la Sociedad”. Y por el artículo quinto se establece el reparto de las acciones entre los diferentes socios, a razón de cien acciones de pago y dos gratis, “divididas las de pago en iguales partes entre los nueve fundadores”. Pero de esas cincuenta acciones de pago, de momento sólo se harían efectivas la mitad, aplazándose la expedición de las otras cincuenta para el futuro, cuando los socios así lo consideren oportuno. Por su parte, las dos acciones gratuitas serían entregadas a otras personas ajenas a los nueve socios fundadores, en recompensa, así lo especifica el reglamento, “de los servicios prestados a la sociedad”. Son éstas las dos acciones a las que se hace referencia en la escritura notarial, y que serían entregadas a los cuatro vecinos de Villalba de la Sierra y de Beamud, que eran mencionados, como hemos visto, en la escritura notarial.
El
artículo octavo del reglamento estipula la duración de cada junta directiva,
que deberá ser nombrada cada año, pero con posibilidad de reelección de sus
miembros, siempre por mayoría de votos. Y en el artículo siguiente se regula
también el quorum que era necesario para que los acuerdos tomados acuerdos en
las juntas pudieran ver válidos, en razón de dos tercios del total de los
socios, y el número de votos necesarios para alcanzar esos acuerdos, en este
caso la mitad más uno del número de asistentes a la reunión. No considero
necesario desarrollar en esta entrada todos y cada uno de los artículos del
reglamento, pero sí considero oportuno recalcar algunos de los aspectos
señalados en él: la temporalidad de las reuniones de la junta directiva, que
sería quincenal; la obligación de celebrar junta general de accionistas cada
tres meses; la imposibilidad de poder delegar el voto en otro socio cuando no
se pudiera asistir a una junta; el reparto de votos entre los socios asistentes
a éstas, de acuerdo a un voto por cada acción, con un máximo de cuatro votos
por socio; el importe máximo al que se podía llegar a la hora de hacer el reparto
de dividendos entre los accionistas, a razón de veinte reales mensuales por
cada acción que se posea; la posibilidad de que los herederos de los socios
fallecidos pudieran también pasar a formar parte de la sociedad, con los mismos
derechos y deberes, una vez aceptada la nueva titularidad de las acciones, y
las obligaciones de cada uno de los miembros de la junta directiva, presidente,
secretario, depositario y contador, de acuerdo a lo que es usual en cualquier
sociedad de estas características. En este sentido, el artículo 29 dice lo
siguiente: “Son atribuciones de la Junta Directiva, la venta de los minerales
y las demás gestiones necesarias para conseguir la enajenación, dando a estos
actos toda la publicidad posible, procurando a la Sociedad todas las ventajas,
y poniendo en poder del Depositario luego que se verifiquen las ventas, las
cantidades que resulten para hacer la debida distribución.”
El
lugar en el que se hallaba la mina de la Fuente del Azabache se encuentra, como
hemos dicho, muy cerca del pueblo de Uña, debajo de los montes que, cubiertos
de pinos, se pueden contemplar incluso desde las mismas casas del pueblo, al
otro lado del río Júcar, junto al cementerio municipal. Se puede acceder a este
lugar desde el camino que, desde la carretera de acceso al pueblo, se abre a la
derecha, inmediatamente antes de cruzar el puente medieval. Todavía, hace
algunos años, cuando yo era joven, aún podía verse allí, junto a una de las bocas
de la mina, una caseta abandonada, pero relativamente bien conservada, en cuyo
interior aún se encontraban algunas de las herramientas y de los útiles que
habían sido utilizados quizá para la y explotación de la mina, ya entonces
cerrada; algunas de esas herramientas, incluso, las de mayor tamaño, se
encontraban fuera de la caseta, haciendo frente a la oxidación y a la herrumbre,
ya bastante avanzada, que provocaba en ellas la acción del viento y de la
lluvia. No sé qué es lo que quedará aún de todo ello, pues hace ya demasiado
tiempo que no he pasado por allí, pero es posible que nada quede ya de aquellos
tiempos en los que la sociedad todavía era capaz de sacar del interior de la
tierra el carbón mineral que, desde antiguo, había dado nombre a la fuente próxima.
Y es que la cercana Fuente del Azabache ya era conocida así al menos desde los primeros años del siglo XVII, como también era conocida la existencia allí de carbón mineral. El religioso toledano Sebastián de Covarrubias, que fue canónigo de Cuenca, en su famoso “Tesoro de la lengua castellana o española”, publicado en Madrid en 1611, dos años antes de fallecer en la ciudad del Júcar, en la voz “Uña” escribe lo siguiente: “Villa en el obispado de Cuenca, y aunque es pequeña tiene cosas muy notables; entre otras una laguna muy grande, con tanta abundancia de truchas que están perpetuamente saltando sobre el agua. Los pescadores entran a pescar en unos pedaços de troncos de una pieça a manera de artesa y la laguna en hondíssima. Tiene otra particularidad que parece mentira: una isla con yerba que se apacienta en ella ganado, y algunos arbolicos; ésta corre por toda la laguna, siendo llevada de los vientos. Está fundada en cierta manera de piedra esponjosa, que es como tova. Ovidio, lib. 13, Metamorphoseon, por cosa maravillosa, cuenta de las islas Symplegades, que en un tiempo vagaron sobre el mar agitadas del viento. Tiene un valle angosto, que de una parte y de otra están los riscos muy altos y a plomo, y se va a dar a un rincón, a donde estos peñascos se juntan debaxo dellos, salen diferentes arroyos y fuentes, y dellas manan las truchas que van a caer a la dicha laguna. Tiene más una fuente que llaman del Azavache, que verdaderamente no difiere del azavache que se labra, sino es en ser blando; y tengo para mí que quitándole los costrones de encima, se hallaría el azavache fino, pero no se ha intentado por no estragar la fuente, cuya agua dicen ser de muy buen sabor y agradable. Esta villa es de los marqueses de Cañete, y aunque tiene otras de más vecindad y autoridad, ésta, a mi parecer, devrían estimar en mucho.” El tema de la fuente, y el de la isla en medio de la laguna, fue descrito después también por el historiador madrileño Juan Pablo Mártir Rizo, en su “Historia de la Muy Noble y Leal ciudad de Cuenca, publicada en 1629 y dedicada, precisamente, a los marqueses de Cañete.
Por
lo que se refiere a la sociedad propiamente dicha, y a los nueve socios
accionistas que dieron lugar a la explotación de la mina, algunos de esos
nombres y apellidos son ya reconocidos por la historiografía, como miembros de
esa incipiente burguesía conquense del siglo XIX. Apellidos y linajes que en
muchos casos están relacionados con el comercio o con algunas profesiones
liberales, en algunos casos también con la milicia; apellidos y genealogías que,
desde el comercio y desde las profesiones liberales, dieron también el salto a
la política, local o nacional, para constituirse, principalmente desde las
diferentes ramas del liberalismo, la progresista y la moderada, y en algún caso
también desde los partidos conservadores, en los principales impulsores del
sistema representativo y parlamentario. Familias como los Cobo o como los
Lasso, representadas en esta sociedad comercial por Ramón Cobo y por José Lasso
respectivamente; del segundo, José Lasso Mazón, por ejemplo, podemos decir que era
oriundo de la comarca del Pas, en la provincia de Santander, y que después de
establecerse en la localidad conquense de Valverde de Júcar en la década de los
años treinta, en la que nació su hijo, el futuro destacado militar, que llegó a
ser gobernador general de Puerto Rico y capitán general de Valencia, José Lasso
Pérez, se estableció con su familia en la capital de la provincia, donde se
constituyó como uno de los principales comerciantes de la ciudad.
En
la otra sociedad minera, la llamada Santa Filomena, también vimos algo
parecido. En ella aparecían otros apellidos que, como estos, también establan
ligados al comercio y a las profesiones liberales; nombres y apellidos también
conocidos en el campo de la política, como Juan Pablo Piquero o Valentín Pérez
Montero, o los Piñango, que llegaron a constituirse en uno de los linajes más
poderosos de la ciudad a través de las diversas generaciones que fueron sucediéndose.
Miembros todos ellos de la burguesía conquense, apellidos con los que se suelen
encontrar los historiadores cuando tratan temas relacionados con la historia
social y económica de esta provincia y de este periodo histórico. Apellidos
como Catalina o Lledó, que procedentes de Budia, en la provincia de Guadalajara,
en el primer caso, o de la también cercana provincia de Valencia, en el segundo
caso, se establecieron también en Cuenca a lo largo de la centuria decimonónica,
para dedicarse en nuestra ciudad a diferentes actividades profesionales o
comerciales; en el caso concreto de estos últimos, con el fin de explotar la
todavía abundante riqueza maderera que proporcionaban los montes conquenses.
Nombres y apellidos, todos ellos que conformaron una burguesía todavía no
bien conocida por los historiadores, y cuyo estudio en todas sus
interrelaciones posibles, sociales, económicas y, por supuesto, también
políticas, sería de gran ayuda para poder alcanzar un conocimiento más
detallado de la historia de Cuenca y su provincia a lo largo de todo ese siglo
XIX, poco conocido todavía, pero también, incluso, de una parte de la centuria
siguiente.
En 1878, treinta años después de que la mina de Uña hubiera sido puesta en explotación, José Torres Mena, escribe en sus “Noticias conquenses” lo siguiente sobre la fuente y la mina del Azabache: “La fuente del Azabache” se halla también a poca distancia de Uña e inmediata al Júcar, con un medio caudal de agua excelente para bebida; siendo notable además por haber descubierto sus corrientes unos lechos o capas de lignito, sustancia carbonatada e inflamable, azabachada. Según Mártir Rizo, ya era conocida en su tiempo dicha fuente, creyéndose que aquella sierra estaba formada casi toda de azabache.” Por otra parte, existen también algunas referencias hemerográficas a la mina datadas en los primeros años del siglo XX. Hemos podido encontrar algunas de esas referencias en el blog “Pura Sierra”, dedicado a divulgar diferentes aspectos interesantes y curiosos sobre la serranía de Cuenca, y en este caso, en una entrada sobre la llamada Mina Pepita, otra mina de carbón de lignito que existió muy cerca de la nuestra, en Valdeguérguinas, junto a la cola del embalse de La Toba[2]. Así, en el número correspondiente al día 9 de octubre de 1918 del periódico conquense “El Liberal”, y en el contexto de la gran virulencia que la pandemia de la mal llamada gripe española tuvo sobre algunos de los pueblos de la sierra conquense, puede leerse lo siguiente: “Resultaron ciertas las noticias que en nuestro número anterior publicábamos, referentes a la aparición de la gripe entre los obreros de una de las minas próximas a Uña; como así mismo era cierto que en un mismo día ocurrieron tres defunciones, y que los cadáveres habrían permanecido insepultos.”
En
efecto, la mina de Uña permaneció en funcionamiento hasta las primeras décadas
del siglo XX. En el mismo blog, antes citado, encontramos una nueva referencia
a ésta, firmada nada menos que por Juan Giménez de Aguilar, uno de los mayores
difusores de la cultura conquense, en todos sus campos, antes de la Guerra
Civil. Así, en un texto titulado “El yacimiento petrolífero de Cuenca”,
publicado en 1928 en el boletín de la Real Sociedad Española de Historia
Natural”, el profesor y naturalista conquense escribe lo siguiente: “Recientemente
fui consultado para la elección de muestras de unas minas de lignito -más o
menos compacto y rico en carbón- que se destinará a la destilación de aceites
minerales. Comprende esta demarcación casi todo el término de Uña y parte del
de Cuenca, desde La Modorra a Garcieligeros, con un pequeño enclavado, junto a
la carretera a la entrada del pueblo de Uña, que llaman de la Fuente del
Azabache, el cual ya estuvo en explotación durante la Guerra Mundial. En puntos
no muy alejados -en Valdeguérguinas-, se ven calizas bituminosas, y también se
explotan los lignitos -muy cargados de pirita, como la mayoría de los carbonas
de esta región- para combustibles en diversas industrias que antes se surtían
de Peñarroya.”