Cuando el prior
del convento dominico de San Pablo, fray Custodio Díaz Merino, en el verano del
año 1806, recibió la noticia de su nombramiento por Carlos IV como nuevo obispo
de la diócesis de Cartagena de Indias, la capital del virreinato de Nueva Granada,
en la actual Colombia, no sabía aún que este hecho se iba a convertir en
testigo de excepción de uno de los acontecimientos históricos más importantes
de la historia del continente americano, un hecho que iba a modificar por
completo el sistema político y las relaciones de poder entre el viejo y el
nuevo mundo: el proceso independentista de las antiguas colonias hispanas, que desencadenaría
finalmente, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, el nacimiento de las
nuevas repúblicas americanas. Un proceso del cual, por cierto, el religioso
conquense, siempre se mostraría un declarado enemigo, lo cual tendría sus
consecuencias, tal y como se verá a lo largo de esta entrada.
Fray Custodio Díaz Merino había nacido en Iniesta, en la
comarca de la Manchuela conquense, en el año 1740, y muy pronto se va a
interesar por la vida religiosa, ingresando cuanto todavía era bastante joven
en la orden de los predicadores. Así,
estudio primero Filosofía en el convento de San Pablo, que los dominicos tenían
en la capital de la diócesis, coronado desde el otro lado del río la hoz del
Huécar, y desde allí pasó al colegio que la misma orden tenía también en la
ciudad universitaria, Alcalá de Henares, donde se graduó en Teología, y del que
más tarde llegaría a ocupar el cargo de rector. A continuación pasó también por
diversos conventos de la orden, como los de Toledo, Benavente (Zamora), y
Guadalajara, en alguno de los cuales ocupó también el cargo de lector en
Teología, y más tarde, también en el convento conquense de Carboneras de
Guadazaón, que había sido fundado a caballo entre los siglos XV y XVI por los
primeros marqueses de Moya, hasta su incorporación otra vez al convento de
Cuenca, del que llegaría a ser, tal y como se ha dicho, prior. Este periodo,
tal y como se ha dicho, se corresponde con la última etapa del religioso
conquense en la península, pues fue entonces, el 26 de agosto de 1806, cuando
le llegó la noticia de haber sido nombrado nuevo obispo de Cartagena de Indias,
cuya sede había quedado vacante por el fallecimiento de su anterior propietario,
Jerónimo de Liñán y Borda.
Su etapa al frente de la diócesis no fue sencilla. En primer lugar, su incorporación a la misma fue bastante tardía, no pudiendo tomar posesión de ella hasta tres años más tarde, el 1 de julio 1809, cuando la metrópoli ya estaba sumida en la guerra contra las tropas francesas. Este hecho, la invasión napoleónica de la patria, que como es sabido se había iniciado ya el año anterior, se pone de manifiesto en la carta pastoral de presentación que el obispo publicó al año siguiente de su toma de posesión, en la imprenta que Diego Espinosa de los Monteros tenía en la capital del virreinato, y que firma como “Fray Custodio Díaz Merino, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de Cartagena de Indias, Teniente Vicario de los Reales Ejércitos de Mar y Tierra, del Consejo de Su Majestad”. La carta, que remite a todos los eclesiásticos y fieles de la diócesis americana, alude y está motivada, como hemos dicho, por la difícil circunstancia en la que se encuentra el país, y especialmente, todavía, la metrópoli:
“En
aquellos momentos funestos, en los que la mano sanguinaria de un déspota extrangero
detramaba sobre nuestra Península, y sobre su misma Capital la desolación, el
llanto y la sorpresa; en aquellos tristes instantes en que la Nación predilecta
se consideraba casi sin más recursos que una firme, y santa confianza en el
brazo irresistible del Dios de los exercitos, cuya religión ha conservado
siempre como su mejor herencia, y patrimonio; en aquellos días de inexplicable
dolor, en que nos veíamos rodeados, acometidos y perseguidos de unos enemigos,
que sobre tenaces, y porfiados eran crueles e inhumanos, que a la crueldad
añadían por divisa la ferocidad, y a la ferocidad la insolencia, el desprecio y
el insulto; en estos mismos días de tanta aflicción nos hallábamos en la Corte,
implorando del Trono con los mayores esfuerzos, y más vivas ansias los
auxilios, para presentarnos en esta nuestra Diócesis, con los entrañables
deseos de conocer nuestras ovejas, y de que estas conocieses su verdadero
Pastor…”
Pero
sus problemas no habían hecho más que empezar, pues muy poco tiempo después va
a saltar en el virreinato la chispan de la independencia. En efecto, en 1811,
apenas dos años después de su toma de posesión, comenzaron también en Cartagena
de Indias, y en otros puntos de la actual Colombia, las revueltas políticas
contra los representantes del gobierno español, a los que desde el primer
momento se opuso el religioso conquense. Por ello, los patriotas americanos le
acusaron de colaboracionista con el partido realista, cuyos principales
defensores se habían refugiado en Santa Marta, la otra gran ciudad que
rivalizaba con Cartagena como capital de la comarca. Y es que la ciudad,
situada también en la costa meridional del Caribe, en el actual departamento de
Magdalena, se había convertido en el principal bastión de los partidarios del
gobierno peninsular, lo que llevó al general independentista Pedro Labatut a conquistarla
por la fuerza en 1813, llegando incluso a arrasarla. Pero ya antes de que ello
sucediera, en 1812, unos meses después de que fuese proclamada la independencia
por los independentistas unos meses antes, iniciándose así la guerra entre las
dos facciones, Díaz Merino se vio obligado a abandonar la diócesis y buscar un
exilio en Cuba, en la compañía de algunos miembros de su familia religiosa y de
los administradores del tribunal de la Santa Inquisición, a la espera de que
las aguas en la colonia de Nueva Granada se calmaran. Allí, en la capital, La
Habana, permaneció atrapado, sin poder tampoco regresar a la península, sumida
todavía en la guerra contra las tropas napoleónicas, y permaneció hasta que le
sorprendió la muerte, el 12 de enero de 1815.
Cuando
el dominico conquense abandonó su sede de Cartagena de Indias, ésta no había
quedado en situación de sede vacante, puesto que la Santa Sede no llegaría a reconocer
la sede del nuevo gobierno constituido después de la independencia hasta el año
1824. Mientras tanto, y después de conocerse el fallecimiento del dominico
conquense, la Santa Sede y el gobierno español nombraron en 1816 un nuevo
prelado, en la persona del jienense Gregorio José Rodríguez Carrillo. Éste
llegó desde Santa Marta a Cartagena en marzo de ese año, aunque los patriotas
americanos tampoco le pusieron las cosas fáciles, obligándole a que abandonara
la ciudad, también, en 1821. En ese momento, el obispado quedó en situación de
sede vacante durante un largo periodo de tiempo, hasta 1831, cuando, reconocido
finalmente el nuevo gobierno de la Gran Colombia (un ente político intermedio,
que estaba formado por el antiguo virreinato de Nueva Granada, formado por los
países actuales de Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá y Guyana), fue nombrado
nuevo prelado Juan Fernández de Sotomayor Picón. Éste, que había nacido en la
propia ciudad de Cartagena de Indias en noviembre de 1777, y permanecería al
frente de la diócesis hasta 1849, era un patriota independentista, antiguo cura
párroco de Mompós, cuya actitud al frente de los criollos revolucionarios, a
los que había alentado desde el púlpito desde 1810, y con los que había
colaborado también activamente desde su puesto como diputado por el estado de
Cartagena en el Congreso general de la Unión, le había enfrentado con los dos
obispos anteriores de la diócesis.
Por otra parte, en la sede americana, y también en su destierro cubano, uno de los fieles acompañantes de fray Custodio fue su sobrino, Juan Antonio Díaz Merino. Dominico como él, y también nacido en Iniesta, en 1772, ingresó en el convento conquense de San Pablo cuando apenas contaba con catorce años de edad. Desde Cuenca, también como su tío, pasó al colegio de la orden en Alcalá de Henares, donde estudió Teología, y al convento que la orden tenía en Ávila, centro del que más tarde sería también profesor. Después, acompañó a su tío cuando éste fue nombrado obispo de Cartagena de Indias, como secretario, y durante la permanencia de ambos en cuba pudo disfrutar de una cátedra en la universidad de La Habana. Cuando, por fin, pudo abandonar la isla caribeña y regresar a España, pasó a residir durante un tiempo en el convento de Cuenca, desde el que pasó al convento madrileño de Atocha. En los años siguientes fue definidor general de su orden, hasta que, ya en 1832, fue elegido obispo de Menorca, constituyendo de esta forma el último nombramiento de prelado realizado por Fernando VII y, por lo tanto, el último nombramiento del Antiguo Régimen. En la capital de la isla, Ciudadela, creo el seminario conciliar de San Agustín. Pero su posición política, más cercana a los absolutistas que a los liberales, tal y como había sucedido antes con su tío, y su oposición frontal al nuevo régimen liberal que surgió después del fallecimiento de Fernando VII, provocó primero su confinamiento en Cádiz, y más tarde su exilio en la ciudad francesa de Marsella, donde falleció en 1843. Sus restos mortales fueron llevados después, sin embargo, hasta Menorca, en cuya catedral fue enterrado. Fue autor de diversos libros: “Biblioteca de la Religión”, publicada entre 1828 y 1829, una inédita “Historia eclesiástica de Natal Alejandro”, y una “Colección Eclesiástica”, que había sido publicada a partir del año 1824, y que escribió en colaboración con Basilio Casado, canónigo lectoral de la diócesis de Cuenca.
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